"Guerra civil". Eso es lo que el antiguo director de Monetización de Facebook Tim Kendall responde cuando se le pregunta qué es lo que más le preocupa sobre el efecto las plataformas digitales en The Social Dilemma. Y lo peor de todo es que matiza que es lo que más le preocupa a corto plazo.
Si le parece una opinión exagerada, le recomiendo que lo vea cuanto antes. Estrenado en Netflix en septiembre, incluye testimonios de expertos y de varios antiguos altos cargos de empresas tecnológicas para dar una idea condensada de cómo funcionan sus algoritmos, cuáles son sus objetivos de negocio y, lo más importante, qué efectos están teniendo en la sociedad.
No hace falta ser futurólogo para imaginar un mundo en el que una campaña publicitaria afecta al resultado de unas elecciones, o en el que una noticia falsa provoca linchamientos o muertes por consumo de productos contraindicados. Y si no hace falta es porque ya está pasando, como refleja el documental.
No hace falta ser futurólogo para imaginar un mundo en el que una campaña publicitaria afecta al resultado de unas elecciones
Por su puesto, las críticas desde los gigantes de Silicon Valley no se han hecho esperar. "Debemos hablar sobre el impacto de las redes sociales en nuestras vidas. Pero The Social Dilemma esconde la sustancia en el sensacionalismo", advierte un reciente comunicado de Facebook.
Es cierto que The Social Dilemma expone las consecuencias más graves del funcionamiento de las plataformas, como la génesis de la polarización y el extremismo. Pero, el hecho de que la mayoría de los usuarios no acabe deslizándose por esta pendiente de odio y desinformación no significa que los algoritmos no estén diseñados para conseguirlo.
No es que sus responsables los hayan creado con la misión de convencernos de que la tierra es plana, de que las vacunas causan autismo y de que el coronavirus no existe. Pero, lo que sí han hecho es diseñarlos para "mejorar la experiencia de las personas que los usan", como dice Facebook en su comunicado.
¿A qué se refiere con "mejorar la experiencia"? Básicamente, a entender los gustos e intereses de cada persona para poder mostrarle más contenidos en esa misma línea. Y, aunque a priori suena bien, es imprescindible tener en cuenta que las redes sociales están plagadas de noticias falsas y teorías de la conspiración, generalmente patrocinados por anunciantes y empresas con objetivos perversos.
Si un usuario demuestra un mínimo de curiosidad por alguno de estos temas, el algoritmo empezará a ofrecerle contenidos relacionados, independientemente del efecto que genere en ellos. Es decir, que a Facebook, Google, YouTube y demás les da igual que sus usuarios estén bien informados y sean mejores miembros de la sociedad, siempre y cuando disfruten de la experiencia.
Y no solo que la disfruten, sino que lo hagan el mayor tiempo posible. Esta es otra de las grandes críticas a las redes sociales que aborda The Social Dilemma: están diseñadas para generar adicción. Hace un par de semanas, el propio Kendall admitió ante el Congreso de EE. UU. que había "utilizado estrategias de la industria tabacalera para hacer que su oferta resultara adictiva desde el principio".
La red social se defiende afirmando que quiere "ofrecer valor a las personas, no solo impulsar el uso", pero el argumento resulta más bien cómico dado que reconoce abiertamente que sí intenta estimular que la gente consuma sus productos. Hasta el propio antiguo director de Facebook Sean Parker reconoce en el documental que descubrieron cómo "explotar la psicología humana" y lo hicieron "conscientemente".
No hay nada de malo en que una empresa privada quiera aumentar su base de clientes y usuarios. Es lo lógico dado que su objetivo es ganar dinero. El problema es que, con el tiempo, las empresas tecnológicas han empezado a gobernar muchos aspectos de nuestra vida individual y en sociedad, y lo han hecho casi sin regulación.
El problema es que, con el tiempo, las empresas tecnológicas han empezado a gobernar muchos aspectos de nuestra vida individual y en sociedad, y lo han hecho casi sin regulación.
Gobiernan nuestra manera de informarnos, de entretenernos, de acceder a bienes y servicios y de relacionarnos unos con otros. Además, desarrollan productos para terceros y venden datos de una forma totalmente opaca. Es por ello por lo que ya hay expertos que piden a gritos una coalición global digital similar al G20 que diseñe reglas y pautas para las empresas tecnológicas, con su propio tribunal internacional independiente similar al de La Haya.
No tengo espacio suficiente en mi amada columna para repasar todos los problemas de las redes sociales. The Social Dilemma tampoco lo hace. Además de sensacionalista, no profundiza lo suficiente en el terrible y enorme impacto de estas plataformas ni ofrece demasiadas soluciones al dilema. Sin embargo, le recomiendo que lo vea porque créame cuando le digo que Kendall no exagera al preocuparse por una guerra civil.