El mundo entero se ha vuelto extrañamente activista. Bueno…, es falso que se haya vuelto. Siempre lo ha sido. Ahora se nota más porque es lo que tiene el presente, que se nota más que el pasado y que el futuro.
El activismo libera a mucha gente del enclaustramiento social y siempre ha tenido un efecto terapéutico, como los roperos parroquiales y cualquier otra actividad colectiva, incluyendo los deportes. Pero resulta chocante escuchar el elogio del activismo en personalidades como la actual ministra de Asuntos Exteriores en sus declaraciones de hace no mucho a la Cadena Ser: “Yo es que soy una activista de los consensos”. Si hubiera dicho algo así su predecesor en el cargo, Alfonso Dastis, o aquel Fernando Morán, sobre quien tantos chistes se hicieron, las carcajadas se hubieran oído en el Perú. Ese es el recorrido de los 35 años últimos, desde “la paciencia franciscana” que Fernando Morán atribuía a Giulio Andreotti durante las negociaciones para el acceso de España a la Comunidad Económica Europea hasta el “activismo de los consensos”.
Lo malo del activismo perpetuo es que reduce la lectura de cualquier texto a la consulta del I Ching o “libro de las mutaciones”. El I Ching es un libro oracular chino lleno de sabiduría que permite adivinar tu propio futuro por un procedimiento que se inicia con echar unos palillos (algo así como tirar los dados) y leer en la página que los palillos han indicado que hay que leer. Y siempre acierta. ¿Dónde está el truco? En la proyección que cada cual hace de sus preocupaciones, ansiedades, anhelos y expectativas sobre lo que lee. De ahí que parezca que siempre está diciendo algo interesante y premonitorio al que lo consulta.
Un activista elige un solo periódico para leer y unas solas orejeras para escuchar. De modo que cualquier visión desapasionada (o menos apasionada que la suya) sobre cualquier tema le parecerá partidista… del partido contrario al suyo (para qué hablar de cuando esa visión es la opuesta…).
Nadie está a salvo de que la realidad le haga una jugarreta así. Hasta los científicos caen en las redes del activismo (Einstein se pasó más de media vida haciendo activismo contra la mecánica cuántica, que hoy se despliega ante nuestros ojos en el día a día) pero una cosa es eso y otra llevarlo por bandera como nuestra ministra de exteriores. Y menos en un momento que vuelve a ser delicado, como el de la ejecución del Brexit donde, que se vea, su activismo está siendo nulo. Y donde, además, si lo pusiera en práctica, se toparía con un “activista de los disensos” como es Boris Johnson.
Boris Johnson ha decidido que él es un activista rompedor de consensos y se ha lanzado a sabotear parte del Acuerdo que firmó con la Unión Europea hace solo once meses
Sí, Boris Johnson, esa caricatura europea de Donald Trump, pero sin el mando en plaza extraordinario que tiene Trump, ha decidido que él es un activista rompedor de consensos y se ha lanzado a sabotear parte del Acuerdo que firmó con la Unión Europea hace solo once meses. Ya resultaba muy extraño que entonces se aviniera a ese acuerdo que vulneraba, en mayor o menor medida, la integridad constitucional del Reino Unido. Pero se acercaban unas elecciones (que ganó de calle) y mejor tener pacificado el asunto. Pero el acuerdo era demasiado bonito para ser creíble.
Y ahora la Unión Europea se encuentra otra vez, si no en el punto de partida de la negociación del Brexit, sí en una situación muy parecida.
¿Por qué era poco creíble que la UE y Reino Unido hubieran alcanzado un acuerdo definitivo? Porque incluía un Protocolo sobre Irlanda del Norte que difícilmente aceptarían los británicos antieuropeos más radicales. Y es que, a pesar de lo ingenioso de la solución que se le daba a las relaciones de Irlanda del Norte con la UE, no les faltaba razón a quienes le oponían el principio de la integridad constitucional de Reino Unido: por el Protocolo para Irlanda del Norte ésta adquiría un estatuto un tanto extraño por el que seguía estando y no estando en la UE a la vez. Con ello se conseguía evitar que hubiera una frontera entre las dos Irlandas (lo que podría poner en peligro el Acuerdo de Viernes Santo, por el que el terrorismo del IRA se dio por liquidado) y que, simultáneamente, Irlanda del Norte siguiera formando parte de Reino Unido, que se salía de la UE.
