Hace algo más de dos años se inició el movimiento de los chalecos amarillos en Francia para, inicialmente, protestar por la subida del precio del gasoil. Sus deseos se han cumplido: este año es la materia prima que más cae de precio: -30,6%.
Es verdad que la subida de precio del gasoil en el mercado spot (o de contado) entre febrero de 2016 y octubre de 2018, había sido tremenda (del 180%) pero lo curioso es que el movimiento que tantos quebraderos de cabeza habría de dar a los gobernantes franceses se inició justamente cuando el precio estaba empezando a caer, y apenas dos meses después ya había retrocedido un 32% (como es bien sabido, el momento más oscuro es el que precede al amanecer…).
Es más, para abril de este año 2020, y en buena parte debido al cierre de las economías por la pandemia, ya estaba por debajo de donde inició su carrera alcista a comienzos de 2016.
Dos años y tres meses más tarde de que los transportistas franceses iniciaran su protesta, el precio del gasoil está un 43% más barato que cuando la iniciaron, pero su sector está incomparablemente peor que entonces, afectado por la caída de la actividad general (decretada por su gobierno para detener el avance de la COVID-19) y por la del transporte en particular.
Dos años y tres meses más tarde de que los transportistas franceses iniciaran su protesta, el precio del gasoil está un 43% más barato
Hay que tener mucho cuidado con lo que se pide. Lo decía Santa Teresa, en esa cita apócrifa que nadie sabe de dónde sacó Truman Capote: “Se llora más por las plegarias atendidas que por las que quedan sin respuesta”.
Es cierto que parte de la subida del precio tiene que ver con los impuestos que, a su vez, hacen que la bajada del precio de los carburantes, cuando se produce una caída del precio de la materia prima en el mercado spot, no se vea reflejada en el precio final que se paga en las gasolineras, mostrando a las claras ese fenómeno que los economistas, faltos de ciencia, pero sobrados de metáforas, describen como que “los precios de los carburantes suben como cohetes y descienden como plumas”, y que, por eso, las protestas van, como tantas veces a lo largo de la historia, no contra los productores de la materia prima en sí, sino contra los gobiernos que nunca, ni ahora ni antes, han tenido o tienen freno en su afán recaudatorio.
Por la subida de precio del transporte también se estaban produciendo disturbios hace un año en Chile, Bolivia, Irak, Líbano… mientras en Madrid paradójicamente se manifestaba una adhesión fervorosa a Greta Thunberg para que se dejaran de usar los combustibles fósiles y tuviéramos un planeta mucho más puro y sostenible.
Otro deseo, contrario al de los chalecos amarillos, pero también seguido masivamente, que obtuvo lo que pretendía, pero a un precio que seguramente hasta la propia Greta considerará excesivo.
Por el camino, en estos doce últimos meses, hemos visto las primeras recesiones provocadas por decreto (y finalizadas por decreto) de la historia. En el caso de EEUU, que es quien mejor tiene documentadas las suyas, la recesión de 2020 habrá sido la más breve jamás contada: cuatro meses de duración, que son los que van desde el punto más alto de la expansión económica precedente (en febrero de 2020) a junio, de 2020 también.
Aún hace falta que el NBER (National Bureau of Economic Research) que es quien en EEUU fija las fechas de comienzo y final de las recesiones se manifieste al respecto del final (pues el comienzo sí que lo ha situado en febrero pasado) pero, con los datos ya publicados por el Departamento de Comercio, y con la expectativa de que la economía USA habrá crecido un 10,4% anualizado en este último trimestre del año (2,5% trimestral si lo expresamos como en Europa) se pueden dar esas fechas por buenas.
En solo trece sesiones el índice S&P 500 de la Bolsa norteamericana cayó un 28,52%
La recesión de 2020 habrá sido, pues, la más corta de la historia (la siguiente más corta fue la de 1980, que duró seis meses y fue seguida de otra recesión solo un año más tarde) dando lugar a una caída de Bolsa tan súbita como la recesión: en solo trece sesiones el índice S&P 500 de la Bolsa norteamericana cayó un 28,52%.
