La propagación de la Covid-19 está siendo desde principios de año la principal preocupación a escala mundial. Se trata de una crisis sin precedentes, con significativos y crecientes costes humanos, económicos y sociales, y con un elevado grado de incertidumbre.
La pandemia y las medidas de restricción a la actividad económica y a la movilidad aprobadas por los Gobiernos derivaron en profundos efectos sobre la actividad global en el primer semestre de 2020, con una repercusión inmediata en sectores dependientes de la demanda externa y, en particular, en el turismo.
No obstante, en el tercer trimestre se apreciaron signos de cierta recuperación, heterogénea por países y al compás de la relajación de algunas medidas de contención, aun cuando el virus sigue presente globalmente.
España ha sido uno de los países más golpeados por la crisis, acusando caídas históricas en la actividad y en el empleo. A este debilitamiento han contribuido el deterioro de la demanda, así como el desplome de las ventas de bienes al exterior y la práctica anulación de los servicios turísticos causada por el cierre de fronteras y la suspensión del tráfico aéreo.
La crisis también ha afectado a nuestras importaciones, aunque menos de lo esperado. En el primer semestre del año, la caída de las compras de bienes al resto del mundo fue considerablemente inferior a lo previsto, dada la evolución de la inversión en equipo y de las exportaciones, con elevado contenido importador, y en el tercer trimestre la recuperación también ha sido más tenue. La trayectoria mostrada por las importaciones difiere además de la observada en la crisis de 2008. Pero, ¿en qué aspectos?
La trayectoria mostrada por las importaciones difiere de la observada en la crisis de 2008
En primer lugar, se aprecia una diferente contribución de los bienes y servicios a la caída de las importaciones. Desde el inicio de la pandemia, el ajuste en las compras de bienes ha sido más limitado que en 2008, concentrándose principalmente en los servicios turísticos.
Esto ha ocurrido porque el cierre de fronteras, las limitaciones de movilidad y el temor al contagio han evitado los desplazamientos, mientras que se ha mantenido la necesidad de recurrir a determinados bienes importados para hacer frente a la crisis, como por ejemplo el material sanitario y los alimentos.
Así, durante el primer semestre de la crisis financiera el peso de las importaciones de bienes en el PIB se redujo el triple que lo ha hecho ahora y, por el contrario, el peso de los servicios turísticos apenas se vio alterado, frente al desplome del primer semestre de 2020.
En segundo lugar, dentro de los bienes se observa un comportamiento heterogéneo por tipo de producto. Al inicio de la crisis de 2008, las importaciones de bienes intermedios y de capital, más dependientes de la evolución del sector industrial y de la inversión, sufrieron caídas de una fuerte intensidad, tras percibirse la crisis como duradera y dada la situación de partida de la economía española (sobredimensionamiento del sector de la construcción y elevado endeudamiento público, privado y externo).
Por el contrario, la actual crisis se ha percibido como temporal, lo que ha derivado en un menor ajuste de la inversión y han sido los bienes de consumo y, en particular, los de consumo duradero, los principales responsables del descenso de nuestras compras al resto del mundo.
Finalmente, a la evolución de las importaciones en ambas crisis también han contribuido las diferencias en los mercados de origen. La crisis de 2008 provocó un retroceso generalizado en las compras a nuestros mercados, desde Asia a Europa y a América, mientras que en la actual el deterioro se ha concentrado en Europa, siendo Francia y Alemania los mercados de origen más perjudicados.
Por el contrario, las compras a Asia o a América apenas se vieron alteradas en el primer semestre, e incluso algunas aumentaron, como es el caso de las procedentes de China. Los diferentes momentos en los que la pandemia ha alcanzado su máximo impacto por países y la distinta intensidad, explicarían en gran medida la evolución de los intercambios comerciales con el resto del mundo.
Todo lo anterior se ha traducido en una menor sensibilidad de las importaciones españolas en la actual crisis, respecto a su relación histórica con la demanda doméstica y con las exportaciones. Las importaciones reales de bienes cayeron alrededor de un 30% en términos interanuales en el segundo trimestre de 2020, frente a un retroceso esperado superior al 50%.
¿A qué podría deberse esta evolución 'atípica' de las importaciones? Entre las razones que podrían explicarla destacan particularmente dos. La primera y, especialmente relevante, es la percepción inicial de temporalidad de la crisis.
Las importaciones reales de bienes cayeron alrededor de un 30% interanual en el segundo trimestre de 2020, frente a un retroceso esperado superior al 50%
Los agentes económicos habrían considerado la pandemia como un shock temporal y de corta duración, sobre todo en determinados sectores. Algunas empresas, a pesar de la paralización de la actividad económica durante la fase de confinamiento, podrían haber decidido no interrumpir las compras de bienes al resto del mundo, en particular las de bienes intermedios, para no introducir retrasos y reanudar inmediatamente la producción una vez levantadas las restricciones.
El segundo factor que podría estar detrás de este comportamiento se encuentra en la naturaleza asimétrica de la crisis, que ha afectado especialmente a sectores ‘no transables’ con baja dependencia de las importaciones, como son la mayoría de servicios y, en particular, el turismo.
Estos sectores producen bienes y servicios que se consumen en el lugar en el que se generan, bien por motivos de coste o por su propia naturaleza, a diferencia de los producidos por sectores ‘transables’, como la agricultura o la industria, que se comercializan y pueden venderse lejos de donde se crean.
Además, la crisis sanitaria y el mayor consumo en casa han impulsado la demanda de bienes de alimentación, material sanitario, artículos del hogar y tecnología, todos ellos con elevado contenido importador.
La crisis sanitaria y el mayor consumo en casa han impulsado la demanda de bienes de alimentación, material sanitario, artículos del hogar y tecnología
Tras el desplome sin precedentes del primer semestre del año, en el tercer trimestre los flujos exteriores de bienes y servicios mostraron cierta recuperación, aunque continúan muy alejados de sus niveles previos a la crisis, según se iban relajando las medidas de contención de la pandemia adoptadas a escala nacional e internacional.
La mejora ha sido más intensa en los intercambios de bienes que en servicios, al estar condicionados estos últimos por los rebrotes de la Covid-19. Además, la recuperación ha sido mayor en la vertiente exportadora que en la importadora, dado que el crecimiento de la demanda se estaría concentrando en servicios producidos a nivel nacional.
Las importaciones energéticas y las compras de bienes duraderos continúan debilitadas, a lo que se une la falta de empuje de la demanda interna.
Hacia adelante, las perspectivas de paulatina recuperación que el turismo y el transporte internacional mostraban a principios del tercer trimestre se vieron truncadas en septiembre por los rebrotes de la pandemia, lo que hace prever una desaceleración de nuestros intercambios comerciales en los últimos meses del año.
No obstante, las favorables noticias sobre la efectividad de las vacunas reducen el riesgo de empeoramiento de la evolución del virus, de manera que si todo continúa como se espera, el próximo año el aumento de la demanda podría descansar en los sectores más castigados por la COVID-19, ganando la demanda interna un fuerte impulso y creciendo poco las importaciones.
*** Pilar Más y Giancarlo Carta son economistas de BBVA Research.