A efectos comerciales lo que esto quería decir es que Irlanda del Norte seguiría gozando del privilegio de la libertad de comercio con la UE (además de tenerlo, claro está, con el resto de Reino Unido) aunque hubiera que vigilar las re-exportaciones desde Irlanda del Norte a la UE, para que no se convirtiera en un coladero por el que escapar a los aranceles que la UE impondría a Reino Unido una vez éste estuviera fuera de la Unión. Dicho de otra manera: en vez de establecer la frontera entre las dos Irlandas una vez ejecutado el Brexit, la frontera estaría en el mar de Irlanda, ese brazo de mar entre las dos islas. O, más complicado aún, habría esas dos fronteras, virtuales y reales, intermitentes.
Con una propuesta de nueva legislación que Boris Johnson envió al Parlamento británico la semana pasada, y que la Cámara Baja aprobó, se rompe ese acuerdo tan ingenioso como falto de realismo que se había alcanzado hace un año. Las acusaciones de violación de un Tratado Internacional, tanto dentro como fuera de Reino Unido, no se han hecho esperar, y a los muchos problemas que aquejan en 2020 a la economía y a la sanidad mundial se ha venido a sumar esta pirueta de Boris Johnson.
La reacción en los mercados de divisas ha sido contundente y la libra esterlina ha vuelto a cotizar frente al euro en uno de sus valores más bajos: 1,08 euros por libra, muy cerca de los peores momentos de su historia y solo empeorado por el 1,02 de diciembre de 2008, en plena crisis financiera. Dicho de otra forma, la libra cotiza ahora en 1,08 que es un nivel similar al de los meses posteriores a la votación del referéndum sobre el Brexit.
La libra cotiza ahora en 1,08 que es un nivel similar al de los meses posteriores a la votación del referéndum sobre el Brexit
Tampoco la Bolsa de Londres se ha escapado así como así del asunto: es la que menos recuperaba hace unos días (solo un 16%) de entre las Bolsas más importantes, tras la caída que tuvieron todas en marzo por la pandemia. Hay que irse al Ibex 35 para encontrar un comportamiento exactamente igual de malo.
Si ampliamos el campo de visión y nos vamos hacia atrás, hasta junio del año 2016, las cotizaciones de la Bolsa de Londres (medidas por el índice FTSE 100) están en 6.007, exactamente en el mismo lugar en que estaban en la mañana en que se conocieron los resultados del referéndum sobre el Brexit.
Las incertidumbres que planean sobre Reino Unido son de tal calibre que, en un momento como el actual, en que los tipos de interés de la deuda pública a diez años de los países desarrollados han tenido una fuerte bajada, los de la del Reino Unido no se han beneficiado tanto como los de los demás y están muy poco por debajo de donde se encontraban en el verano de 2016: 0,48% entonces y 0,18% ahora (solo 0,30% menos; piénsese que la de EEUU ha bajado un 1% y la de España 0,70%; y eso que el Banco de Inglaterra le entrega ya dinero directamente al Tesoro británico).
Desde el punto de vista de los mercados financieros el “activismo de los disensos” de Boris Johnson emplaza, pues, la pelota para que siga el juego en el mismo lugar en que lo había dejado el referéndum que, en junio de 2016, decidió la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Todo queda abierto una vez más.
Mientras tanto Reino Unido sigue firmando a toda velocidad acuerdos bilaterales de comercio con todo el que se deja: ya van 19, firmados con 48 países. Esos tratados no son más que una copia de los que ya tenía firmados la Unión Europea con ellos. Hasta tal punto que incluyen la adhesión de Reino Unido al Tratado de Libre Comercio del Pacífico (TPP). Algo que su amigo Donald Trump le reprocharía si no estuviera ocupado con otros menesteres, ya que una de las primeras medidas que tomó el actual presidente de EEUU fue precisamente salirse de ese acuerdo, promovido por Obama.
Y así tenemos a Boris Johnson transformado en Conde de Lampedusa, cambiándolo todo para que todo siga igual. Las leyes naturales que rigen el comercio se imponen al activismo y, probablemente, harán que Reino Unido retroceda justo al borde del abismo. Para que todo siga igual. O muy parecido.