El reciente positivo por Covid de Trump ha incorporado un factor inesperado en la ecuación de las elecciones americanas que para la opinión general supone un elemento de inestabilidad en su resultado. Aunque las encuestas de intención de voto y el favoritismo que despierta Biden fuera de Estados Unidos permitían trabajar sobre la tesis de una victoria demócrata, hay un giro inesperado que abre algunos interrogantes.
Primero porque ya sabemos qué pasó con la condición de favorita de Hillary Clinton en 2016. Y segundo, porque la vuelta a la campaña de un Trump renacido, dicho esto con reserva, le harán jugar bazas impredecibles que pueden reconducir la opinión del electorado sobre un candidato que da muestras de sentirse mejor con la necesidad de remontar. De hecho, los medios americanos tratan el resultado electoral como una derrota o una victoria de Trump, como si todo dependiera del bando presidencial y no del candidato.
Esa dosis de incertidumbre lleva a mirar con cuidado la reacción que los inversores podrían tener en función del vencedor. Tratándose de una tendencia de largo plazo que arrastra un potente componente alcista, tanto en bonos como en acciones, la interpretación de las elecciones no puede realizarse en clave de un día. En otras palabras, el movimiento de los mercados la jornada posterior a las elecciones no es relevante pues solo recogerá la reacción de los sectores que los inversores consideren serán más o menos penalizados. Hay que recordar que la derrota de Clinton hace cuatro años generó el día posterior a las elecciones una montaña rusa, de la que solamente se desmarcó México, que acabó finalmente por generar el 'efecto Trump' y llevar a la bolsa americana a máximos históricos.
La pregunta que planteo desde esta tribuna de pensamiento económico es, por tanto, si una victoria demócrata podría traer un eventual giro de la tendencia que sigue impulsando los mercados, no si el día después será alcista o bajista.
La reciente mejora del cuadro macro es evidente y lo seguirá siendo en el último trimestre del año, lo cual beneficia a Trump en la medida que el electorado puede pensar que un cambio truncaría la inercia de recuperación. Biden, por su parte, puede aprovechar que el rebote es un hecho sobrevenido a la reapertura de la actividad y que sus propuestas en materia económica apuntalan la recuperación hasta que la misma sea total. No olvidemos que el nuevo paquete de ayudas ya ha sido aprobado por la Cámara de Representantes, por lo que tampoco el segundo cheque que recibirán los americanos debería ser un arma electoral.
Así pues, nada de lo que ocurra en materia económica apunta a desestabilizar los mercados de cara a las elecciones porque ni Trump ni Biden van a poner coto al mastodóntico endeudamiento ni a poner freno al crecimiento del déficit.
La clave es entender que el futuro presidente de los EEUU no va a alterar la política monetaria de la Fed, verdadero artífice de la tendencia alcista de los mercados desde hace dos décadas.
Ni Trump ni Biden van a poner coto al mastodóntico endeudamiento ni a poner freno al crecimiento del déficit
El estratega Charles Dumas aludió en una ocasión a la “ignorancia asimétrica” de Alan Greenspan cuando afirmó que el que fuera presidente de la Fed sabía cuándo los mercados estaban demasiado bajos pero no cuándo demasiado altos.
Efectivamente, el mandato de Greenspan se ha distinguido por una importante dosis intervencionista. La primera fue en 1987 cuando, tras el famoso 'lunes negro' del 20 de octubre, realizó una inyección de liquidez sin precedentes. Años después, con el estallido de la burbuja tecnológica, la Fed volvió a rescatar a los mercados con una prolongada e innecesaria bajada de tipos de interés. Las intervenciones de Greenspan en el pinchazo de cada burbuja proporcionó a los inversores una apuesta segura. Si los mercados caían, la Fed intervendría, pero no así si subían, dando a conocer lo que se denominó como la “put de Greenspan”.
Este hecho tiene mucho con ver con la apuesta que el mercado de valores realizará sobre el eventual vencedor de las elecciones americanas. Mi opinión es muy clara al respecto. Es absolutamente indiferente si el color para los próximos cuatro años del vencedor será el azul o el rojo. La hipotética reacción de las bolsas a medio plazo va a seguir sostenida por la “put de Greenspan” que ahora ejerce Powell. Si, como nadie discute, las políticas fiscales y la actitud monetarista de la Fed se mantienen, no hay duda alguna que la estrategia ganadora seguirá siendo la de invertir en momentum. Los bonos no encontrarán razones para bajar de precio y las bolsas seguirán expandiendo sus múltiplos de beneficios. Todo contra la lógica de la razón económica que insiste en lo insostenible de prolongar esta tendencia.