Siempre están cambiando. Lo cantaba Bob Dylan en los años 1960s, convirtiendo una banalidad en un eslogan juvenil: es que no hay nada como hacer creer a cada generación que la humanidad les estaba esperando precisamente a ellos para que cambiaran un universo injusto.
A veces, esos cambios exigen 35 años o más para que sean evidentes. En ocasiones nadie o casi nadie repara en que se están produciendo, por más que se desplieguen en el “Gran Teatro del Mundo”. Ahora parece que estuviéramos en uno de esos cambios de fase que se producen dos o tres veces en cada siglo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, y a partir de 1948, los EEUU impulsaron la reconstrucción económica europea (el afamado Plan Marshall) aparentemente con el triple propósito de dar salida a parte de sus productos, de poder cobrar las deudas de guerra y de mantener económica y socialmente a raya la propaganda de la Unión Soviética.
Fueran esos los motivos conscientes o no, lo cierto es que el intento fue todo un éxito que culminó con la erección del Estado de bienestar en gran parte de Europa. Pero el éxito empezó a deteriorarse en los años 1970s, abriendo paso a los 35 años siguientes de supremacía “neoliberal” y de globalización acelerada (la primera tras el fracaso de la que culminó en 1914 con la I Guerra Mundial)
Eran años que empezaron con el triunfo electoral de Ronald Reagan en EEUU en 1980, y de Margaret Thatcher en Reino Unido el año anterior. Ambos no solo triunfaron política e ideológicamente, sino que asistieron (y contribuyeron) al derrumbamiento de la Unión Soviética.
Nos habíamos plantado, pues, en 1982, tras el nacimiento, desarrollo y crisis del Estado de bienestar y, más tarde (tras la fase de ascenso, apogeo y deterioro de la nueva filosofía política liberal) en 2017, con los primeros síntomas de que los cacareados “neoliberalismo” y “pensamiento único” no daban ya más de sí.
A cada uno de esos dos períodos de aproximadamente 35 años se les puede aplicar el aforismo más conocido de Hegel de que “todo lleva en sí la semilla de su destrucción”, ahora que, de nuevo, parece que nos enfrentamos a otro movimiento pendular caracterizado por el ascenso de China como potencia mundial, que ya desafía la hegemonía de EEUU, y por la vuelta no solo al aumento de los impuestos, sino a la aplicación precipitada (por culpa de la COVID-19) y que nadie esperaba tan temprano, de la Teoría Monetaria Moderna (o creación de dinero a gogó), como recurso para la última gran huida hacia adelante.
Parece que nos enfrentamos a otro movimiento pendular caracterizado por el ascenso de China como potencia mundial y la aplicación precipitada de la Teoría Monetaria Moderna
Si Carlos Marx estuviera presente en el mundo actual, seguro que añadiría a su lista de contradicciones del capitalismo la más evidente de todas: desde 2008, cada momento de crisis económica se ha superado creando, de la nada, enormes cantidades de dinero que, o bien son inyectadas directamente en el sistema financiero, para evitar su quiebra, o bien son utilizadas por los gobiernos para contener el descontento social.
Todo ello facilitado, de momento, por la ausencia de inflación que es la cara positiva del vaciamiento de los países occidentales de la industria tradicional, que se ha desplazado a lugares con bajos salarios, que ya ponen en riesgo la supremacía de Occidente.
Se trata, pues, de una desesperada huida hacia adelante que consigue en parte su propósito (evitar una Gran Depresión) y en parte lo que trataba de evitar: el aumento del malestar social por el incremento de las desigualdades.
Y es que si, por un lado, los bancos centrales están evitando que una parte enorme de la población caiga en la miseria, como subproducto de su acción, las bolsas están llegando a niveles astronómicos, lo que hace que la apariencia de desigualdad sea especialmente sangrante: las fortunas del creador de Tesla o del de Amazon desbordan lo imaginable y, por lo que se ve, desvían la atención de la lucha contra la pobreza hacia la lucha contra la desigualdad.
Entre las “bagatelas” multimillonarias que exacerban esa sensación de vacío existencial y desigualdad extrema se ha puesto de moda el Bitcoin (y un sin número de otras criptomonedas) al que sus defensores atribuyen la cualidad de cambiar el mundo pero que más bien parece un juego de niños malcriados por la Reserva Federal y el BCE que, muy probablemente, terminará mal.
Los que vienen de una pobreza reciente, o la padecen actualmente, ya están cortando por lo sano: China ha prohibido casi todas las actividades ligadas al Bitcoin e India está en ello (que nadie confunda la creación del cripto-yuan en China con el éxito del Bitcoin: la tecnología es distinta y persiguen objetivos opuestos).
El viernes pasado se sumó a las prohibiciones relacionadas con el Bitcoin alguien inesperado: Turquía. Con su decisión de prohibir a los bancos del país que procesen las transacciones que tengan como origen o destino las plataformas en las que se negocian las criptomonedas, el gobierno de Erdogan intenta contener la depreciación de su moneda, la lira, utilizando, para disimular la torpeza en la gestión de su política monetaria (cargada de interferencias políticas) razones que cualquier crítico del Bitcoin suscribiría sin problema: ausencia de regulación y supervisión de esos mercados; uso para actividades ilegales; robo de monederos digitales de criptomonedas; irrevocabilidad de las transacciones, etc.
El nacimiento de las criptomonedas es fruto del mismo problema que alentó la catástrofe financiera de 2008: demasiado dinero a la caza de pocos activos
El nacimiento de las criptomonedas (y de las llamadas stablecoins, o monedas estables, como Tether) es fruto del mismo problema que alentó la catástrofe financiera de 2008: demasiado dinero a la caza de pocos activos. Si aquello dio origen al nacimiento de lo que se terminaría llamando activos tóxicos, ahora, entre los activos que serán llamados tóxicos en el futuro, están los Bitcoin, Dogecoin, Ethereum, etc.
Si entonces el FMI alababa aquellos productos tóxicos porque distribuían el riesgo, ahora la SEC (la CNMV de EEUU) está haciendo la vista gorda con las criptomonedas y otros excesos especulativos que ya resultan risibles.
¿Es compatible esta huida hacia adelante con la llegada de un nuevo movimiento pendular (hacia una nueva prosperidad) basada en cierto grado de desglobalización, el aumento del poder negociador de los asalariados, la subida de impuestos nacionales y la creación de un impuesto internacional uniforme sobre las ventas (no los beneficios) en cada país de las grandes empresas tecnológicas?
Más vale que sea así, porque parece que eso es lo que viene. ¿Durará la nueva etapa otros 35 años? Chi lo sa? Quizá estas periodificaciones solo son pura fantasía; o bien una manera de intentar exponer la historia en el Gran Teatro del Mundo, de manera didáctica y a grandes brochazos; o una proyección sobre la realidad, determinada porque la mente humana tiene que razonar con patrones para no estar completamente perdida, o, en fin, pura desesperación por intentar explicar lo que es un fluir caótico y sin interpretación racional posible.
Todo para evitar convertirnos en carne de cañón de otra canción de Bob Dylan. Para evitar vernos como “rolling stones”, como “nómadas” involuntarios sin asidero al que agarrarnos.