Hace apenas una semana que se presentó ante el Rey, ante los españoles y, sobre todo, ante los socios europeos, el Plan de Transformación, Resiliencia y Recuperación (PTRR) del Gobierno español. Como si un solo plan fuera poco, Iván Redondo, la mano que mece el trono de Pedro Sánchez y nuestras cunas, va a presentar, en los próximos días, el Plan España 2050. Este proyecto nace al calor de la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia del País a Largo Plazo, que dirige el doctor en Historia, Diego Rubio.
De Rubio señalan su brillante curriculum y su expertise en algo que se denomina gobernanza prospectiva. Entiendo que el nombre puede resultar muy cool para muchos, pero a mí me eriza el vello del cogote solamente oírlo.
El Plan España 2050 es un proyecto que ya anticipaba el presidente en noviembre del 2020, mientras sorteábamos las olas de la pandemia, en el entorno de la recién creada Red Europea de Gobernanza Prospectiva, de la que al parecer, somos cofundadores.
Moncloa anunciaba que "el Ejecutivo apuesta por la 'gobernanza anticipatoria' a nivel europeo para proteger los intereses estratégicos de España en el largo plazo".
Pero, mientras, en la página web de la Red explican que "la prospectiva es un proceso sistemático, participativo, de recopilación de inteligencia para el futuro y de construcción de una visión de mediano a largo plazo, cuyo objetivo es permitir decisiones actuales y movilizar acciones conjuntas. Puede concebirse como un triángulo que combina 'Pensar el futuro', “'Debatir el futuro' y 'Dar forma al futuro'. La previsión (…) no pretende predecir el futuro, desvelarlo como si estuviera predeterminado, sino ayudarnos a construirlo. Nos invita a considerar el futuro como algo que podemos crear o dar forma, más que como algo ya decidido”.
Es sorprendente el loable empeño de Diego Rubio y del Ejecutivo en otear el horizonte a tan largo plazo, especialmente si tenemos en cuenta que, a la vez, en el plan presentado la semana pasada parece que no miran el suelo que pisan.
En concreto, no se tiene en cuenta la realidad empresarial de nuestro país. Es un tema recurrente en mis artículos. Pero entiendo que es perentorio ser conscientes de lo que está haciendo el Gobierno español, tanto más cuanto que estamos en permanente campaña electoral y cada noticia es terreno ganado o perdido para todos y cada uno de los españoles.
Es perentorio ser conscientes de lo que está haciendo el Gobierno español, tanto más cuanto que estamos en permanente campaña electoral
Mientras que los bancos españoles afirman que han multiplicado las dotaciones para prever los riesgos, que prestan mucha atención a los créditos que han caído en mora (NPL), y parece que la banca está preparada para caminar por la senda de la recuperación con paso firme, las empresas no lo ven tan claro.
El previsible aumento de la demanda, que debería tener lugar a medida que la actividad económica se recupere, especialmente si el ritmo de vacunación es lo suficientemente acelerado, y si las medidas del Gobierno siembran la confianza de los turistas internacionales, permite albergar cierto optimismo.
Sin embargo, como sabemos los economistas que miramos hacia atrás, lo normal cuando hay un parón, guerra, crash, es crecer a ritmos muy rápidos cuando el trauma desaparece. Eso está muy bien, pero no podemos dormirnos en los laureles.
Primero, porque los demás países también van a beneficiarse de esa recuperación acelerada, ya que hemos vivido un frenazo del sistema entero, a nivel internacional.
De manera que la posición relativa de España en el contexto mundial dependerá de cuán sólida sea la senda de la recuperación. Y eso va a depender en gran medida de las empresas. En segundo lugar, porque la demanda no puede tirar para delante si tenemos un desempleo excesivo y no se crean puestos de trabajo. En esas circunstancias, el motivo precaución frena el consumo y la inversión. Todo mal.
Un vistazo al PTRR nos permite entender que el foco no está puesto en la empresa real. Porque, si bien la transformación digital y la importancia de la sostenibilidad de los recursos naturales son dos cuestiones importantes que están encima de la mesa, somos un país de micro empresas, de pymes, de autónomos. Y en ese nivel no hay capital necesario para emprender esas reformas. Es más, no son lo perentorio.
Lo urgente ahora es la supervivencia más simple. Cierto que, como me comentaba un banquero de una institución importante, una de las cosas que permiten las crisis es la desaparición de empresas no rentables que sobrevivían a golpe de deuda, las empresas zombis.
Sin embargo, la directividad del Plan va a fomentar la aparición de nuevas empresas zombis que aguanten arrimándose a los criterios del Gobierno, pero que no sean realmente rentables.
Paralelamente, los autónomos son asfixiados, los micro empresarios ninguneados, la hostelería demonizada allá donde reclaman abrir, por supuesto, con todas las medidas de seguridad, y las pequeñas y medianas empresas prefieren no crecer por el incremento en la carga fiscal que trae consigo.
La esquizofrenia es sobresaliente. Por supuesto, mirar al futuro y prever los efectos de las nuevas tendencias de aquí al 2050 es importante. Pero no para diseñar el futuro. La pandemia debería habernos enseñado ya que eso es imposible. Más bien para entender cuáles son las necesidades de la ciudadanía y de las empresas y facilitar, sin empujar, que cada cual persiga sus objetivos a su ritmo.
Y permitirlo, no como arquitecto, diseñador o protagonista, sino como servidor público, que es lo que los miembros del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial son. Ni más, ni menos.