El discurso de Joe Biden ante la Conferencia de Seguridad de Munich, hecho desde la Casa Blanca, parece dejar muy claras cuáles van a ser las variables que centren la geopolítica de -al menos- los próximos cuatro años, y la enorme importancia que la tecnología ha adquirido en ellas.
Que la tecnología sea una variable importante en casi todo es algo que ya no debería de sorprendernos: hablamos de algo que está ya presente en todos los aspectos de nuestras vidas. El peso cada vez mayor de China, un gigante capaz de plantearse estrategias a muy largo plazo en lugar de variarlas, como hacemos los países democráticos, con la llegada de cada nueva administración, y el impacto de una guerra comercial planteada de manera absurda e irresponsable por el anterior inquilino de la Casa Blanca han llevado a un claro replanteamiento de la situación global.
La diferencia fundamental de la administración Biden con respecto a su predecesora es, claramente, la búsqueda de la cooperación internacional. Lo que Donald Trump, con su patético y simplista America First, no podía plantear, es ahora el objetivo claro: un bloque autocrático representado por China, frente a unos países democráticos que deben protegerse de su expansionismo político y de sus demandas territoriales, pero sobre todo, de una fortísima pujanza tecnológica que provoca dependencias cada vez mayores en el resto del mundo.
Hablamos de un país que fabrica no solo la mayoría de la electrónica de consumo del mundo, sino que además, controla la mayor parte de las cadenas de valor de la industria, sobre todo en lo relacionado con componentes electrónicos.
En este momento, varios fabricantes de automóviles norteamericanos y de otros países tienen sus cadenas de producción paradas y han enviado a sus trabajadores a casa debido al llamado 'chipaggedon', una escasez de microprocesadores provocada por las paradas de la producción de las fábricas chinas en la primera parte de la pandemia unidas al incremento de la demanda de productos de electrónica de consumo que Occidente adquirió a toda prisa para tratar de acomodar los nuevos hábitos relacionados con el trabajo desde casa, y no parece que este problema vaya a solucionarse hasta principios del próximo año.
China se ha convertido en el líder tecnológico: invierte más en I+D que ningún otro país, el 2.4% de su Producto Interior Bruto, en 522 laboratorios y 350 centros de investigación en ingeniería, y todo apunta a que podría convertirse pronto en el líder mundial en machine learning, la tecnología con un potencial disruptivo más importante.
Ha pasado antes que nadie por la automatización de sus centros de producción y por la reeducación de sus trabajadores: sus compañías tienen más robots en operación que ningún país en el mundo, lo que les permite producir no solo más, sino además, mejor, con un porcentaje de errores muy inferior. Además, es la potencia mundial mejor protegida tecnológicamente y con mayor estabilidad interna mediante una Gran Muralla electrónica que lleva años optimizando, cuenta con la mejor y más puntera distribución del mundo, y con un despliegue de su moneda electrónica que la ha convertido en pionera en cuanto a grados de libertad en su política monetaria.
Las fortísimas dependencias que las cadenas de valor de todos los países tienen de China, evidenciadas por la pandemia, han sido solo el aperitivo de lo que viene
Las fortísimas dependencias que las cadenas de valor de todos los países tienen de China, evidenciadas por la pandemia, han sido solo el aperitivo de lo que viene, y Joe Biden lo sabe. Ya hablemos de la guerra por reducir el grosor de las obleas de silicio, de la fabricación eficiente de paneles solares o de baterías capaces de durar más de un millón de kilómetros, China lleva una notable ventaja.
Si el país, además, consigue reforzar sus lazos con otros países gracias a su nueva y ambiciosa ruta de la seda, el mundo tendrá no solo a un nuevo líder, sino que, además, ese nuevo líder habrá llegado a serlo gracias a prescindir de la democracia, de ignorar muchos de los derechos que en el resto del mundo consideramos fundamentales, y actuando, en el plano de las relaciones internacionales, con reglas marcadamente desiguales, cerrando su mercado interno a competidores extranjeros.
La guerra comercial iniciada por Donald Trump dejó muchísimos cabos sueltos: sanciones a múltiples compañías chinas que los tribunales han ido anulando por estar plagadas de defectos de forma.
Ahora, Joe Biden sabe que si quiere ganar esta guerra, no puede comportarse como un matón de patio de colegio: necesita aliados. Ya no es America First, sino buscar la unión de los países democráticos para defenderse de una autocracia enormemente ambiciosa, que defiende otras prioridades y otra forma de hacer las cosas. Y todo ello, apoyado por la mayor pujanza y ventaja tecnológica que ningún país ha llegado nunca a tener. Tecnológicamente, China es el futuro, pero… ¿queremos un futuro con sus reglas?
En la Edad del Bronce o en la del Hierro, los pueblos que habían aprendido a dominar su forja eran capaces de ganar todas las batallas gracias a contar con armas superiores. En el nuevo escenario geopolítico no se juega con espadas o mazas, pero la tecnología sigue jugando un papel fundamental: quien domina las tecnologías clave, marca las reglas. Con todo lo que ello conlleva.