En pocos años, hemos pasado de decirnos a nosotros mismos y a los demás que el futuro es incierto, a vivir de manera dramática la constatación de ese principio vital. El futuro es incierto.
No podemos prever qué va a pasar y, por si no acabamos de entenderlo, cada vez que intentamos retomar las riendas y afirmar categóricamente algo, el destino vuelve a demostrarnos que no, que no sirven las bolas de cristal, ni la lectura de los posos del café. Los economistas tenemos la dura tarea por delante de desbrozar adivinaciones, por un lado, de verdaderos análisis de tendencias, por el otro.
La dificultad de tomar medidas frente a una pandemia cuando no hay datos, o no son fiables, o no son homogéneos, permite hacerse una idea del problema que planteo. La necesidad de que, además, se elijan las variables relevantes, se interpreten adecuadamente los resultados, y, sobre todas las cosas, la importancia de ser humildes y no retorcer los datos para obtener un titular de impacto, o la palmada en el hombro de la autoridad competente, ya nos resulta familiar, porque la vivimos desde febrero.
Todos estos dolores de cabeza los tenemos habitualmente los economistas, especialmente quienes se dedican al análisis de datos, que muchas veces miran por encima del hombro a quienes nos dedicamos a la vertiente más filosófica o abstracta. Y, al final, siendo la economía, como es, una ciencia humana, ambas vertientes son necesarias y complementarias.
Una de las lecturas de estas vacaciones ha sido el blog de Ole Peters, matemático, que se dedica a estudiar procesos escolásticos no ergódicos. Para quienes no sepan estadística suena a chino. Pero Peters, en la linea de uno de mis referentes, Nassim Taleb, explica que lo que le interesa es poner de manifiesto que, en el largo plazo, la evolución de las variables económicas dependen del patrón seguido, no son independientes de los valores de origen.
¿Y eso es importante? Pues sí, y mucho. La media a largo plazo de una variable, pongamos por ejemplo, del PIB, no converge con los valores esperados. Abandonar el supuesto de ergodicidad en economía desbarata el rigor y los resultados de los cálculos y previsiones del PIB y de otras variables, porque tradicionalmente hemos modelizado a partir de un entorno ergódico. Los economistas, los que se sienten tan especiales porque son “los de los datos” también, somos bastante limitados.
Esta reflexión y la lectura de los mil y un artículos acerca de los efectos que va a tener el acuerdo económico del Brexit, recién salido del horno, me lleva a ser muy escéptica respecto a cómo interpretamos lo que va a pasar.
Abandonar el supuesto de ergodicidad en economía desbarata el rigor y los resultados de los cálculos y previsiones del PIB
Desde luego, parece claro que una unión aduanera, como quería Theresa May, es mucho mejor que el régimen preferencial sin aranceles de ahora, que incluye la piedra en el camino de las reglas de origen. Es complicado el tema de la pesca, el financiero, las exportaciones de productos agroalimentarios y alguno más. Se puede prever y calcular la disminución en el tráfico comercial, cuánto vamos a tener que poner de más en los presupuestos de la Unión Europea para cubrir la falta del Reino Unido. Podemos especular acerca de las consecuencias para Irlanda, o si el Brexit va a darle el espaldarazo definitivo a la independencia escocesa.
Pero no podemos afirmar cuál va a ser el resultado. La economía es esencialmente dinámica. La acción humana es imprevisible. El futuro más inmediato, expuesto a una tercera ola, a que funcionen las vacunas o no lo haga, a que las economías europeas vayan recuperándose, a lo que suceda finalmente con las elecciones americanas, a la creciente importancia de China en el panorama internacional, se presenta muy incierto.
Necesitamos tiempo para poner en la balanza los pros y contras y sacar conclusiones sólidas.
Hay que considerar también la posibilidad de que lo que hoy aparece como un aspecto negativo, sea aprovechado por las economías involucradas y se convierta en una ventaja. Es algo habitual en la historia económica.
Por ejemplo, a principios del siglo XIX, las minas inglesas manaban agua, a diferencia de las belgas. Este inconveniente despertó el ingenio de los empresarios que aplicaron la tecnología del vapor a las poleas para sacar el agua. El éxito demostró las enormes posibilidades que tenía la energía de vapor en la mecánica. Ese hecho, junto con otros que no vienen al caso, colaboró a que Inglaterra fuera la pionera indiscutible de la Industrialización europea y mundial.
La incertidumbre persistente que vivimos, que no es buena para generar confianza entre los inversores, puede enseñarnos a soltar fijaciones, a ser más flexibles, y a hacer limonada cuando la vida te da limones.
El acuerdo comercial y económico, que se va a ir tejiendo año a año en muchos aspectos, puede ser una oportunidad para que, en un plazo de tiempo, el Reino Unido sea un líder importante en Europa, sin ser miembro de la Unión Europea.
Eso demostraría que, a pesar de lo que leo en varios medios que anuncian la “salida de Europa” de nuestros vecinos, se puede ser Europa sin ser de la UE, y que la acción y el ingenio económicos, la capacidad de ver y aprovechar oportunidades, no solamente en el caso británico, sino en general, es clave para la supervivencia. El más adaptativo es el que mejor sobrevive.
Estas características tan necesarias para salir adelante, no se pueden desarrollar si no hay un marco adecuado que favorezca la empresarialidad, el ahorro y la inversión, y la iniciativa privada. Pongamos que hablo de Madrid. Ojalá.