La caída de la incidencia de la brutal tercera ola del Covid-19 en nuestro país, la puesta en marcha de la campaña de vacunación, el cercano final del invierno y la proximidad de las vacaciones de Semana Santa, han puesto sobre el tapete el debate de cuáles deben ser los siguientes pasos hasta que el proceso de vacunación cumpla el objetivo de inmunidad de rebaño, presuntamente al comienzo del verano.
El problema es el tiempo que va a transcurrir entre una fase y la otra. En el mejor de los casos, serán tres meses, y en el peor de los casos, nueve meses o más. Y no olvidemos que una ola se puede montar en apenas un mes, como ha sido la tercera, o en dos o tres meses, como fue el caso de la segunda.
Balance de la 3ª ola
Aunque la tercera ola todavía no ha terminado y su fin no pueda declararse hasta que, o bien empiece la cuarta, o bien la actual ola alcance un nivel bajo durante un cierto tiempo, ya podemos hacer un primer balance de lo que ha supuesto en términos sanitarios.
Vaya por delante el recuerdo de lo que nos dijeron, cuando bajamos de la 2ª y se planteó el debate de “salvar las navidades”: “la próxima ola, en caso de que tenga lugar, va a ser mucho más suave, y no tendrá nada que ver con la primera o incluso la segunda”. Las razones detrás de este infundado pronóstico eran múltiples:
I. Ya empieza a haber una cierta inmunidad de rebaño, cerca del 10% para el conjunto nacional, pero en torno al 20% en zonas con alta densidad de población, como Madrid o Barcelona.
II. Tenemos una mayor capacidad de testeo y rastreo como para controlar brotes antes de que se extiendan.
III. Hemos aprendido a proteger a nuestros mayores, sobre todo en las residencias.
IV. El uso de la mascarilla está muy extendido, lo que, unido a una mayor concienciación individual, frenará la rapidez y extensión del contagio.
Todos esos argumentos parecían sólidos y razonables. Pero fracasaron, lo que indica que seguimos teniendo muchas incógnitas en torno al proceso de contagio asociado a este virus.
El Grafico 1 recoge la historia de la incidencia acumulada IA-14 (casos acumulados en los últimos 14 días por cada 100.000 habitantes) desde que empezó a publicarse la serie, el 25 de mayo de 2020 hasta el pasado viernes. Por aquel entonces, pese a que seguíamos en el primer estado de alarma, ya se habían puesto en marcha las fases de desescalada I y II en casi todas las provincias.
Desde esa fecha hasta el final del estado de alarma, el 21 de junio, tras el que se hizo a descansar el peso de la gestión de la pandemia en las CCAA, la evolución de la pandemia fue muy prometedora. En promedio, la IA-14 desde el 25 de mayo al 15 de julio fue de 10,8 y desde el final del estado de alarma hasta el 1 de julio, de apenas 8,1. Estamos hablando de una media de 350 casos diarios.
Con esa incidencia, sólo un porcentaje pequeño ingresaría en UCI y, con la letalidad promedio registrada, en torno al 2,2%, habría como mucho unos 7 muertos al día en toda España. Asumible. El modelo de “convivencia con el virus” llegaba a su apogeo. El verano estaba servido y lo “único” que tenían que hacer las CCAA era controlar los brotes que fueran apareciendo.
La segunda ola empieza, desde un punto de vista técnico el 15 de julio, y lo hace de forma suave y asimétrica entre las diferentes CCAA. Pero a partir de esa fecha el número de contagios diarios vuelve a cifras de 4 dígitos, y desde entonces hasta hoy no hemos vuelto a bajar de esa referencia.
La segunda ola se monta en dos etapas: una llega hasta el 29 de septiembre, donde alcanza una incidencia de 294, con más de 10.000 casos diarios, que se frena durante 15 días, volviendo a bajar a cifras de 4 dígitos. Muchos creyeron que esa era el “pico” y que se confirmaría el descenso, pero llegó el puente del 12 de octubre y se volvió a acelerar, esta vez de forma más brusca, hasta alcanzar una IA-14 de 529 el 9 de noviembre, unos 20-25.000 casos diarios.
En el camino, se aprueba el Decreto Ley con el segundo Estado de Alarma para todo el país. A partir del 9 de noviembre, que fue el pico de la 2ª ola, comienza un descenso bastante rápido, hasta llegar a una incidencia de 189 el 10 de diciembre. En resumen, se trata de una ola cuya primera fase de ascenso tardó 3 meses, la segunda un mes, y la bajada tardó otro mes, pero cuyo suelo se quedó cerca del nivel de la parada transitoria antes de la escalada (189) y con unos 5.000-7.000 casos diarios.
A partir del 10 de diciembre comienza la tercera ola, tras el puente de diciembre y los preparativos navideños, y la incidencia se dispara con una virulencia no vista hasta entonces: desde 189 a 900, alcanzada el 27 de enero. Es decir, 710 puntos en apenas un mes y medio. Hablamos de unos 40.000 casos diarios, aunque el récord se alcanza el 21 de enero con 44.357 casos nuevos. Vuelven a saturarse muchos hospitales y UCI, y se disparan los fallecimientos, un drama que sigue y que todavía tendremos que sufrir durante algunas semanas, pese al descenso de las incidencias. En la Tabla 1 recojo las cifras oficiales de fallecidos en las 3 olas, aunque la cifra de la 3ª es provisional, pues seguirá creciendo en los próximos días/semanas.
