¡Qué revuelo de vicepresidencias la semana pasada! En España se baraja el orden de las cuatro vigentes y en EEUU Joe Biden le entrega a la vicepresidenta Kamala Harris su propio cargo de presidente, en uno de esos lapsus linguae que ya empiezan a serle característicos.
Lo de España es más novedoso pues no se conocía hasta ahora una vicepresidencia segunda ejercida a “tiempo parcial y compartido” con los platós de televisión y clamando en ellos contra los molinos de su espíritu. Uno se imagina al exsecretario general de Alianza Popular y antiguo mentor del todavía titular de la cartera de Derechos Sociales, dirigiéndose a éste al modo de Sancho Panza: “Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son fascismos, sino los molinos de viento del viejo conservadurismo clerical español, y lo que en ellos parecen fasces, son las aspas de las sotanas, casullas y sobrepellices, que, volteadas del viento, hacen andar la procesión”.
¡Como si nada! Se ve que la imaginación calenturienta es una vieja tradición española. También Santa Teresa, de niña, se escapó de casa junto a su hermano Rodrigo para, armados, él con la espada de su padre, y ella con un crucifijo, ir a tierras de moros y alcanzar allí la palma del martirio.
Hacía ya 35 años de la conquista de Granada, con lo que la aventura quedaba un poco desfasada, aunque, al menos, al otro lado del Estrecho, aún hubiera a quien convertir, de grado o por fuerza. Pero, ahora, no queda ni una mala República títere de Saló con que justificar la retórica.
El desfase, sin embargo, ni es solo cosa de la política, ni es solo cosa española. En el mundo financiero también se llevan a cabo peleas imaginarias continuamente. Así, una de las luminarias de las finanzas internacionales, Ray Dalio, gestor del más gran fondo de inversión libre que existe, lleva años temiendo que se repita una recesión equivalente a la de 1937 a pesar de que aquella fue provocada por la reducción de la oferta monetaria (mientras que en los últimos años ésta crecía) y por la aplicación de un impuesto a los beneficios no distribuidos de las empresas (mientras que Donald Trump bajaba el impuesto de sociedades).
En los últimos meses se ha empezado a librar otra batalla imaginaria contra una inflación futura y persistente que algunos ven venir, lo que ha llevado a los mercados de deuda pública a verdaderos ataques de nervios preventivos que, probablemente, se verán intensificados por la llegada en estos días a las cuentas bancarias de los ciudadanos de EEUU de los 1.400 dólares regalados por el gobierno. Y es que en este caso no se puede hablar, como en Derecho, de que “lo que abunda no daña” pues un aumento de liquidez tan brutal y súbito va a poner en riesgo las “cañerías” del mercado monetario de EEUU, donde los tipos de interés de corto plazo ya se han vuelto negativos.
Desde que los mercados recuperaron poco a poco su compostura en el verano pasado parece que estamos reproduciendo un ciclo expansivo vivido en los tres años anteriores a 2020. Es decir, entre mediados de 2016 y mediados de 2019.
Cuando aquí hablamos de que los mercados se están comportando este año como en los primeros meses de 2018 lo que estamos diciendo es que están volviendo a una normalidad parecida a ese año intermedio del ciclo previo mencionado. Y eso tiene algo bueno (que el año 2021 debería ser de ganancias en Bolsa hasta mediados del otoño) y algo malo también: que el impulso económico conseguido con la combustión de ingentes cantidades de dinero se pueda empezar a agotar a mediados o finales de 2022, lo que coincidiría, por otra parte, con lo que ya hemos comentado a veces: que después de las pandemias anteriores (las de 1918, 1957 y 1969) se reprodujo una recesión, como mucho, tres años más tarde.
Si exceptuamos las “salidas de tono” de corto plazo del precio del petróleo y del cobre (aunque sigan su senda de largo plazo) y de las materias primas agrícolas, todo lo demás está evolucionando como en la “normalidad” de 2018. El problema es que, para la vuelta a esa normalidad, en EEUU se ha tenido que incrementar el déficit público y el de la balanza por cuenta corriente hasta niveles inusitados: se estima que la suma de ambos puede subir hasta los 4 billones ('trillion') de dólares en este año 2021 y otros 2 billones más para 2022. Y todo ello sin que en las estimaciones se incluya 1,5 billones adicionales de gasto para proyectos de infraestructuras. Y algo parecido, aunque a menor escala, en Europa y China.
Si todo vuelve a flojear, ¿qué harán los gobiernos? ¿Endeudarse de nuevo por otras cantidades billonarias del orden de las mencionadas?
Solo puede salvarnos del callejón sin salida un salto en la productividad de las economías, posible por los avances tecnológicos, que permitiría una redistribución de rentas más favorable a los asalariados y al relanzamiento del consumo. Sería la compensación a años de no achatarrar capital (como se hacía en el pasado lejano) en las últimas recesiones para evitar traspasar más de la cuenta el umbral del dolor que, en las sociedades occidentales, está bastante bajo.
Esa y no otra es la batalla contra los molinos de viento que nos espera. Con y sin elecciones en Madrid. Aunque el vicepresidente a tiempo parcial, con su épica imaginaria, siga recitando que hay una candidata que en realidad “es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero (“fascista” por más señas) a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede”. Retórica que es replicada puntualmente con otros libros de caballerías.