En esta querida Europa nuestra, hay costumbres con un arraigo especial que resisten el paso del tiempo. El chovinismo tiene su indudable raíz en Francia, no solo porque fue donde se acuñó el término en una etapa de romanticismo post napoleónico, sino, además, porque es fuente inagotable de defensa a ultranza del producto nacional.
La reciente oferta de Couche Tard por Carrefour ha vuelto a poner de manifiesto esa doble moral que justifica una misma acción cuando es en interés propio pero la rechaza cuando toca la fibra doméstica, llamando entonces al nacionalismo. Tanto es así que Bruno Le Maire, ministro de Finanzas francés, no tuvo ninguna vergüenza en calificar como estratégico un sector como el de la distribución para justificar así el rechazo político a la oferta de la compañía canadiense por Carrefour.
El propio Le Maire volvió a la carga hace apenas unos días cuando declaró que mantendrá una actitud vigilante en relación a un posible movimiento en el accionariado de Danone, ante un presunto interés liderado por inversores activistas. Precisamente la misma empresa que hace seis años movilizó a la clase política para liderar manifestaciones en “defensa” de una de sus enseñas empresariales cuando Pepsico estuvo detrás del grupo alimenticio francés, un interés que se llegó a calificar de “culturalmente molesto”.
La injerencia política en el mundo empresarial ha sido una constante en el país galo. Los ejemplos han sido constantes en las últimas décadas hasta el punto de calificar la mitad de sus sectores como estratégicos en su afán por fiscalizar cada movimiento accionarial que tenga que ver con el libre mercado. Solo así ese chovinismo recalcitrante no puede entender que una firma de refrescos norteamericana imprima su sello en unos yogures de enseña nacional, pero sí que una compañía pública como es EDF haya mostrado de forma reiterada y abierta su interés por entrar en el mercado eléctrico español.
Estos nacionalismos mal entendidos afloran no solo en defensa de lo que denominan como “ataques del exterior”, sino en la forma en la que los franceses entienden el tejido empresarial. Según un banco de inversión suizo, se estima que alrededor del 70% de las empresas francesas tiene algún tipo de mecanismo para controlar el capital.
El economista austríaco Joseph Schumpeter acuñó el término “destrucción creativa”, un proceso natural del ecosistema empresarial en el cual hay una fase de destrucción que permite la creación de algo nuevo. Lo viejo deja paso a lo nuevo. Lo obsoleto a lo innovador. Solo así se entiende la renovación y dinamización del tejido industrial.
Se estima que alrededor del 70% de las empresas francesas tiene algún tipo de mecanismo para controlar el capital
Si a la situación de crisis económica -estructural- que vive Europa le añadimos el mal endémico que generan los tipos de interés negativos, la situación se agrava hasta límites insospechados, porque al nacionalismo público se le suma la 'zombificación empresarial'. Cuando el dinero fluye y la financiación se abarata artificialmente, más y más empresas entran en ese círculo vicioso de intentar sobrevivir a base de subvenciones e inyección monetaria. Y es que el chovinismo tiene muchas caras.
Las crisis empresariales aceleran el proceso por el cual el tejido enfermo de una economía se regenera con nuevas células que permiten su curación. Sin embargo, el chovinismo imperante en Europa hace enarbolar de forma inmediata la bandera del patriotismo económico. Las ayudas públicas siempre acaban derivando en el vicio de la nacionalización.
Esto, que es algo común en la mentalidad europea, se hace más latente en un país con una predisposición natural hacia la defensa a ultranza de su marca. No es una cuestión de supervivencia. Ni siquiera de excepcionalidad, como puede justificar la pandemia. Si los números no salen en las aerolíneas, se nacionaliza Air France. Si el sector del automóvil pierde márgenes, se activa la golden share. El sector energético, intocable. Si hay interés en Carrefour o en Danone, se declara estratégica la distribución y la alimentación como ya lo son el sector de defensa, las comunicaciones, los medios, los bancos, etc.
Eso sí, cuando Carrefour entró en Brasil para convertirse en el número uno de la distribución, se alude a que el libre mercado es soberano. Hoy Carrefour genera el doble de beneficio operativo en países emergentes respecto a lo que obtiene en Francia, donde genera solo una quinta parte de las ventas.
Europa es un pobre viejo enfermo y lleno de achaques al que le cuesta abandonar sus vicios. Aunque ha pasado la Navidad, cuando se habla de nacionalismos, el viejo continente todavía guarda esa imagen arisca de rancio abolengo que desprende Mr. Scrooge en el Cuento de Navidad de Dickens... antes de conocer sus fantasmas.
*** Alberto Roldán es partner de Divacons-Alphavalue.