"Contrariamente a las fuentes de energía, el sentido es inagotable". (Victor Frankl).
El comienzo de año desde el punto de vista sanitario y económico no podía ser más grave. ¿O sí? La pandemia nos está azotando, en esta tercera ola (que no última), de forma contundente y lógicamente ello tiene una repercusión intensa en la actividad económica y empresarial.
Como era de prever, tras los ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) del año pasado, empiezan a anunciarse ERES o extinciones masivas de contratos, quiebras y suspensiones de pagos. Lógico cuando vamos a cumplir un año desde que se empezaron a vislumbrar los primeros síntomas de este maldito virus.
Así las cosas, desde el punto de vista laboral, la medida protagonista adoptada por el Gobierno, con buen acierto desde el principio y bajo el auspicio del acuerdo con los agentes sociales, fue, como se sabe, la potenciación extrema de las suspensiones de contratos o de ERTE.
Ello ha servido para que durante casi un año se haya intervenido el mercado de trabajo, conteniendo una sangría de empleo que hubiera batido aún más nuestros récords de desempleo a los que tristemente estamos acostumbrados por épocas pasadas.
Los ERTE han servido para que durante casi un año se haya intervenido el mercado de trabajo, conteniendo una sangría de empleo
Con el ERTE se produce una semicongelación del empleo, que pudiera eventualmente beneficiar a la empresa (menos costes) y a los trabajadores (prestación de desempleo), a la espera de tiempos mejores que normalmente llegan más pronto que tarde.
Es un instrumento, por tanto, pensado y diseñado legalmente para su corta duración porque de lo contrario carece de sentido mantener sine die una situación que de por sí es temporal.
Llegados a este punto, el interrogante de política laboral a despejar es si realmente conviene seguir prolongando la situación, extender los ERTE aún más durante el 2021 (y no sabemos a día de hoy cuánto más con los datos actuales tan preocupantes) o establecer otras medidas -combinadas- que faciliten a las empresas una salida lo más saneada posible tras esta terrible pandemia.
¿Estamos, sinceramente, a día de hoy, ante una situación coyuntural o empieza a ser ya estructural? Creo que todos intuimos que se avecinan bastantes dificultades todavía en el futuro próximo, por lo que sería necesario reconocer desde ya que estamos ante una situación totalmente nueva y permanente que va a requerir de nuevas medidas de flexibilidad para las empresas para que éstas puedan seguir sobreviviendo.
Sería necesario reconocer desde ya que estamos ante una situación nueva y permanente que va a requerir de nuevas medidas de flexibilidad
Ahí la ley laboral tiene mucho que decir. Normativa obstaculizadora de despidos de forma indiscriminada, o introducir más rigideces en la negociación colectiva entiendo que no debe ser el camino.
Al revés, los convenios colectivos y los acuerdos entre los agentes sociales deben ser instrumentos para adaptar las condiciones de trabajo, de forma consensuada pero flexible, a una realidad que lamentablemente para todos se está imponiendo en nuestro mercado de trabajo y en nuestra economía.
La flexiseguridad europea acompañada de incentivos al mantenimiento del empleo o de la contratación, junto con ayudas directas a las empresas, debiera ser un punto de partida para cambios estructurales de nuestra legislación laboral, desde el consenso, por supuesto, pero desde el reconocimiento que estamos ante una situación totalmente distinta.
Debemos de pasar de soluciones temporales a permanentes. Terminando con Svevo “en los negocios la teoría es utilísima pero sólo es operativa cuando se han solucionado los asuntos”.
*** Iñigo Sagardoy de Simón es presidente de Sagardoy Abogados y catedrático de Derecho del Trabajo de la Universidad Francisco de Vitoria.