"La gente que no consigue sus sueños suele decir a los demás que no cumplirán los suyos" (Chris Gardner)
Hace unos meses, hablé sobre la relación entre el dinero y la felicidad. Unas semanas después, escribí sobre el nexo entre el trabajo y la felicidad. Hoy toca hablar sobre cómo ha evolucionado la teoría acerca de hasta qué punto los ingresos influyen en la mencionada felicidad.
En 2010, Kahneman y Deaton determinaron que la felicidad (medida como la percepción propia del bienestar emocional) se estabiliza cuando los ingresos anuales se sitúan en torno a 75.000 $ (90.000 $ de hoy).
Sin embargo, un artículo reciente de Killingsworth considera que la felicidad continúa aumentando incluso cuando los ingresos ascienden mucho más allá, pero con dos salvedades. La primera: cuanta más felicidad quieras, más cara se vuelve. Y la segunda: el dinero no es tan importante como otros factores.
Este gráfico del estudio compara los niveles medios del bienestar experimentado (informes de sensaciones en tiempo real) con los del bienestar evaluativo (satisfacción general con la vida) para cada banda de ingresos:
"Las personas con mayores ingresos son más felices, en parte, debido a una mayor sensación de control sobre la vida", dice el autor. "Cuando tienes más dinero, tienes más opciones sobre cómo vivir tu vida. Podemos ver esto en la pandemia. Las personas que dependen de un sueldo y pierden su empleo pueden tener que coger el primer trabajo disponible para mantenerse a flote, incluso si no les gusta. La gente con colchón financiero puede esperar por uno que se adapte mejor. En todas las decisiones, grandes y pequeñas, tener más dinero da más opciones y un mayor sentido de autonomía".
"Sin embargo, podría ser mejor no definir el éxito en términos monetarios", dice. "Aunque el dinero puede ser bueno para la felicidad, descubrí que las personas que equiparan dinero y éxito son menos felices que las que no lo hacen. También descubrí que la gente que ganaba más dinero trabajaba más horas y se sentía más presionada por el tiempo".
Aunque el estudio muestra que los ingresos importan más allá del umbral de 75.000 $ (90.000 $ de hoy) de Kahneman y Deaton, Killingsworth tampoco quiere que la conclusión imponga la idea de que las personas deberían centrarse más en el dinero. De hecho, descubrió que, en realidad, los ingresos son sólo un determinante modesto de la felicidad.
Comparemos los niveles de sentimientos positivos (promedio de: confianza, provecho, inspiración, interés y orgullo) y negativos (media de: miedo, enojo, debilidad, aburrimiento, tristeza, estrés y disgusto) para cada banda de ingresos:
A partir de 80.000 $ de ingresos, es muy evidente que los sentimientos positivos suben fuertemente y los negativos caen de forma importante (con algún altibajo significativo).
Antes de acabar, quiero aprovechar para mencionar un dato curioso que ha publicado recientemente Economic Journal. Lo incluyo porque es lógico pensar que la vida en pareja es también un factor relevante en el nivel de felicidad, sobre todo si desemboca en divorcio.
Pues bien, un estudio de Kabatek y Ribar concluye que tener una primogénita aumenta el riesgo de que los padres se divorcien, pero dicho riesgo surge sólo en la adolescencia de la niña primogénita (ver cuadro de The Economist).
Las encuestas confirman que una hija adolescente y su padre en particular se ponen nerviosos entre ellos con más facilidad.
También muestran que los padres (padre y madre) de hijas adolescentes discuten más sobre la paternidad que los padres de hijos varones, y que las madres de hijas adolescentes tienen más desacuerdos con sus parejas sobre el dinero y se vuelven más abiertas a la idea del divorcio. Investigaciones también han demostrado que es común que los padres (padre y madre) se peleen por controlar las elecciones personales de sus hijos (de cualquier sexo): cómo se visten, con quién salen y dónde trabajan.
Los autores encontraron un tipo de pareja que parece inmune al “efecto hija”: aquéllas en las que el padre se crio con una hermana. Haber crecido con esta experiencia puede actuar como vacuna.
Todo lo explicado en la columna de hoy nunca superará a una de mis citas favoritas de Marco Aurelio; cuánta razón tenía el estoico emperador: "La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos".