Si en abril de 2020 el FMI ya mostraba su preocupación por el efecto que la Covid-19 iba a tener sobre la rentabilidad de los bancos, en la actualización de su informe de finales de junio la preocupación ha subido de tono teniendo en cuenta el aumento del endeudamiento de las empresas y las pérdidas asociadas a un mayor riesgo de insolvencia. Además, con las dificultades que existen en el control de la pandemia, se retrasa el inicio de la recuperación.
En consecuencia, la política monetaria expansiva que deprime los tipos de interés nos va a acompañar mucho más tiempo, de forma que los efectos negativos sobre la rentabilidad bancaria (vía reducción del margen de intermediación) se imponen sobre los positivos (vía reactivación del crédito y reducción de la morosidad). En resumen, el problema de baja rentabilidad de los bancos que ya viene de atrás se acentúa, como demuestra el precio de derribo al que cotizan en los mercados.
De los muchos e interesantes ejercicios de simulación que hace el FMI en su informe, hay uno que muestra muy claramente el impacto de esta crisis en el sector bancario. En un gráfico muestra la relación entre la predicción de la tasa de crecimiento del PIB y la de la rentabilidad de los bancos. Obviamente, a mayor caída del PIB, mayor es la factura que pasa la crisis en la rentabilidad.
Para España, la estimación de la rentabilidad del capital (ROE) está en torno al 2%, con un contracción del PIB en torno al 13%, de las mayores de los países de la muestra. Con estos resultados, si en abril el FMI pronosticaba que una parte demasiado grande de los sectores bancarios no será capaz de generar hasta 2025 una rentabilidad que supere el coste de captar capital (lo que implica que el negocio tiene problemas de viabilidad porque es incapaz de atraer al inversor), el panorama ahora debe ser aún más lúgubre, con un porcentaje aún mayor de bancos con problemas de viabilidad.
Centrando la atención en España, viendo la intensidad de caída del PIB en el primer y segundo trimestre de 2020, y anticipando restricciones a la actividad económica a la vista de que la pandemia sigue demasiado viva, cada vez van a ser más las empresas que traspasen la difuminada línea divisoria que separa los problemas de liquidez de los de solvencia.
Y cuando el problema es ya de solvencia, los préstamos bancarios se convierten en morosos, lo que se materializa en pérdidas que los bancos deben provisionar con cargo a resultados. Los avales del ICO van a amortiguar las pérdidas (que tendrá que absorber el déficit público), pero aun así aflorarán en la cuenta de resultados de los bancos. A esas pérdidas habrá que añadir las del stock vivo de crédito de empresas y familias que sí o sí sufrirán el parón de la economía por culpa de la Covid-19.
No es nada fácil, sino todo lo contrario, sobrevivir en este contexto que la Covid-19 complica aún más conforme se retrasa la salida de la crisis. Recuperar la rentabilidad bancaria parece misión imposible y obliga a actuar en dos frentes simultáneamente: en la vertiente de los costes y en el de los ingresos.
Cuando el problema es de solvencia, los préstamos bancarios se convierten en morosos.
En el primer caso, el sector bancario español lleva años perdiendo eficiencia, ya que la velocidad con la que recorta costes es insuficiente en relación a la caída del margen deprimido con la reducción de los tipos de interés, por lo que cada vez cuesta más conseguir un determinado margen.
A pesar de que la red de oficinas en España ha caído casi a la mitad desde que se inició el ajuste en 2008, el recorte debe de ir a más y puede acelerarse viendo la fuerte subida en el número de usuarios de la banca online desde que estalló la pandemia.
En este proceso de ajuste de capacidad se pueden buscar sinergias entre entidades, buscando la racionalidad de las fusiones en aquellos casos en los que hay más solapamiento geográfico de las redes. Por esta vía, poco hay que rascar en las siempre añoradas fusiones transfronterizas, uno de los sueños de la incompleta unión bancaria europea. Ojalá un banco europeo se interesara por una fusión/absorción de un banco español, entre otras cosas porque no aumentaría la concentración del mercado y porque aumentaría la bajísima cuota de mercado que la banca extranjera tiene en España.
En la vertiente de los ingresos, soy mucho más pesimista en el potencial que tiene la banca para mejorar la rentabilidad, ya que si bien tienen razón los supervisores en apuntar en la línea de aumentar el peso de los ingresos distintos al cobro de intereses, en gran parte estos ingresos dependen de la evolución del negocio (como las comisiones), y este no tiene visos de crecimiento.
Poco hay que rascar en las siempre añoradas fusiones transfronterizas.
La contribución de posibles plusvalías por caída de tipos (lo que revalorizaría los activos) obviamente es marginal, dado que no hay recorrido para más reducciones de tipos de interés. Solo queda recurrir al llamado carry trade, aprovechando el margen que tienen los bancos cuando acuden a la financiación del BCE cobrando (sí, cobrando) hasta el 1%, para invertir ese dinero en deuda pública pagando (recuerden que el tipo es negativo) al Estado un tipo menor. Así, desde principios de año, la banca ha aumentado un 25% la tenencia de deuda pública española.
Juntando las piezas del complicado puzzle de la rentabilidad bancaria, se han cumplido los peores escenarios que dibujan un incierto futuro para el negocio bancario: tipos de interés persistentemente por los suelos, crisis económica geográficamente generalizada (por lo que no ayuda, como en el pasado, la diversificación geográfica del negocio de la banca española), transformación estructural del modelo de negocio (creciente importancia de la digitalización), fuertes exigencias regulatorias (y encima con un elevado coste de captar capital), pérdida de cuota de mercado en beneficio de la banca en la sombra, creciente competencia con entrada de nuevos competidores tecnológicos, etc.
En este contexto, hacer banca es todo menos un negocio rentable, lo que deberían de tener en cuenta todos aquellos que siguen opinando que la banca gana mucho dinero y que por ello debe ser penalizada con impuestos adicionales. Nada más lejos de la realidad.
Termino con tres preguntas que invitan a la reflexión: ¿cómo van a conseguir los bancos capital en este escenario en el que existe un problema estructural de baja rentabilidad?; ¿sobrevivirá el modelo de banca comercial con tipo de interés cero que penalizan la captación de depósitos?; ¿nos habremos pasado de rivalidad competitiva en la banca europea viendo que el margen con el que intermedia está muy por debajo de la banca estadounidense, que en parte por esto es mucho más rentable?
*** Joaquín Maudos es catedrático de economía de la Universidad de Valencia, director adjunto del Ivie y colaborador del CUNEF.