Voy a confesarle algo: soy una completa inútil en lo que a redes sociales y tendencias de Internet se refiere. Me han tenido que explicar 20 veces cómo funciona un story de Instagram, todavía lucho por familiarizarme con TikTok y mi mente solo genera una imagen borrosa cuando oigo la palabra Twitch. Y esto se lo confieso por si a usted le pasa lo mismo que a mí.
Si le pasa, imagino cómo debió sentirse cuando el nombre de Ibai Llanos empezó a retumbar en Año Nuevo. Este joven de 25 años que para mí era un completo desconocido congregó a más de medio millón de espectadores en su emisión online de las campanadas, superando a canales tradicionales como Cuatro.
Además de pensar "ole él", su exitazo nos deja unas cuantas lecciones. La primera y más importante es la tremenda desconexión que hay entre las generaciones más jóvenes y el resto de los españoles. El elegido para empezar el año por más de 500.000 personas fue alguien invisible a ojos de muchos empresarios, políticos y líderes de opinión. Esos mismos que en su día a día se reúnen con consejeros y asesores para intentar conectar con el público joven.
Las nuevas generaciones que han crecido acompañadas de infinidad de tecnologías tienen gustos y patrones de consumo diferentes a los que manejamos la mayoría
El problema no es que Llanos no fuera 'famoso', sino que su formato y su discurso, alejados de los cánones televisivos tradicionales no gustaron a la caverna. Cuando descubrí su existencia en Twitter el día de Año Nuevo, los comentarios estaban plagados de insultos de gente cuya media de edad no bajaba de los 40 años. Y, aunque entiendo que haya quien no comulgue con su propuesta (a mí tampoco me gustó), eso no significa que no aporte valor al público al que sí le interesa.
Por eso, en lugar de tirar por la opción fácil de criticar lo que no es como a uno le gusta, las campanadas de Llanos demuestran una realidad: las nuevas generaciones que han crecido acompañadas de infinidad de tecnologías tienen gustos y patrones de consumo diferentes a los que manejamos la mayoría. Y el que no quiera asumirlo, ya puede encerrarse casa a escuchar su gramófono y ver Dinastía en su VHS mientras el mundo sigue girando.
El caso de Llanos tampoco es nuevo. Es más bien la historia que se repite, la siguiente vuelta de tuerca de la sociedad a medida que sus niños adquieren gustos propios y diferentes a los de sus mayores. Si pasó cuando nació el rock and roll y cuando aparecieron los videojuegos, la era de las redes sociales y las plataformas de streaming no iba a ser diferente.
Puede intentar entender y respetar a quienes serán los protagonistas del mañana o puede encerrarse en sus tradiciones mientras sigue preguntándose qué leches significa Ibai
Así que considero del género obtuso a quienes se niegan a ver esta realidad. Cada día veo cómo CEO, inversores y gurús intentan predecir y prepararse para el futuro de la economía y los negocios, sin tener en cuenta que ese futuro estará protagonizado por los Ibais Llanos de hoy, por sus intereses y por sus formas de consumir contenidos, productos y servicios.
No me avergüenza admitir que estoy algo desconectada de estas nuevas tendencias, igual que mis padres no entendían mi adolescencia envuelta en los difuntos Fotolog y MySpace. Pero lo intento. Si quiero que la información que comparto sobre los peligros del cambio climático cale en los jóvenes, debo entender cómo y dónde se comunican. Y si empresarios y marcas quieren conectar con ellos, también están obligados.
Algunos sí lo están haciendo. Que el entonces Ministro de Sanidad, Salvador Illa, hiciera público que eligió a Llanos para ver las campanadas fue un síntoma de su interés por comprender a las nuevas generaciones. Y en el plano corporativo, cada vez se oye más hablar del reverse mentoring, o mentoría inversa, en la que los líderes empresariales se reúnen con jóvenes profesionales para entender sus gustos y comportamientos. Además, La Liga acaba de incorporar a Llanos como comentarista oficial.
Pero estos ejemplos son todavía casos aislados en una sociedad en la que la mayoría se aferra a su statu quo y se niega a entender el valor de lo que interesa al público más joven. Y, aunque respeto su derecho mantener sus costumbres, no dice mucho que critiquen aquello que no se ajusta a sus hábitos. Así que la decisión es suya: puede intentar entender y respetar a quienes serán los protagonistas del mañana o puede encerrarse en sus tradiciones mientras sigue preguntándose qué leches significa Ibai.