Buffett y los idiotas
El primer vehículo eléctrico se creó en 1832, hace casi la friolera de doscientos años. Por difícil que cueste aceptarlo, es anterior al que a la postre ha dominado el transporte hasta hoy como es el motor de combustión interna, con una diferencia entre ambos de cincuenta años. No fue hasta 1912 cuando los modelos propulsados por combustible fósil empezaron a extender su uso y a convertirse en una alternativa solo después de que fueran capaces de demostrar que eran más rápidos y que podían cubrir mayores distancias. Como anécdota, la propia mujer de Henry Ford conducía un automóvil eléctrico.
La increíble expansión del vehículo de gasolina posibilitó el incremento creciente de la demanda de un combustible que hasta entonces tenía poca o nula aceptación tanto en su vertiente industrial como entre la ciudadanía. Pero a diferencia de la rápida popularidad del motor de combustión, el transporte marítimo de crudo no empezó a desarrollarse hasta la Segunda Guerra Mundial. El primer buque de transporte de crudo fue el Gluckauf con una capacidad de carga de apenas 2.300 toneladas, nada que ver con las más de 560.000 toneladas del mayor petrolero de la historia, el Jahre Viking construido entre 1979 y 1981. El Gluckauf fue poco premonitorio del éxito pues en su primer viaje encalló en la isla de Fire (Nueva York) para posteriormente hundirse.
Estas dos breves menciones a sectores en apariencia inconexos, no son simples lecturas de verano, que por cierto recomiendo. Existe una relación entre ambas. Los humanos somos muy predecibles en las cosas más básicas. Cuando surge algo que suena diferente o tienen un componente novedoso lo llamamos disruptivo, etiqueta cuya sola mención sirve para otorgar a lo corriente un valor inusual. Eso es lo que pasa con Tesla, de quien siempre digo, que NO representa la invención del coche eléctrico. Igualmente con las tesis tan de moda de inversión en tanqueras que parecen ser exclusivas del value investing español.
En mis últimos artículos he venido haciendo mención a como la aparición de ciertos patrones, unido a la psicología de las masas, llevan a que los inversores siempre acaben comportándose de manera irracional. En el transcurso de una entrevista en 2008, le preguntaron a Warren Buffett si la gente inteligente debería haber tenido conocimiento de la gran crisis financiera. Buffett contestó que en efecto deberían haber estado al corriente de la misma pero que no lo hicieron, y si no fueron más inteligentes, fue por cosas tan básicas como la avaricia.
Esa expresión a la que aludió Buffett, las tres I’s, tengo que decir que no es suya pues originalmente apareció en The Economist en 1866. Más o menos ese viejo artículo establecía que hay tres etapas hasta llegar a la especulación. Primero surge el hombre inteligente, el innovador que genera una idea. Su posterior desarrollo y aceptación por el mercado (entiendo por mercado la parte industrial pero también la de inversión), atrae a las masas. Es entonces cuando surgen los imitadores en un intento por replicar o desarrollar esa innovación. Finalmente, siempre hay un idiota que ni innova ni imita, simplemente es el último en llegar. Es fácil adivinar quién gana y quién pierde en esa secuencia.
Es normal que el mercado niegue la existencia de burbujas porque la gran mayoría de los inversores no ha vivido ni el pinchazo de la burbuja tecnológica ni la posterior crisis financiera alentada por la política de la Fed
Estamos en una fase en la que en los mercados si hay algo que abunda son los idiotas. Ya lo mencioné hace algunas semanas cuando afirmaba que el ciclo se acaba cuando el último tonto compra.
Tesla tiene muchas virtudes en su mensaje pero hoy por hoy no es una empresa que justifique su elevada capitalización y lo ha demostrado con creces. Es que aunque fuese, que no lo es, un fabricante con márgenes estables, con un beneficio normalizado y un flujo de caja positivos, una compañía que se revalúa un 300% como lleva en el año por arte de magia, roza lo surrealista. Pero esto es así se mire como se mire porque lo que ha pasado con Tesla se ha hecho extensivo a todos el sector del vehículo eléctrico (las tres I’s). Tan absurdo como intentar entender porqué el Nasdaq hace semana sí y semana también, nuevos máximos históricos.
Con el transporte marítimo ocurre algo parecido. Aquí no se puede hablar de las tres I’s en sentido industrial sino a través del prisma del inversor. Hay un momento en el que alguien hizo trabajo de investigación y llegó a la conclusión de que existe una gran discrepancia entre el valor y el precio de una tanquera, generando así una idea de inversión brillante en un sector siempre considerado como poco atractivo, tremendamente opaco y de muy oscura reputación. Muy poco que ver con los principios que preconiza el value investing. A partir de ahí surgen los imitadores que se lanzan a disparar a todas las compañías. Y finalmente llegan los idiotas que compran cualquier “negocio que flote” simplemente porque han oido los cantos de sirena de ciertas tesis de inversión y las copian sin ningún rigor. De nuevo, tenemos una burbuja solo que a diferencia del vehículo eléctrico la gran mayoría del sector sigue en mínimos con lo que el margen de fracaso ha sido muy alto.
Es normal que el mercado niegue la existencia de burbujas porque la gran mayoría de los inversores no ha vivido ni el pinchazo de la burbuja tecnológica ni la posterior crisis financiera alentada por la política de la Fed. El interés por entender los pilares más elementales que deben primar en la inversión (economía real, financiera y psicología) se difuminan con la última “i” de Buffett, la idiotez.
Tesla es una burbuja de innovación que etiqueta esta fase final del ciclo con subidas casi cómicas, de igual forma que las tanqueras han escenificado otra burbuja, la de la imitación. La burbuja que conforman los “idiotas” es lo que hará explotar todo. Sin duda.
*** Alberto Roldán es economista y gestor.