Todavía hay mucha gente, entre ella la mayoría de los progresistas con su Club de Roma –increíblemente no disuelto tras sus ridículas y felizmente inclumplidas profecías apocalípticas– a la cabeza, que creen que la riqueza de las naciones depende de los recursos naturales, la inversión y el trabajo físico, lo que es muy parcialmente cierto.
Efectivamente, desde 1957 sabemos a ciencia cierta gracias al -treinta años después - premio Nobel de economía, Robert Salow, que efectivamente, los citados factores clásicos de producción explicaban el 15% de la creación de riqueza mientras que el resto, un 85%, procedía de la innovación.
La tesis de Salow se ha convertido en un faro inspirador de las teorías -todas contemporáneas- del crecimiento económico, tan de moda académica en las últimas décadas como desenfocadas o casi inexistentes en el pasado. Ningún progresista ha osado jamás cuestionar o desmentir a Salow, y sin embargo el también Nobel -pero de otra especialidad- como Stiglitz, sin atreverse a cuestionarlo y con la excusa de su preocupación por la desigualdad ha terminado por asumir la absurda –por contraste con la realidad– teoría de la "economía de suma cero", según la cual lo que gana un agente económico lo pierde -llegan a decir que lo roban- a otro.
La realidad histórica pone de manifiesto que la economía siempre ha sido un juego de suma positiva, en la que como es natural unos ganan más que otros, pero todos ganan; con sobresalientes excepciones como la Venezuela amiga de nuestros populistas.
La innovación destruye muchos puestos de trabajo gracias al cambio tecnológico: ¡pero crea aún mas!. Siempre ha sido así hasta ahora, a pesar de los ridículos tecnófobos, que aún andan por ahí.
Con datos muy recurrentes, consistentes e incuestionados, también sabemos que los países mas ricos son los más innovadores y los que, además, gozan de mayor libertad.
La innovación destruye muchos puestos de trabajo gracias al cambio tecnológico: ¡pero crea aún mas!
Incapaz de desmentir cuanto se acaba de decir, el nuevo progresismo liderado por la economista Mazzucato trata de convencer –sólo a sus feligreses políticos- que la innovación, siendo buena, es hija del Estado.
Tal supuesto se basa en el gasto público en investigación científica, que según algunos -demostradamente falsos– supuestos como el de el iPhone, sería imprescindible para producir innovaciones tecnológicas. Curiosamente, a Mazzucato no se le ha ocurrido –como le reprochan sus críticos– investigar las innovaciones logradas por el "estado emprendedor" de la URSS: ninguna que merezca la pena citar a pesar de que allí toda la investigación científica era necesariamente pública.
En 2003, según pone de relieve Matt Ridley en su muy reciente y magnífico ensayo How Innovation Works (2020), la OCDE publicó un documento sobre la fuentes del crecimiento económico que dejaba claro que entre 1971 y 1998, "mientras que la inversión privada en I+D afectaba positivamente a la tasa de crecimiento económico de los países, la inversión pública no".
La realidad es que, como escribe Ridley al final de su libro, se mire como se mire "la innovación es hija de la libertad y padre de la prosperidad", por lo que su examen debe referirse a lo que de verdad importa: la libertad de mercado, en vez de perder el tiempo con fracasados supuestos políticos progresista con más Estado.
Cabe señalar que mientras que en EEUU, la simpar patria de la innovación, la renovación de los rankings empresariales está a la orden del día, en Europa y por supuesto aún peor en España, todo permanece igual, nada cambia; como si el mundo se hubiera detenido.
Recuerdo al respecto, la perspicaz crítica que me hiciera al respecto Felipe González y que reflejé en un artículo anterior, aun sin conocer estos datos: "de las 100 mayores empresas europeas, ninguna se creó en los últimos 40 años. En Alemania sólo dos fueron fundadas después de 1970, en Francia una y en Suecia ninguna", según Ridley.
La diferencia en innovación entre EEUU y Europa se explica, fundamentalmente, por la mayor libertad de mercado americana: libre entrada y salida de los mercados y menor protección de los intereses creados.
En EEUU, la renovación de los rankings empresariales está a la orden del día, en Europa y por supuesto aún peor en España, todo permanece igual
En España, el Gobierno debe de creer que gastando a manos llenas las decenas de miles de millones que nos llegarán de la UE en proyectos de estricto interés político, es decir cortoplacistas'planes E' inspirados en la 'economía del 15%', "vamos a salir mas fuertes"; pero la economía, especialmente “la del 85%”, a diferencia de la propaganda, no funciona así.
O España pone su foco en la innovación y en la consecuente mejora de la productividad, o seguiremos en la cuesta abajo de la convergencia con la UE que caracterizó todo el mandato de Zapatero –algo insólito en el medio siglo anterior– y que ahora ha decidido proseguir Sánchez.
Según el ranking de la UE, European Innovation Socoreboard 2020, España se sitúa por debajo de la media, e incluso detrás de Portugal, mientras que los países escandinavos lo lideran. ¿Alguien a escuchado en los pesados y reiterados “aló presidente” alguna referencia a la innovación?. Realmente estamos ante un Gobierno -los anteriores no andaron muy lejos y así nos va– que apenas si se preocupa del 15% del crecimiento de la economía abandonando el 85% restante a su mala suerte.
Una de las mas importantes conclusiones del ensayo de Ridley, es la constatación de que los intereses creados –típicamente enemigos de lo nuevo– y el floreciente capitalismo de amiguetes cuyo mejor medio ambiente es una economía hiper-regulada -es decir socialista, de izquierdas o derechas –, son los mayores obstáculos a la innovación.
Es cosa curiosa que los 'progres' del Gobierno sean tácitos abanderados de los intereses económicos que menos favorecen el crecimiento a largo plazo de la economía e ignorantes por completo de la palanca del 85% de la prosperidad. Habrá que empezar a llamarlos por su verdadero nombre: retrógrados, ya que todo lo que proponen es un regreso a nuestro peor pasado.
*** Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil.