Como pasó con el papel higiénico en los primeros días del confinamiento, unos cuantos avispados se han apresurado a asegurar su suministro de vacunas dejando al resto del mundo con las manos vacías (o con el culo al aire). Quizá el ejemplo más flagrante sea el de Canadá, que ha precomprado dosis suficientes para inmunizar cinco veces a toda su población.
Asegurar un acceso equitativo y justo a las distintas versiones aprobadas debería considerarse como una simple cuestión ética y de justicia social. Pero, para quienes comulguen con la cofradía del nacionalismo de las vacunas, hay unos cuantos argumentos económicos y epidemiológicos que demuestran que la forma más rápida y barata de salir de la pandemia requiere una buena dosis de cooperación internacional.
Las variantes sudafricana y británica recuerdan que cuanto más tiempo esté en circulación el coronavirus, más mutaciones acumulará, lo que podría reducir e incluso anular la eficacia de las vacunas aprobadas actualmente y volvernos a poner en la casilla de salida. Y dado los países con grandes poblaciones y sistemas de salud débiles corren el riesgo de sufrir muchos más contagios en mucho menos tiempo, su falta de acceso a vacunas aceleraría la aparición de nuevas variantes.
La forma más rápida y barata de salir de la pandemia requiere una buena dosis de cooperación internacional
Por ello, el número de muertes evitadas bajo una estrategia cooperativa de vacunación podría duplicar al que se lograría si los países actúan de forma individualista, según un estudio de la Universidad Northwestern. Aunque este mayor número de muertes se concentraría más donde no hay acceso a vacunas, los autores subrayan que el nacionalismo vacunal también aumentaría el número de fallecimientos en las regiones que sí han empezado a inmunizarse, lo que demuestra la urgencia de situar a los países en vías de desarrollo en un lugar prioritario de la cola de vacunación.
Luego está el plano económico, en el que el mantra más repetido es que, en el mundo hiperglobalizado en el que vivimos, ningún país es una isla. Puede que la vacunación acelerada de algunas naciones les ayude a reabrir sus economías locales, pero sectores importantes de la industria, como el retail y el textil, dependen enormemente de las cadenas de consumo y suministro globales y de la mano de obra deslocalizada.
Distintos estudios señalan que las pérdidas económicas mundiales del enfoque de vacunación nacionalista serían mucho mayores que las de una estrategia cooperativa. Así que, por mucho que corramos para devolver nuestros gimnasios, tiendas y restaurantes a su plena capacidad, las empresas cuyos clientes, trabajadores y proveedores extranjeros sigan sumidos en la pandemia se verán igualmente abocadas al desastre.
Las pérdidas económicas mundiales del enfoque de vacunación nacionalista serían mucho mayores que las de una estrategia cooperativa
E igual que pasa con las muertes, las pérdidas económicas asociadas a la inmunización individualista también se recaerán en los países desarrollados, por muy vacunados que estén. Solo este año, dichos costes podrían rozar los 7,5 billones de euros, de los cuales, cerca de la mitad serán asumidos por los países ricos, según un reciente estudio La Oficina Nacional de Investigación Económica de EEUU.
Para abordar esta situación, la OMS lidera desde hace meses la iniciativa COVAX, para conseguir financiación para inmunizar al 20% de la población mundial más vulnerable al virus antes de que acabe el año. Sin embargo, en lugar de recibir los fondos directamente, permite a los países comprar dosis y donarlas a otros más necesitados, que parece ser la opción de Canadá para dar salida a su acopio de vacunas. Pero, dado que el mecanismo no impone plazos ni condiciones de entrega, no hay manera de saber cuándo lo hará.
También están los movimientos que piden a las farmacéuticas que amplíen su concesión de licencias para que otros países puedan fabricar sus propios suministros, y los que directamente solicitan que se liberen las patentes. Pero, mientras que el primer enfoque solo avanza lentamente, el segundo ha sido prácticamente ignorado.
La situación se ha vuelto tan grave que esta misma semana el secretario general de la ONU, António Guterres, ha criticado la falta de solidaridad de los países desarrollados y ha hecho un llamamiento para que "los fabricantes aumenten su compromiso con COVAX y con los países de todo el mundo para garantizar un suministro suficiente y una distribución justa de las inmunizaciones".
Aunque no se oye tanto como "quédate en casa", el nuevo mantra pandémico es que "nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo". Por mucho que los países más ricos del mundo se crean capaces de acabar con una pandemia que no entiende fronteras inmunizando únicamente a sus respectivas poblaciones, dejar a los países más pobres a la cola de vacunación sólo hará que tardemos más en erradicar la pandemia y que nos salga mucho más caro.
O sea que, si la solidaridad no le basta para apoyar el acceso universal a las vacunas, hágalo por una cuestión de egoísmo puro. Porque no es lo mismo seguir arrastrando muertes y pérdidas económicas durante años que quedarse sin papel higiénico.