El presidente del Gobierno convocó el lunes a un grupo de empresarios. El objetivo era llamarlos a la unidad alrededor de un sugestivo proyecto para sacar a España de la crisis y sentar las bases de la recuperación.
Después de largos meses de confinamiento, seguidos por las vacaciones estivales y en medio de una profunda crisis, el inicio del curso era una ocasión perfecta para lanzar un mensaje de esperanza y de optimismo sobre el futuro de la economía nacional. Por cortesía institucional todos, por morbosa curiosidad algunos y por temor a desairar al Ejecutivo otros, los capitanes de la empresa española peregrinaron a Moncloa. En recuerdo de la proclama electoral de Obama se les recibió a los acordes de un ilusionante Juntos podemos como bienvenida.
Con serenidad, rigor, aplomo y sentido del momento histórico, el cabeza del Ejecutivo expuso las líneas maestras, los ejes centrales de su plan anticrisis: la transición energética-climática, la digitalización de la economía, la cohesión social-territorial y la profundización en la agenda feminista.
Sin duda alguna, esos cuatro programas son los prioritarios para frenar la brutal caída del PIB y relanzarlo, para hacer frente al espectacular aumento del desempleo e impulsar la creación de puestos de trabajo o para paliar el ritmo de destrucción del tejido empresarial e incentivar el nacimiento de nuevas compañías.
Por cortesía institucional todos, por morbosa curiosidad algunos y por temor a desairar al Ejecutivo otros, los capitanes de la empresa española peregrinaron a Moncloa
Ante la levedad del ser de las prioridades gubernamentales para abordar la peor coyuntura económica registrada por España desde 1936, cualquier analista objetivo ha de plantearse si se está ante un Gabinete ajeno a la realidad, dotado de un fino sentido del humor negro o provisto del desparpajo propio de la mejor novela picaresca. Y es que el discurso presidencial sirve para crear más desconfianza en quien ya la generaba y menos credibilidad aún en quien ya la había perdido. Ni las familias ni las empresas ni los inversores ni los mercados pueden reaccionar de modo positivo a la epístola presidencial. De facto no lo han hecho.
Pero esto no es nuevo, sino una ratificación de lo que lleva ocurriendo en España desde hace muchos meses. En el primer semestre de 2020 han salido de España 50.000 millones de euros, una clara y rotunda moción de censura de los ahorradores-inversores a la gestión gubernamental.
Aquellos han votado con los pies; una evidente muestra del deterioro de las expectativas acerca del devenir de la economía nacional y del crédito ofrecido por la coalición gubernamental. Sin duda alguna, el 'coge el dinero y corre' proseguirá en el horizonte del corto-medio plazo.
El Gabinete invoca también a la unidad de las fuerzas parlamentarias para diseñar unos Presupuestos progresistas. Pero España no precisa eso, sino un texto presupuestario orientado a reducir el binomio déficit-deuda, poner las finanzas públicas en la senda de la sostenibilidad y conjurar el riesgo de una crisis de deuda. Esta es una condición necesaria para salir de la recesión y hacer posible la reactivación y eso es lo que permite progresar. Por desgracia, ojalá yerre, no cabe esperar que el proyecto de ingresos y gastos que el Gabinete lleve al Parlamento vaya en esa dirección.
Cualquier analista objetivo ha de plantearse si se está ante un Gabinete ajeno a la realidad, dotado de un fino sentido del humor negro o provisto del desparpajo de la picaresca
El gobernador del Banco de España ha pedido un gran pacto de Estado alrededor de la política económica y ha formulado con claridad meridiana cuáles son las medidas que han de ponerse en marcha para superar la dramática situación socioeconómica que atraviesa el país.
El problema es que sus planteamientos no son ni por asomo los de la coalición gubernamental. La combinación de un plan de estabilización acompañado de reformas estructurales es la terapia correcta, la propugnada por la mayoría de los economistas solventes, pero es ajena a la filosofía de este Gobierno.
Desde esa perspectiva, no cabe pedir a la oposición su apoyo a unos Presupuestos que plasmarán un ideario contrario a sus principios y, más importante, incompatible con lo exigido por la coyuntura de la economía española. Ello sería irresponsable porque supondría avalar una estrategia incapaz de sacar al país de la crisis y despojaría de legitimidad a quienes han de constituir la alternativa. En las actuales circunstancias no basta limar las aristas más radicales de la programación económica del Gobierno, sino aplicar una totalmente distinta. Por eso, juntos no podemos acometer esa tarea.