Algo así tampoco se veía desde octubre de 1987, cuando se produjo el más famoso (junto con el de 1929) de los cracs bursátiles, con una caída exactamente igual que la de marzo de este año, pero en un período incluso más corto: en cuatro sesiones la caída fue del 28,51%. En total, de máximo a mínimo, la caída también ha sido en ambos casos de algo más de un 32%.
Es curioso observar cómo esas dos caídas súbitas de Bolsa en 1987 y 2020 fueron precedidas, en el primer caso, por una caída del precio del petróleo del 79%, y en el segundo (entre precedida y coincidente) por una bajada del precio similar, del 80%.
Sin embargo, en 1987 no se produjo ninguna recesión, a pesar del pánico provocado por el temor a que el comienzo de una fuera inminente. En cambio, en 2020, a pesar de que la recesión ha sido corta pero muy profunda en todo el mundo, las Bolsas de EEUU han recuperado en solo seis meses todo lo perdido, mientras que, tras el crac de 1987, las Bolsas tardaron casi dos años en recuperarse.
Es bien sabido a que se puede atribuir esa recuperación de las cotizaciones, “casi súbita” también: a la enorme masa de dinero inyectada en la economía por los bancos centrales que no solo salvaban al sistema de su falta de liquidez, sino que compraban la deuda pública emitida por los gobiernos para financiar el aumento del gasto público necesario para combatir los efectos de la pandemia.
Curiosamente, en 1987, los bancos centrales no tuvieron necesidad de hacer nada de eso: bastó una simple llamada del presidente de la Reserva Federal (que era Alan Greenspan; “¡entonces sí que se mandaba!”) a los bancos comerciales para que siguieran prestando como si tal cosa, y una pequeña reducción del tipo de interés de intervención (del 7,5% al 7%, seguida de otro tanto cuatro meses más tarde) para superar el problema.
También hubo una inyección de liquidez al mercado monetario que ahora parece ridícula: se aumentó la base monetaria en un 4% a lo largo de tres meses, mientras que ente febrero y mayo de este año se ha incrementado en un 49%.
Ambos episodios de caídas súbitas de Bolsa, 1987 y 2020, han ido precedidos por fuertes tensiones comerciales
Ambos episodios de caídas súbitas de Bolsa, 1987 y 2020, han ido precedidos por fuertes tensiones comerciales (el crac de 1987 se aceleró con la publicación de un déficit récord de la balanza comercial de EEUU) y por las de una Guerra Fría (con la URSS) que se terminaba entonces (aunque nadie lo sabía aún) y las de otra Guerra Fría que se inicia ahora (con China, aunque poca gente es consciente aún de ello).
Otras coincidencias incluyen el comportamiento del precio del oro (subiendo) en los dos años previos a los cracs de 1987 y 2020, así como una tendencia a la depreciación del dólar, aunque mucho más acusada entonces. También coinciden incrementos de productividad muy flojos en los 24 meses anteriores a los respectivos cracs: 3,2% en 1985-1987 y 2,5% en 2017-2020.
Todas estas coincidencias hacen pensar en una “mano invisible” que tuviera que provocar el crac de 2020 y para eso echara mano de cualquier cosa, incluida una pandemia, con tal de conseguirlo. Lo que suena lunático, pero lo cierto es que, tras el crac de Bolsa, la productividad tiene un acelerón en ambos casos.
Todas estas observaciones cuasi cabalísticas ayudan a centrar (y a orientar) el problema ante el que se sitúan la economía y el comercio global (éste, a falta de un 0,7%, ya casi recuperado totalmente) a finales de 2020, tras el uso y abuso de la política monetaria y fiscal para superar el problema que se presentó de repente. Quizá con demasiadas ganas de superarlo rápidamente como para no esperar que no vaya a pasar factura (quizá no tardando).
Ya se sabe que las plegarias atendidas son muy peligrosas. Y más si se inscriben en un ambiente enrarecido por las noticias falsas que continuamente se lanzan desde los dos bandos del espectro político, nacional e internacionalmente.
Por eso, quizá no sea malo terminar el año deseando que el 2021 sea moderadamente bueno (¡puede ser peligroso desearlo intensamente…!) y aconsejando, con nuestro españolísimo maestro de la cábala, Moisés ben Maimónides, que “hay que aceptar la verdad venga de donde venga”. ¿Qué mejor manera de combatir el omnipresente y ya asfixiante sectarismo?