En 2020 se podrá "dormir en el asiento del conductor mientras el coche te lleva a donde quieras", dijo el CEO de Tesla, Elon Musk, en 2019. Para alguien como yo, que tengo carné de forma simbólica y soy incapaz de salir del garaje sin ponerme de los nervios, su predicción sería un sueño hecho realidad. Pero lo cierto es que el magnate no solo no acertó, sino que su sistema de asistencia a la conducción Autopilot acaba de verse envuelto en otro accidente de tráfico mortal.
La policía de EEUU está investigando un siniestro en el que dos hombres murieron cuando su vehículo, equipado con Autopilot, se estrelló contra un árbol y acabó en llamas. Musk no tardó en afirmar en Twitter que el sistema "no estaba activado" cuando tuvo lugar el accidente. Pero los agentes están "100% seguros" de que no había nadie al volante del coche.
Puede que todos tengan razón. El diseño de Autopilot le impide funcionar en determinadas circunstancias, como cuando no hay líneas pintadas para dividir los carriles o cuando el conductor separa las manos del volante durante más de 10 segundos. Y dado que parece que en el accidente se dieron ambas situaciones, las muertes podrían haber sido causadas por que el usuario confió en una tecnología que no estaba en funcionamiento o simple y llanamente porque cometió un accidente.
Será la investigación la que lo determine. Lo que sí está claro es que la predicción de Musk, como tantas muchas otras en el pasado, no termina de cumplirse. A pesar de los espectaculares avances de la tecnología en los últimos años, los vehículos autónomos todavía parecen un sueño tan lejano como los coches voladores.
Pero, dado que existen prototipos funcionales de ambos desde hace años, ¿por qué ninguno acaba de arrancar (o despegar)? En el caso de los coches autónomos, los mayores retos residen en la falta de precisión del software, el lento avance regulatorio y, por último, la difícil convivencia entre vehículos con y sin conductor.
A pesar de los espectaculares avances de la tecnología en los últimos años, los vehículos autónomos todavía parecen un sueño tan lejano como los coches voladores
Lo cierto es que los coches 100% autónomos como tal existen desde hace años. Sus ojos, los sistemas de radar y lídar con los que detecta su entorno a medida que navega por él, no han dejado de mejorar en precisión y coste. El problema llega con los programas informáticos que deben analizar la información recogida, identificarla correctamente y utilizarla para tomar las mejores decisiones en tiempo real.
En un circuito cerrado y controlado, los coches autónomos son capaces de navegar sin problemas. La cosa se complica en el mundo real, plagado de imprevistos e información que podría confundirlos. Por ejemplo, en 2015 una investigación demostró que basta con poner unas simples pegatinas en una señal de STOP para que el sistema la confunda con un límite de velocidad de 50 kilómetros por hora.
Pero, aunque los algoritmos se refinen al máximo para identificar perfectamente todo lo que pasa a su alrededor, siempre tendrán que enfrentarse a imprevistos sobre los que tendrán que tomar decisiones en cuestión de segundos. Aquí entra en juego el famoso dilema del tranvía.
Imagine que va a bordo de un coche autónomo y un niño se cruza en su camino. El vehículo deberá decidir entre atropellarlo y salvarle a usted o desviarse y estrellarse contra un árbol para salvar al pequeño. Difícil decisión, ¿verdad? Sin embargo, es una de las tantas situaciones que deben tenerse en cuenta a la hora de programarlos.
En caso de que la industria decida que el coche siempre debe optar por la opción que genere el menor de los males, si sustituye al niño por dos, será usted el que salga peor parado. Este escenario es uno de los que ha motivado que muchas empresas que trabajan en coches autónomos estén incorporando a expertos en ética y filosofía para tomar estas decisiones. Pero también es uno de los frenos que están impidiendo su arranque, al fin y al cabo, ¿quién querría viajar en un vehículo programado para matarle?
¿Quién querría viajar en un vehículo programado para matarle?
Aun así, dado que el 95% de los accidentes de tráfico europeos son consecuencia de errores humanos, no es de extrañar que empresas y gobiernos de todo el mundo apuesten por el coche autónomo. Si todos los vehículos lo fueran y se comunicaran entre sí y con la infraestructura vial (semáforos, centros de control de tráfico y demás) en tiempo real, es probable que la tasa de accidentes y muertes al volante descendiera bastante.
El problema es que hasta que todos los coches sean autónomos será obligatorio pasar por una transición en la que deberán convivir con conductores humanos y una infraestructura a la que no pueden conectarse. Y es esta rara mezcla entre lo antiguo y lo nuevo la que hace que otros expertos retrasen la popularización de los vehículos hasta 2030.
El aumento de la seguridad es uno de los grandes argumentos a favor del coche autónomo, pero no es el único. La Unión Europea vaticina que también reducirán las emisiones y generarán más empleo y mayor crecimiento económico. Sin embargo, en el viejo continente todavía no existe un marco legal que los permita. De hecho, el sistema 100% autónomo de Tesla, cuya versión beta ya funciona de forma limitada en EE. UU., sigue estando prohibido en Europa.
Así que, entre la falta de regulación, los retos tecnológicos y los humanos imprudentes, me da que voy a seguir teniendo que pedir a la gente que me lleve durante unos cuantos años más. En estas condiciones, no creo que me arranque a conducir dentro de poco, y el coche autónomo, tampoco.