No he podido ver ni la mitad del vídeo que destapa los casos de crueldad animal del laboratorio de investigación español Vivotecnia. Al llegar a la parte en la que un miembro del personal extrae sangre del ojo a una rata consciente he tenido que parar. Y, por lo que he leído, el resto es incluso más macabro.
Este escándalo, que está siendo investigado desde hace días, es un recordatorio de lo mucho que los humanos debemos al resto de los animales. Porque, si los profesionales sanitarios, científicos y trabajadores esenciales son los héroes de la pandemia, no cabe duda de que los animales utilizados para investigación son nuestros mártires.
Millones de ratas, monos, conejos y cerdos (la lista es más larga) sufren y mueren cada año para que nosotros podamos tomar medicamentos de forma segura y comprender mejor cómo funciona nuestra biología. Y la gente que aún se sorprende de lo rápido que han aparecido las vacunas de ARNm contra el coronavirus probablemente no sepa que este increíble avance requirió el sacrificio de otros muchos durante décadas.
Si los profesionales sanitarios son los héroes de la pandemia, los animales utilizados para investigación son nuestros mártires
Por ejemplo, para evitar que los delicados fragmentos de ARNm se degraden antes de penetrar en nuestro organismo, deben protegerse en el interior de una cápsula. En el caso de la vacuna de Moderna, dicha envoltura consiste en mezcla de nanopartículas de grasa. Pero, para dar con esta receta, el equipo tuvo que probar 40 opciones distintas. Y, ¿dónde las probó? Por supuesto, en ratones.
Sin estos sacrificios no tendríamos vacunas contra el coronavirus, pero tampoco contra ninguna otra enfermedad. No tendríamos marcapasos, ni un simple ibuprofeno. Y probablemente sabríamos muchísimo menos de cómo funcionan nuestros sistemas inmunitario, reproductor, respiratorio y cualquier otra parte del cuerpo que se le ocurra.
Y, si en el futuro aspiramos a revertir las parálisis, frenar el envejecimiento, tener mejores estrategias contra el cáncer y encontrar cura para Alzhéimer, no nos queda más remedio que seguir sacrificando animales.
Pero, lejos banalizar los tormentos a los que los sometemos, la comunidad científica y los gobiernos han establecido leyes y protocolos para minimizar su sufrimiento, e incluso hay líneas de investigación centradas en reducir nuestra dependencia de los animales de investigación.
Se trata de las pruebas in silico, es decir, simulaciones por ordenador que recrean cómo reacciona un organismo ante un determinado estímulo. El proyecto internacional Humano Virtual Fisiológico lleva desde 2011 intentando crear un sujeto virtual completo que responda a los medicamentos como lo haríamos los humanos. Gracias a este enfoque, este modelo computacional podría sustituir a todos los animales utilizados en análisis de toxicidad.
Ya se han producido algunos pequeños casos de éxito en la investigación in silico. Sin embargo, la complejidad de nuestro organismo sumada a la enorme variabilidad entre personas y a todos los pormenores biológicos que aún desconocemos hacen que el sueño de acabar para siempre con el sufrimiento animal en investigación todavía esté muy lejos.
Comprendo perfectamente a los defensores de los derechos animales que rechazan su uso en investigación. Al fin y al cabo, la diferencia entre los mártires humanos y sus homólogos de laboratorio es que mientras que los primeros se sacrifican voluntariamente, nuestra inteligencia superior es la que nos permite obligar al resto de los seres vivos a actuar como materia prima científica, a pesar de que no nos pertenecen.
Sin embargo, en el caso de la ciencia, coincido con la comunidad en que los beneficios que aporta la investigación compensan el sufrimiento que causamos a los animales. Lo pienso cuando tomo un medicamento y cuando me acuerdo de los años que mi abuelo padeció Alzheimer. Pero esto no quita que no debamos estar agradecidos y tratarlos con el máximo respeto y cuidado.
Aquí es precisamente donde reside la clave del escándalo de Vivotecnia. El problema no es que la empresa utilice animales para investigar, sino que sus trabajadores no siguen los protocolos establecidos ni muestran ningún tipo de compasión por ellos.
Por supuesto, cualquiera que mire por un agujero qué pasa en un laboratorio de investigación encontrará sufrimiento animal, al igual que en un quirófano, como explica el presidente del Comité de Ética del CSIC, Lluís Montoliu, en una entrevista publicada ayer en El País. Pero, al igual que los médicos tratan a sus pacientes con el máximo cuidado y respeto, los investigadores están obligados a hacer lo mismo con los animales.
No sé si es una cuestión ética, moral, legal o filosófica. Lo que sí sé es que nuestra medicina y nuestro conocimiento de la biología han llegado hasta donde están gracias a los animales de laboratorio. Y si los mártires humanos son dignos de homenajes y honores, los mártires de nuestra salud también deberían ser honrados y respetados. Espero que lo recuerde la próxima vez que tenga que tomar un ibuprofeno.