Los enemigos de Trump están a estas horas como la España de finales del siglo XVI en la que, al ver lo que se prolongaba la vida de un Felipe II enfermo y agonizante, corría el dicho, en forma de calambur (atribuido al que había sido su embajador en Inglaterra Bernardino de Mendoza) de que “si el Rey no muere, el Reino muere”. Aunque en este caso se trate de la República de los EEUU de América y el calambur desaparezca al traducirlo al inglés: If the King doesn’t die, the Kingdom dies.
La precipitación durante el fin de semana para enviar a Trump, en el mejor de los casos, al “limbo de los justos o seno de Abraham” fue tanta que tuvo que salir él mismo ayer en la madrugada española, replicando con aquello de que “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Y no es que se le viera con muy buena salud precisamente, pero la rapidez con que se le atribuía a la Covid-19 la liquidación de Trump se saltaba a la torera las fases estándar de la enfermedad, que suele ir un poco más lenta, aunque haya de todo en el comportamiento errático de este coronavirus bautizado como SARS-COV-2.
Solo un día antes de conocerse la hospitalización de Donald Trump, se publicaba que la tasa de desempleo en EEUU correspondiente al mes de septiembre era de 7,9%. Esa tasa, tomada aisladamente, no augura nada bueno para sus aspiraciones a ser reelegido presidente de los EEUU, ya que ninguno ha renovado el puesto en los últimos 71 años con una cifra de paro tan alta. Solo Ronald Reagan, a pesar de tener la tasa de paro en 7,4%, en octubre de 1984, consiguió la proeza de renovar. A Carter, en cambio, una tasa de paro también del 7,4% le había costado la presidencia en 1980, precisa e irónicamente al enfrentarse a Reagan. Es algo curioso que tienen los EEUU: desde 1950, salvo en el caso de Jimmy Carter, el Partido Demócrata siempre es desalojado del poder con la tasa de paro en mínimos, mientras que al Partido Republicano solo le perjudica cuando la tiene muy elevada.
Es decir, fijándonos solo en la tasa de desempleo, la perspectiva electoral para Trump y el Partido Republicano sería prácticamente desesperada. Pero esta es una ocasión muy rara en la que se combina ese paro tan elevado con el hecho de que los ciudadanos no tienen la percepción de estar en una mala situación: el índice de confianza de los consumidores está muy por encima de lo que se correspondería normalmente con un desempleo tan alto. De hecho, está en 102, que es un nivel cercano a aquellos en que algunos presidentes norteamericanos renovaban la presidencia (por ejemplo, Reagan lo tenía en 105) y muy por encima de donde la renovaron otros, desde George W. Bush (93) al mismísimo Obama (73).
Ese nivel tan alto de confianza de los consumidores se debe sin duda a las políticas de gasto público que se han aplicado (lo mismo en EEUU que en España; en fin, en todas partes) durante la pandemia para aligerar el impacto y la pobreza que, de otra forma, hubiera afectado a esos consumidores que, por ahora, no se muestran extremadamente preocupados: piénsese que en la crisis financiera, cuando fue elegido Obama por primera vez, la confianza de los consumidores la había dejado Bush hijo en 39 (y el paro en 6,5%).
También, como ya hemos comentado aquí en otra ocasión, la productividad por hora trabajada en EEUU favorece la reelección de Trump.
Lo cierto es que la enfermedad de Trump ha dado un vuelco al tablero y añadido un plus de incertidumbre a las elecciones por la doble incógnita de si sobrevivirá a la enfermedad (y en qué condiciones físicas y mentales) y si, en caso de no poder llegar a la cita como candidato, eso favorecería o perjudicaría al Partido Republicano. Lo que parece cierto es que, de salir indemne de este golpe del destino, Donald Trump habría conseguido la mejor publicidad gratis con que jamás pudiese haber soñado: ser el centro aplastante de la actualidad informativa durante las próximas semanas, muy por encima de la atención que obtendrá su rival y candidato demócrata Joe Biden.
De salir indemne de este golpe del destino, Donald Trump habría conseguido la mejor publicidad gratis con que jamás pudiese haber soñado
El impacto que la pura enfermedad pudiera tener en las urnas no debería perjudicarle mucho, a juzgar por el parte médico con el que Franklin Delano Roosevelt (FDR) llegó a las elecciones de 1944: “con edad de 62 años, capacidad pulmonar reducida, hipertensión, bronquitis aguda y, mucho más grave, insuficiencia cardíaca congestiva aguda”. FDR ganó las elecciones por cuarta vez, aunque las circunstancias eran muy distintas de las actuales.
