El año 2021 ha empezado demostrando que nunca hay que cantar victoria anticipadamente. Y si el 2020 fue fatídico, el que comienza puede no quedarse atrás. O puede que sí. Porque es un año nacido bajo el signo de la incertidumbre y la sombra de la sospecha.
Hace más de dos años, desde esta misma publicación, se explicaba la complejidad de la factura eléctrica. ¿Sabes cuántos datos contiene una factura eléctrica?, se preguntaba. Y la respuesta era: "Más de 10.800 entre términos de mercado y regulados, entre los que se tiene que extraer el dato del pago". No está mal. No ha sido la única iniciativa que trata de esclarecer qué le pasa al mercado de electricidad en nuestro país.
Allá por el año 2015, Daniel Lacalle y otros economistas se batían el cobre desde todas las tribunas para poner un poco de luz. Pero este es uno de los casos en los que la naturaleza humana se vuelve perezosa y elige la explicación más obvia.
En el siglo XVI esa mentalidad decidió que si subían los precios era porque los comerciantes eran unos abusones. Tuvo que venir la Escuela de Salamanca a desmentir esa falsa explicación y mostrar que, cuando no se incrementa la actividad económica, un aumento de la cantidad de dinero lleva a una pérdida de valor del dinero y, por esta causa, a un aumento generalizado de los precios.
Ahora el mantra es culpar de la subida de la luz al mercado o a quien sea, siempre que se deje a un lado al sacrosanto Estado que nunca yerra.
Pero, si un día una ministra le quita importancia al tema porque, al fin y al cabo, van a ser solamente unos cuantos euros de nada, al día siguiente, otra ministra dice que los españoles no pueden pensar que la transición ecológica es gratis. Y, en este punto al menos, tiene su parte de razón.
Lo que sucede es que, tal vez, la transición ecológica no es lo más urgente ahora mismo. España está cayendo por la pendiente de la crisis generada por el confinamiento y el parón turístico. No hemos tocado fondo: la resolución de los ERTEs nos va a marcar el pulso de la caída. Cuanto más se prorroguen, más anestesia, más sensación de que no vamos tan mal, y más cuello de botella para las empresas. Porque ven que, al final de este túnel, si no pueden ajustar su plantilla, van a tener que cerrar definitivamente, probablemente en peores condiciones que si lo hubieran desde el inicio.
No hemos tocado fondo: la resolución de los ERTEs nos va a marcar el pulso de la caída
En estas circunstancias, el Gobierno de Sánchez e Iglesias han decidido subir los impuestos. Una subida que, aunque se presenta como "sólo para los ricos", la realidad es que supone un mazazo para las clases medias. Especialmente dañados, los de siempre, los sufridos autónomos cuyo voto no vale nada.
¿Cómo es posible? Entre otras cosas, porque el hecho de haberse unido a la CEOE para tener más voz, más fuerza, ha ofrecido una excusa perfecta a los acólitos al régimen para señalar a ATA como capitalistas abusones encubiertos. Así que, o siguen siendo un grupo sin fuerza o son unos fachas. El caso es que siempre salen con moratones.
Es en este punto del relato en el que llega la nevada que nos asola y sube la demanda de electricidad, disparando el precio. Ante eso, el gobierno dice que son unos eurillos y que los ideales ecologistas tienen un coste para los ciudadanos. Un auténtico desprecio a los españoles que apenas pueden llegar a fin de mes, o que están teniendo retrasos en el cobro de los ERTEs, y para quienes esos euros de nada son mucho.
¿Tienen los gobernantes las manos atadas? De ninguna manera. Por ejemplo, podrían rebajar la parte que depende de ellos. Esa que se destina parcialmente a las renovables, a las compensaciones del carbón y la cogeneración. También podría rebajar el 21% de IVA que pagamos por la electricidad.
Actuaron con una agilidad pasmosa cuando decidieron inyectar ayudas a los medios de comunicación que tuvieron que respaldar la pésima gestión de la pandemia. Pero es mucho más fácil volver a decir que la culpa es de Aznar porque creó el modelo. Incluso si el déficit de la tarifa se disparó en el Gobierno de Zapatero, y se multiplicó con lo que Daniel Lacalle llamaba en el 2015 "el sueño verde".
Es mucho más fácil volver a decir que la culpa es de Aznar porque creó el modelo. Incluso si el déficit de la tarifa se disparó en el Gobierno de Zapatero
¿Podría ser peor? Pues lamentablemente sí. La amenaza es desmantelar las centrales nucleares. Una energía, la nuclear, limpia, mucho más barata y que representa casi el 22% de nuestra generación energética. Como siempre explica el experto en energía Manuel Fernández Ordóñez, si quitamos potencia de base, lo más previsible es que suba el recibo. Y ya no podrán apelar a causas "coyunturales", como la nevada, será una subida permanente.
Pero, además, es previsible que suban aún más los impuestos. A los socios europeos no se les escapa que nuestro déficit público tiene alas, y antes o después, nos van a tirar de las orejas al gobierno y nos van a encarecer la vida. Eso sin hablar de más olas de coronavirus y más coste sanitario.
¿Es realmente necesario acelerar la transición ecológica a costa de los costes empresariales y del nivel de vida de la clase media? ¿Quiénes son los beneficiados de acometer esta transformación en este momento tan inoportuno? Los españoles de hoy, no. Y los españoles del mañana disfrutarían de más oportunidades para vivir de un modo más ecológico si no lastráramos su crecimiento con una deuda pública como la que les estamos dejando.
Un tejido empresarial robusto, generador de empleo, con capacidad para modernizarse es un legado mucho más feliz que un agujero fiscal y un sector empresarial anticuado, dependiente y esclerotizado.