Solía decir José María Marín Quemada que la Comisión Nacional del Mercado de Competencia (CNMC) se sentía más cómoda con seis grandes bancos y otros tantos medianos operando en España que con cuatro grandes grupos copando el mercado, escenario al que vamos.
El hombre que impulsó Luis de Guindos a la presidencia del superregulador creado en tiempos de Mariano Rajoy abandonó el cargo el pasado junio, casi un año después de que venciera su mandato de seis años.
Con su salida y la llegada de Cani Fernández, una mujer de Nadia Calviño e Iván Redondo, a la presidencia del organismo se abría una situación insólita en el tradicional (y bochornoso) reparto de cargos que solían protagonizar los dos grandes partidos políticos.
El PP quedaba marginado en un organismo que tendrá mucho que decir en las fusiones bancarias que se van a negociar en los próximos meses. Pasaba de tener ocho de los 10 puestos en el consejo a uno solo con el sillón que ocupa María Ortiz.
Salían reforzados del reparto, ERC con el nombramiento de Pep Salas y En Comú en Podem, con el de Carlos Aguilar. El PSOE colocaba otros dos nuevos consejeros afines: Ángel Torres y Pilar Sánchez Núñez.
El episodio era recordado por Pablo Casado el pasado miércoles en la rueda de prensa posterior a su encuentro en La Moncloa con el presidente del Gobierno. Decía el líder del PP que tras ese desleal movimiento, Pedro Sánchez le pedía ahora apoyo para renovar otros organismos, como el CGPJ o el Tribunal Constitucional.
Parece que Casado salía de aquella reunión sin tener conocimiento de la gran operación financiera que Sánchez e Isidro Fainé habían pactado, la absorción de Bankia por CaixaBank.
Dos días antes, el presidente del Patronato de la Fundación Bancaria La Caixa había reaparecido en la escena pública al decidir arropar al presidente del Gobierno en su discurso de apertura del curso político.
Fainé estaba incómodo con su mascarilla, que se colocó debajo de la nariz antes de sentarse a escuchar un discurso con poca sustancia en sus palabras y muchas lecturas en sus intencionadas omisiones. Su aparición en la Casa de América suponía su reaparición pública en Madrid, centro de poder que siempre ha tenido en su mirada y que explica mucho sobre su viejo interés por quedarse con Bankia.
Se ha recordado estos días cómo esta operación ya estuvo sobre la mesa durante el mandato de Rajoy y se frustró, entre otros motivos, por el temor de Rodrigo Rato a perder la presidencia. Algo que visto con perspectiva, y a la espera de su sentencia por la salida a Bolsa del banco, hubiera sido un golpe de suerte para el expresidente del FMI que el destino -o la ambición- no le quiso brindar.
Llegó la crisis económica y con ella la política. Los recortes de Artur Mas en Cataluña dieron paso al procés y la ambigüedad con la que Fainé respondió al independentismo enfrió sus relaciones con el Gobierno central. No del todo, como lo demostró Luis de Guindos al apañar un Decreto in extremis para que CaixaBank pudiera trasladar su sede a Valencia y colocarla... a tres minutos a pie de la de Bankia.
A partir de entonces fue su hombre de confianza, Jaume Giró quien manejó entre bambalinas las relaciones entre el poder de Madrid y el filántropo catalán. El exdirector general de la Fundación llevó el contacto con Soraya Sáenz de Santamaría y, tras la moción de censura, con Iván Redondo, al que llegó a presentar en algún acto público antes de las elecciones que dieron lugar al abrazo del acuerdo del Comedor en diciembre de 2019.
Para esa fecha, Fainé ya había anunciado el divorcio con Giró, que abandonó la Fundación antes de unos Reyes Magos marcados por la investidura de Sánchez como presidente.
En este tiempo, Fainé -otrora miembro del 'núcleo duro' del Consejo de la Competitividad de César Alierta- ha tendido puentes con La Moncloa y ha sabido aprovechar el momento para cumplir con su sueño de que CaixaBank compre Bankia.
El presidente de la Fundación Bancaria ha sabido recolocarse en el tablero político con gran habilidad. Algunos meses antes de su reaparición pública, colaboradores directos del presidente del Gobierno ensalzaban en privado la figura del financiero catalán. Es más, llegaban a contrastar su "patriotismo" con el de otros líderes bancarios como Ana Botín y Carlos Torres en un momento en el que la tributación de las filiales en el extranjero estaba en el punto de mira de La Moncloa.
CaixaBank tiene prácticamente todo su negocio en España y estaba fuera de ese debate, al tiempo que se ve más expuesta a la crisis económica nacional derivada del coronavirus. Los problemas de rentabilidad de toda la banca obligaban a mover ficha y de manera discreta, Fainé ha sabido coger una ola que deja fuera de juego a muchos actores y consagra su carrera.
En el sector financiero, el movimiento ha descolocado a Josep Oliu que, con un banco que ya apenas vale en bolsa 2.000 millones en sus mejores días, estaba abocado a protagonizar el primer movimiento corporativo del sector financiero español.
La operación de Fainé descoloca a muchos actores. En el mundo financiero a Oliu y Gual, en el político a Iglesias y Casado
En las quinielas de esa boda bancaria, Bankia era uno de los posibles novios, pero si el 13 de septiembre se confirma su absorción por CaixaBank, tendrá que dejarse querer por otros en un momento difícil para el banco tanto por la baja rentabilidad del mercado español, como por los problemas de su filial británica TSB.
También deja en una situación complicada al actual presidente de CaixaBank, Jordi Gual, que si Fainé quiere -porque "quien paga, manda", recuerda alguien que conoce bien la operación- quedará fuera de la ecuación para ser relevado por José Ignacio Goirigolzarri, que representaría a un nuevo gran banco gestionado por Gonzalo Gortázar.
Se trata de los dos altos ejecutivos de la banca más valorados por Fainé, que tiene un quinteto de gestores que considera que representan una nueva generación de grandes ejecutivos españoles. Francisco Reynés, José María Álvarez-Pallete y Josu Jon Imaz completan ese listado.
En el terreno político, la operación de Fainé deja en aguas de borraja el discurso de Pablo Iglesias, como es evidente. Pero también desfigura a Pablo Casado.
Sin peso en Competencia, a punto de perderlo en la CNMV, y aislado por la estrategia de Sánchez, el PP tendrá poco que decir en esta ronda de fusiones que acaba de abrirse en España.
Casado poco podrá hacer para tener voz en este baile de operaciones, salidas de directivos y renovaciones de consejos que iremos siguiendo este otoño. Tampoco podrá poner objeciones a una operación inteligente con mucho sentido empresarial y apoyada por los reguladores. Una fusión por absorción para mejorar la rentabilidad que, además, acerca la meta de privatizar Bankia.
Y una operación que permitirá ingresar más dividendos a la Obra Social, la auténtica obsesión de Isidro Fainé.
ATENTOS A...
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