Hay dos formas de matar las cosas: por activa y por pasiva. Y el Gobierno español, con su Ley de Cambio Climático, ha apostado decididamente por esta última. Las supuestas medidas ambiciosas en todo lo relacionado con la sostenibilidad que el Gobierno decía traer bajo el brazo en el programa que en su momento presentó a los españoles han terminado convertidas en un conjunto completamente descafeinado de generalidades, de patético conformismo, de obvia insuficiencia y, sobre todo, de una lentitud que dilapida un tiempo que no tenemos.
¿De qué sirve decir de manera grandilocuente que "España deberá alcanzar la neutralidad climática no más tarde de 2050" cuando resulta que eso es precisamente lo que establece el Acuerdo de París, del que España es firmante?
¿Es que acaso antes de la ley de cambio climático, España pensaba simplemente incumplir los compromisos del tratado que había firmado?
¿Qué supone "reducir en al menos un 20% el conjunto de las emisiones de la economía española con respecto a los niveles de 1990"? Simplemente, escasa ambición, por debajo del objetivo fijado por la Unión Europea, por Estados Unidos, por el Reino Unido o por Japón.
El Gobierno español promueve medidas con plazos tan pasmosamente lentos y conservadores, que incluso las propias industrias afectadas se adelantan a ellos. Son ya varias las compañías de automoción que han adelantado sus planes para fabricar únicamente vehículos eléctricos a plazos como 2025 ó 2030. Algunos rezagados lo plantean para 2035.
¿Dónde lo sitúa el gobierno español? En 2040, y se refiere únicamente a la prohibición de venta de vehículos de combustión interna, sin planes para prohibir efectivamente su circulación, lo que implica que aún pasarán muchas décadas en las que seguiremos viendo esos vehículos contaminar el aire de nuestro país, incluso cuando las alternativas eléctricas sean mejores, más baratas y competitivas.
El Gobierno español promueve medidas con plazos tan pasmosamente lentos y conservadores, que incluso las propias industrias afectadas se adelantan a ellos
Las fecha para la descarbonización del parque de centrales eléctricas no imponen a las compañías generadoras ningún tipo de prisa, sino todo lo contrario. Tranquilos, hay tiempo… total, solo hablamos de una emergencia.
¿De verdad alguien en su sano juicio es capaz de ver algún tipo de sensación de emergencia o de prisa en la ley de cambio climático española? No, todo lo que vemos es una transición lenta, pausada, tranquila, como si tuviésemos todo el tiempo del mundo. No vaya a ser que los sectores económicos implicados se nos estresen. Emergencia implica estrés, cambios rápidos, fuertes golpes de timón, no patético conformismo.
Hablamos de una ley con un planteamiento que solo puede ser calificado como de lento, obsoleto e insuficiente. De una lentitud insostenible. Y es precisamente ese pecado, el de la lentitud, el más grave de todos los que podía cometer, porque tiempo es precisamente lo que no tenemos.
España es uno de los países de Europa con mejores posibilidades para el desarrollo de las energías renovables. Sin embargo, el plan de descarbonización de la energía que el Gobierno pone encima de la mesa es conservador, planteado como para "no molestar"a unas empresas eléctricas que, de hecho, ya prácticamente iban por delante en sus objetivos corporativos.
En lugar de ser ambicioso y proactivo, nuestro país ha decidido plantear una transición lenta, conformista, y que no tiene en cuenta lo que la ciencia dice que el planeta realmente necesita.
Hay un clarísimo desfase entre los objetivos que los científicos afirman que tenemos que cumplir para evitar una emergencia climática, y lo que nuestro Gobierno dice estar dispuesto a hacer para ello, y a pesar de eso, todavía pretende vendernos la ley como algo supuestamente ambicioso. No, no es ambicioso en absoluto. Los objetivos planteados son claramente insuficientes.
Supeditar unos objetivos como esos a los beneficios empresariales o al intento de evitar tensiones económicas es no entender de qué estamos hablando. Hacer las cosas para la galería, para simplemente cumplir o, peor, para que "parezca" que estamos haciendo algo. Es el equivalente al greenwashing gubernamental, a reducir los objetivos de descarbonización a meras medidas cosméticas, que no molesten a nadie.
Muchos años de greenwashing empresarial, de reducir los objetivos de sostenibilidad a simple marketing, nos llevaron a aberraciones de todo tipo en las que algunas empresas nos decían que sus productos eran supuestamente limpísimos, mientras contaminaban cuarenta veces por encima de los límites establecidos legalmente.
Mentiras que los ciudadanos toleraban, porque aún son demasiados los que no han entendido lo que nos jugamos en esto. Ahora, tras el greenwashing empresarial, llega el greenwashing gubernamental, mucho más peligroso.
La Ley de Cambio Climático española es lenta y conformista, de una lentitud insostenible. Carece de proactividad, de innovación y de actitud de progreso. Tenemos que seguir trabajando.