La crisis de la Covid-19 nos ha traído un fenómeno, por otra parte, natural: el de encerrarnos en nosotros mismos. Con la vuelta a la 'normalidad', una parte de la población habrá experimentado una lógica preocupación por el uso del transporte público. Es posible que estén dejando de viajar en metro o en autobús y buscando otra forma acudir al trabajo.
No hay ninguna duda de que una situación como ésta pondrá más coches en las calles. Los analistas, de hecho, ya están pronosticando que habrá atascos nunca vistos en la mayoría de las zonas urbanas del mundo.
Si nos fijamos en lo que pasa en Pekín, los datos sobre los desplazamientos en los días laborables muestran una recuperación del uso del metro de alrededor del 52% en comparación con los meses anteriores a la Covid, mientras que la congestión de las carreteras en las horas punta está un 50% por encima de los niveles normales.
Los analistas ya están pronosticando que habrá atascos nunca vistos en la mayoría de las zonas urbanas del mundo
Una vuelta masiva al autosolismo no será una buena noticia para nadie, por varias razones. Para empezar, más tráfico significa un aumento del consumo de combustible, lo que llevará a más emisiones de CO2 y a un incremento del precio de la gasolina.
Además, no parece muy probable que el teletrabajo compense el trasvase del transporte compartido a ese autosolismo. La razón es que este nuevo modo de trabajo tiende a crear necesidades energéticas individuales que, combinadas, podrían ser mayores que cuando los empleados trabajan desde una oficina.
Un aumento del autosolismo también provocará, sin duda, más problemas de salud relacionados con el aumento de la contaminación, e intensificará la crisis económica.
Los nuevos propietarios de coches serían los más expuestos a esta presión financiera adicional: tener un coche representa costes de más de 3.000 euros al año de media. Pero eso no es todo. Los atascos cuestan alrededor de 5.500 millones de euros cada año a la economía española. Suficiente para frenar significativamente la recuperación económica nacional.
Pero afortunadamente, en este período de incertidumbre debido al confinamiento también han sucedido cosas buenas. Las bicicletas y patinetes aumentaron exponencialmente su popularidad en la mayoría de las grandes ciudades del mundo, una gran noticia para una movilidad más sostenible.
Aunque muchos de estos desplazamientos por su larga distancia se seguirán haciendo en coche, las bicicletas son perfectas para los viajes dentro de la ciudad, mientras que el coche compartido ofrece conexiones en distancias más largas.
El confinamiento también nos ha aleccionado en la sobriedad. Muchos de nosotros dimos un paso atrás y, enfrentados cara a cara con un mundo a un ritmo más lento y con menos opciones, empezamos a cuestionarnos modos de vida y hábitos de consumo anteriores. Eso nos ha llevado a aspirar y perseguir un estilo de vida más sostenible. Por eso, deberíamos aprovechar esta oportunidad única para acelerar el cambio de nuestros hábitos y repensar fundamentalmente la forma en que utilizamos el transporte en nuestra vida diaria.
El confinamiento nos ha llevado a aspirar y perseguir un estilo de vida más sostenible
Imaginemos un mundo en el que la carretera se liberara de tres cuartas partes de sus coches. Sin tráfico; sin problemas para aparcar. Un mundo en el que el viajero medio ganaría 150 horas al año, en el que las ciudades serían más habitables y la contaminación disminuiría.
La buena noticia es que este mundo es posible y, para hacerlo realidad, no necesitamos construir desde cero una red de transporte completa con toda su infraestructura, vehículos y costes relacionados. Esta red ya está ahí.
En España, unos 14 millones de personas usan su coche todos los días para ir al trabajo y en la mayor parte del tiempo el conductor viaja solo. En otras palabras, cada mañana podríamos sentar a toda la población española en coches que ya están en la carretera.
Compartir trayecto en un viaje diario es una cuestión de hábito. Todos sabemos que cambiar las costumbres lleva tiempo, un tiempo del que no disponemos teniendo en cuenta lo que está en juego en el medio ambiente. Así que es hora de enterrar los malos hábitos, acelerar la transformación y compartir la carretera.
Gracias a la tecnología, encontrar a la persona idónea para compartir un viaje nunca ha sido tan fácil como ahora. Los gobiernos de todos los países, también el de España, tiene un papel clave para acelerar este cambio creando un marco regulatorio del uso del coche compartido. Estoy seguro de que cada vez nos avergonzará más conducir solos un coche. Conducir solo debe pertenecer al pasado, al mundo de ayer.
*** Nicolas Brusson es CEO y cofundador de BlaBlaCar.