La falta de percepción que tienen los consumidores norteamericanos de la gravedad de la situación en que están (y que favorece a Trump) es la misma que permite a la Ministra de Trabajo española mostrarse justamente orgullosa de los ERTE, que aquí han permitido que la tasa de desempleo no se haya ido al 25%, lo que hace que el PSOE, partido que encabeza el gobierno actual, siga ganando en las encuestas. Pero todos, ministros, consumidores españoles y americanos, deberían ser conscientes de que ya estamos como el coyote en los dibujos animados de Bugs Bunny: corriendo sobre el abismo, sin caer en la cuenta de que el borde del precipicio ya está sobrepasado (tal es la afortunada imagen que ha utilizado el periodista anglo-holandés Simon Kuper y que me comunica un seguidor en Twitter).
Pero es que el mundo no es más que un juego de apariencias que, a veces, coincide con la realidad mostrenca y otras se aleja alegre, o tristemente, de ellas, lo que hace que la conexión entre realidad y argumentos sea en ocasiones pura coincidencia. Y todo ello enrevesado por el juego y la dialéctica partidaria que hace que los silogismos falsos se cuelen con toda facilidad entre nosotros, mezclados con ríos de propaganda, por una parte, y obcecación ideológica por otra.
Esos fallos de lógica parece que afectan hasta al tribunal que ha juzgado el caso Bankia y que ha concluido que, como el presunto (y por ahora, según esa conclusión, inexistente) delito de falseamiento de las cuentas del banco para su salida a bolsa se produjera a la vista de los policías encargados del caso (Banco de España, CNMV y empresas auditoras), eso quiere decir que no hubo delito. Como si los fallos de la policía hubieran dejado alguna vez exento de culpa a nadie. En realidad, parece como si el tribunal hubiera preferido no entrar en el fondo de la cuestión.
Tampoco parecen aplicar bien la lógica quienes piden una condena para esos mismos 'policías': no suele condenarse a quienes no consiguen evitar un delito, salvo que se probara la mala fe o la connivencia.
Habría que remontarse a 1981 y el caso de la importación del aceite de colza desnaturalizado con anilina en que los que burlaron a la Dirección General de Comercio Exterior, a la Dirección General de Aduanas, al Ministerio de Industria y, si se me apura, al departamento de cambio de divisas del Banco de España, para comprobar que eso no impidió que los jueces entraran en el fondo de la cuestión y decidieran condenar a 40 años a unos y dejar exentos de responsabilidad a los funcionarios procesados (salvo uno de ellos al que condenó la Audiencia Nacional por imprudencia simple a pagar una multa, y eso con el voto en contra de uno de los magistrados).
La lucha partidista también nubla las cabezas por doquier. Así vemos que, en un extremo del arco político, se aplica este silogismo (o regla de tres) falso en el que, si el responsable de la mala gestión de la pandemia en EEUU es Trump; en Brasil, Bolsonaro, y en Reino Unido, Boris Johnson, la conclusión es que en España el responsable es Isabel Díaz Ayuso. Quienes así argumentan, en su furor partidario, no caen en la cuenta de que con ello elevan a Díaz Ayuso a la categoría de líder nacional, que no solo protagoniza una lucha de titanes con Pedro Sánchez, sino que se codea con los líderes mundiales y está a punto de entrar en el G7... Fallo de la lógica más elemental que no le quita a Ayuso responsabilidad, especialmente grave durante el verano, pero que termina nublando las mentes de “los Hunos y Hotros” (que hubiera dicho Unamuno) e impide lo que serían las soluciones más racionales a un problema endemoniado como es el de confinar Madrid.
¿Es que no se le ha ocurrido a nadie pensar que lo lógico, tras haber medio-decretado el Gobierno central que había que confinar la capital de España y otros municipios de su región, se tendría que haber mantenido también el confinamiento de los barrios o distritos sanitarios más afectados por la pandemia que había dictado Ayuso, y más tras conocerse que la incidencia de la Covid-19 acumulaba cuatro días de caída, atribuible o no a esos confinamientos previos?
¡Ah no! Eso sería una solución de síntesis y se deja para las plantas, que saben hacerlo mejor, además de que lo hacen a la luz del día (eso es muy peligroso para los políticos) y, para colmo, obtienen unos excelentes resultados: ¡la clorofila!
¡A la política española no le vendría mal un poco de foto- síntesis!