Hasta la fecha, parecía que la cuarta oleada de fusiones bancarias se iba a llevar a cabo de la manera más tradicional posible como es la unión entre bancos españoles, donde en la práctica uno de ellos absorbía al otro, con diferencia sustancial de tamaños entre un banco y el otro.
La ruptura de las conversaciones de fusión entre BBVA y Banc Sabadell deja un lugar apreciable para la aplicación de otras fórmulas que no sean sólo fusiones y adquisiciones en el ámbito nacional, incluso abriendo la puerta a fusiones transnacionales en Europa.
Las conversaciones de fusión entre las dos entidades probablemente no se hayan roto por incompatibilidades en el modelo de negocio, incluso tampoco desde el punto de vista de reparto territorial en España. Más bien se trata de la posición que el Sabadell habría tenido en la nueva entidad, donde la diferencia de tamaño con respecto a BBVA es ciertamente notable y con peculiaridades como el negocio británico, el cual todavía hoy en día cuesta entender por qué se compró y por qué se pagó aquel precio.
Es comprensible que Sabadell, siendo una gran entidad con componentes muy interesantes de su modelo de negocio (tipo de clientes, diversificación geográfica, estilo de gestión…) no quiera ser la ‘dominada’ frente a un ‘dominante’ BBVA en una operación de fusión.
Sin embargo, no es menos cierto que era una de las alternativas más eficientes y con mejor resultado particular para las entidades y en general para el sistema financiero español.
Con este movimiento, Sabadell está obligado a buscar otras opciones, porque si una cosa está clara es que no podrá sobrevivir en solitario en los próximos años.
No es que su balance sea precario (que, para nada, lo es) sino que el entorno regulatorio y macroeconómico presionan indeleblemente hacia una mayor concentración del sistema bancario.
Sabadell está obligado a buscar otras alternativas, porque si una cosa está clara es que no podrá sobrevivir en solitario en los próximos años.
En un contexto de fuerte crisis económica y tras años de contínuas bajadas de los tipos de interés que están imposibilitando obtener tasas de rentabilidad razonable para sostener a medio y largo plazo el negocio bancario tradicional, una de las vías inevitables es la concentración.
Incluso, con más razón si se unen elementos como el riesgo de que la morosidad se dispare con motivo de la crisis, la competencia creciente de nuevos actores digitales, el agotamiento del mercado interno como fuente de rentabilidad y los elevados costes tanto operativos como regulatorios que afrontan las entidades.
Evidentemente, la concentración tiene costes y uno de ellos es el de la teórica reducción de la competencia, un mayor riesgo de exclusión financiera en los territorios menos poblados y una mayor subordinación de los bancos comerciales supervivientes a la huida hacia adelante sin freno que está protagonizando el Banco Central Europeo (BCE).
El negocio bancario vive en una reestructuración permanente desde hace una década. Tras alcanzar máximos en términos nominales en 2009, el sector ha perdido más 20 puntos de peso sobre PIB en la Eurozona, mientras que, sin embargo, otros negocios fuertemente regulados como el asegurador, los fondos de inversión o vehículos institucionales han incrementado su posición.
Todo esto genera un exceso de capacidad importante que no ha parado de purgarse en los últimos años. Sin embargo, no es un proceso acabado, ni mucho menos, ya que continúa el ajuste en el empleo (con 15.000 despidos proyectados a corto-medio plazo).
Al contrario de la percepción que muchas veces tiene la sociedad y la política de que el sistema financiero tiene un alto grado de concentración tras la reducción a 6 las 45 cajas de ahorros existentes hasta 2008, en realidad España todavía está por debajo de la media europea en cuota de depósitos de los tres grandes bancos. Concretamente, las tres grandes entidades españolas tienen una cuota de mercado en depósitos 7 puntos inferior a la media europea situada en el 47%. Por tanto, existe todavía margen para seguir integrando entidades.
Las fusiones no son más que una herramienta para, por un lado, ajustar el tamaño del sistema financiero y estabilizar su situación y, por otro, para generar el caldo de cultivo necesario para alumbrar el que será el modelo de negocio futuro de los bancos.
Las fusiones son una herramienta para ajustar el tamaño del sistema y generar el nuevo modelo de negocio de la banca.
Esto es especialmente urgente en un negocio como el bancario, donde el 42% de los bancos europeos obtienen una rentabilidad por debajo del coste (ambos sobre recursos propios) y, con lo cual, destruyen valor al accionista de forma permanente en el tiempo.
Esta situación se ha agravado con la crisis provocada por la pandemia del coronavirus. Han disminuido las expectativas económicas de los bancos (es decir, su base de ingresos) y han empeorado sus balances debido al deterioro de algunas clases de activos (como el aumento de la morosidad), lo que está teniendo como consecuencia la reducción del valor contable de los bancos de todo el mundo y, en particular, en España, donde apenas cotizan entre el 20% y el 35% de su valor en libros.
En toda esta dinámica compleja es donde la ruptura de conversaciones BBVA-Sabadell se produce. En términos del más inmediato futuro, BBVA tiene una posición más cómoda hoy que hace unos meses tras la venta de su filial en Estados Unidos y sigue dando pasos para convertirse en una ‘ingeniería’ de servicios bancarios digitales.
En el caso de Sabadell, tiene en su mano abrir la paleta de posibilidades. Con el campo restringido en el ámbito nacional (tomando en consideración que la fusión Unicaja-Liberbank se lleva a buen término), pero con un campo más amplio a nivel europeo.
Con una gestión eficiente de la cartera de crédito, habiendo ingresado 430 millones por la venta de la gestora a Amundi y habiéndose prácticamente deshecho de toda la cartera problemática de la CAM (con un coste para el Estado de 12.600 millones), puede tener un pequeño margen para encontrar un socio europeo en países como Francia, Italia o Alemania donde se están intensificando las operaciones corporativas en el sector bancario, reduciendo el número de entidades.