Algunas de las cuestiones más importantes de la humanidad dependen de lo que pase en unas horas en Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Si el recuento de votos se salda con la victoria de Donald Trump, en los próximos cuatro años "podría tomar muchas decisiones realmente malas y aniquilar muchas formas de vida", advierte la asesora sénior del Fondo para la Defensa del Medio Ambiente, Jane Long.
Aunque mientras escribo estas líneas todavía no sabemos si la predicción de esta experta climática se cumplirá, lo que sí sabemos es que, al mismo tiempo que la mayor parte de la gente presta atención a las urnas de Estados Unidos, el país acaba de abandonar definitivamente el Acuerdo de París.
Aunque la medida no había podido hacerse efectiva hasta ayer por cuestiones legales, Trump anunció su intención de salir del pacto poco después de convertirse en presidente. En junio de 2017 afirmó: "El Acuerdo de París perjudica a la economía de Estados Unidos […]. No pone a Estados Unidos en primer lugar. Yo sí lo hago".
Su decisión de abandonar uno de los mayores pactos climáticos de la historia "envía una señal al resto del mundo que dice: 'Mire, cada nación debe velar por sí misma, así que vayamos por la trayectoria de desarrollo más barata y que se jo*** los demás'", afirma el científico atmosférico del Instituto Carnegie, Ken Caldeira.
Mientras la mayor parte de la gente presta atención a las urnas de EEUU, el país acaba de abandonar definitivamente el Acuerdo de París
Pero, su rechazo al Acuerdo de París solo es una de las razones por las que un buen número de expertos climáticos, incluidos Long y Caldeira, teme que el empresario vuelva a hacerse con el liderazgo de EEUU. En los últimos cuatro años, Trump ha revertido 72 regulaciones ambientales y está en proceso de dar marcha atrás a otras 27.
Entre las más flagrantes, destacan la relajación de las normas que obligan a las empresas de petróleo y gas a prevenir fugas de metano, y la derogación de un requisito para que las autoridades monitoricen las emisiones de los vehículos en las carreteras. Estos dos ejemplos solo demuestran que Trump no tiene el menor interés en que sus empresas y ciudadanos se esfuercen por reducir su producción de gases de efecto invernadero.
En el Foro de Davos de este año rechazó a los "profetas de la fatalidad" ambientales y a sus "predicciones apocalípticas", en un discurso sospechosamente parecido al que recientemente hizo un político español, cuya ideología también se parece sospechosamente a la de Trump. Y hace varios años afirmó que el calentamiento global es un concepto creado por "los chinos para conseguir que la fabricación de EEUU deje de ser competitiva".
Esta declaración resulta especialmente ridícula si se tiene en cuenta que China se ha posicionado como líder indiscutible de la energía limpia. En los últimos años, se ha convertido en el principal productor mundial de paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y baterías de iones de litio. Además, su presidente, Xi Jinping, anunció recientemente sus planes para alcanzar la neutralidad en carbono para 2060.
También es cierto que el espectacular avance de China en estas industrias ha sido posible, en parte, a que desde hace años también es el país con mayores emisiones de gases de efecto invernadero.
Por eso, un argumento común entre quienes rechazan la lucha climática es que no sirve de nada que Europa o EEUU se esfuercen por reducir sus niveles de polución mientras los del gigante asiático y otros países en vías de desarrollo como la India no hacen más que aumentar.
Pero ese razonamiento es completamente injusto, especialmente para las economías más rezagadas. Entre 1850 y 2011, la Unión Europea y Estados Unidos fueron responsables del 52 % de las emisiones mundiales, frente al 11 % de China y al triste 2 % de la India. Así que, tras más de un siglo y medio liderando la contaminación atmosférica, no es justo que ahora las naciones más prósperas exijan igualdad en los compromisos climáticos.
Las economías que más se han beneficiado de la destrucción de la naturaleza deben ser las que más se esfuercen por luchar contra la emergencia climática. La Unión Europea lo comprende y China parece que también (o, como mínimo, entiende los beneficios de invertir en la creciente industria de la energía limpia).
Pero, si Trump vuelve a ocupar el trono de la Casa Blanca, el planeta se quedará sin París y casi sin opciones de supervivencia a medio plazo. Esperemos que en Michigan, Pensilvania y Wisconsin sean conscientes de eso.