Lo cierto es que, contra lo que se aventuraba, la tercera está siendo terrible, también en número de fallecimientos, y no podemos descartar que incluso se superen las cifras de la 1ª ola.
¿Dónde estamos ahora?
El viernes pasado bajamos hasta una incidencia de 194. Eso quiere decir que este fin de semana alcanzaremos y superaremos el ya mítico valle de la 2ª ola, 189, alcanzado el 10 de diciembre. Las CCAA han empezado a relajar las medidas, una vez cruzado el umbral de riesgo extremo. Pero se les olvida que estamos en una zona de riesgo alto, tal y como señala la Tabla 2, recogida en la presentación por el Presidente del Gobierno del Decreto del 2º estado de alarma. Una tabla que sigue los criterios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Agencia Europea de Control de Enfermedades (ECDC).
Dicho Decreto-Ley señalaba que el actual Estado de Alarma, aprobado el 25/10 con el horizonte de 6 meses desde su primera prorroga, es decir hasta el 9 de mayo, tendría como objetivo alcanzar un nivel de riesgo bajo, menos de 25, que sería casi el triple de la incidencia alcanzada en junio pasado.
Plantear la relajación de las medidas (limitación de la movilidad territorial, toques de queda, cierres de eventos masivos, aforos limitados) a partir del nivel de 150, riesgo medio, sería una temeridad, y aumentaría el riesgo de una nueva ola. Tener una 4ª ola no sólo sería demoledor desde un punto de vista sanitario y económico, sino que dañaría tremendamente la imagen internacional de España de cara al próximo verano.
Ningún país ha tenido cuatro olas en esta pandemia y, algunos de los candidatos a tenerla, por haber casi completado la tercera (Israel, EE.UU., Reino Unido) la van a evitar gracias a sus políticas de vacunación masiva. No es nuestro caso, ni el de ningún país de la UE, tal y comentábamos en este artículo de esta misma publicación.
Aunque el ritmo de vacunación se ha acelerado, alcanzando un máximo de 163.000 dosis diarias el pasado viernes, estamos muy lejos aún del objetivo de 218.000 dosis necesario para alcanzar la meta del 70% de inmunidad de los mayores de 16 años el 1 de julio (véase Gráfico 2)
Ello requiere tener un plan para que, dentro del modelo de “convivir con el virus”, que ya es demasiado tarde para cambiar, podamos esquivar la cuarta ola antes de completar el objetivo de vacunación. Un plan basado en la experiencia de las dos últimas olas, es decir, en evitar los errores cometidos.
El plan debe tener dos fases:
1. En primer lugar, aguantar lo máximo posible hasta que la incidencia baje al menos hasta 50, aunque lo ideal sería volver a los niveles de junio, con el número de casos en los 3 dígitos (por debajo de los 1.000 diarios). Es decir, evitar el error de la 3ª ola, previo a las Navidades.
2. En segundo lugar, una vez alcanzado ese nivel, relajar las medidas, dando por terminado el Estado de Alarma, siendo sustituidas por otro conjunto de herramientas:
I. Un buen sistema de rastreo de los casos que vayan surgiendo. Generalizar los test de aguas residuales. Se debe hacer una evaluación del fracaso del Radar Covid, una buena herramienta que ha sido boicoteada por las CCAA, al no haber facilitado los códigos de activación de los usuarios con test positivos. El Radar Covid debería ser actualizado para poderse utilizar como “pasaporte” o “certificado” de vacunación en el futuro. Ello incentivaría su descarga y el aprendizaje de su manejo con suficiente antelación.
II. Un buen sistema de testeo, cómodo y asequible para los ciudadanos, sobre todo de cara a asistencia a reuniones, actos o eventos con grupos numerosos. Se debe popularizar el test de antígenos, dado que la rapidez en conocer el resultado, compensa con creces su relativa menor efectividad. Se debería regular su precio, para hacerlo asequible, y reservar los PCR para la confirmación y seguimiento de los infectados, y para los viajes internacionales.
III. Control de la movilidad entre CCAA a partir de la presentación de un PCR o un test de antígenos recientes, que sustituyan a los inservibles “salvoconductos” que no han servido para controlar nada.
Es decir, un conjunto de herramientas para evitar los errores del verano que dieron origen a la 2ª ola. Corregir los errores que dieron lugar a las dos olas anteriores, nos pondrá en una situación óptima de cara al verano.
El reconocimiento por parte del Presidente del Gobierno de que “se han cometido errores” tanto en la segunda como en la tercera ola, unido al reconocimiento de que el ritmo de vacunación es “insuficiente” es un paso de gigante para el abordaje de la última fase de la pandemia. Ojalá se sumen a ese discurso todos los presidentes y presidentas de las CCAA. Porque el mensaje de que “nosotros lo hacemos muy bien” o de que “el ritmo de vacunación es óptimo” nos volverá a llevar, una vez más, al desastre sanitario y económico.