Imaginemos, por un momento, que el escenario normal durante toda nuestra vida profesional hubiese sido el trabajo distribuido. No, no hablo de lo que vivimos al principio de la pandemia, cuando quien más y quien menos tenía problemas conectándose al Zoom o al Teams simplemente porque era algo que no habían hecho prácticamente nunca, o cuando ni siquiera sabían en qué parte de su casa ponerse a trabajar.
Tratemos de imaginar cómo sería nuestra vida si lo habitual hubiese sido trabajar desde casa la mayor parte del tiempo, y todos supiésemos perfectamente no solo cómo utilizar las herramientas, sino todo lo relacionado con ello, desde tener un espacio con una conexión de cable y una pantalla verde de chroma en nuestra casa, hasta manejar un programa de cámara virtual para mejorar nuestras reuniones y presentaciones, o todos los conceptos de netiqueta implicados.
Las oficinas de las compañías para las que trabajamos, de hecho, estarían diseñadas y dimensionadas para esa realidad: podríamos acudir a ellas para vernos con nuestros compañeros de vez en cuando, para citarnos con un cliente o un proveedor, etc., pero no estarían pensadas para trabajar largas horas en ella, porque eso, sencillamente, se vería como un sinsentido: ¿quién querría trabajar un tiempo largo en una oficina teniendo un espacio mucho más cómodo en el que hacerlo en su casa?
Obviamente, no hablo de todos los trabajos: hay algunos -no tantos- que necesitan una presencia física en un lugar determinado, sea por el uso o supervisión de maquinaria especializada, por la interacción cara a cara con otras personas o por otras razones.
Pero dado que muchos trabajos, gracias a la tecnología existente y fácilmente disponible en la actualidad, pueden realizarse de manera distribuida - no digamos "remota", no hay nada de "remoto" en trabajar desde casa, no es como si estuviésemos "perdidos" ni "en el fin del mundo" - pensemos, por un instante, que esa hubiese sido nuestra normalidad.
Tratemos de imaginar cómo sería nuestra vida si lo habitual hubiese sido trabajar desde casa la mayor parte del tiempo
¿Qué ocurriría si, de repente, una compañía intentase forzar a todos sus trabajadores, acostumbrados a trabajar desde sus casas, a acudir a una oficina todos los días y permanecer en ella desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde? "A ver, a partir de ahora, todas las mañanas os tendréis que levantar mucho más temprano para acomodar un desplazamiento hasta la oficina, tendréis que vestiros de una manera específica y distinta a la que adoptaríais si estuvieseis cómodamente instalados en casa, tendréis que gestionaros la comida cerca de la oficina, y volver a casa, en medio de otro atasco, por la tarde".
Lógicamente, eso sería visto como algo completamente inaceptable. Los trabajadores intentarían rebelarse ante semejante imposición, protestarían a sus sindicatos, tratarían de ver la sinrazón del cambio, y en caso extremo, de negociar importantes compensaciones derivadas del cambio.
Imaginar las situaciones históricas completamente invertidas es un ejercicio muy interesante para tratar de visualizar el isomorfismo, la tendencia de todas las organizaciones humanas a parecerse a su entorno normativo.
En realidad, el ir a trabajar a un sitio determinado todos los días es un desarrollo que deriva, históricamente, de los talleres de la Revolución Industrial, en los que los trabajadores llevaban a cabo trabajos casi exclusivamente físicos que precisaban de activos especializados y que demandaban la supervisión directa.
Desde la Revolución Industrial, han cambiado muchísimas cosas: muchísimos trabajos en muchísimas compañías son ahora de naturaleza intelectual, no física, y si demandan una supervisión directa para evitar que el trabajador "se escaquee", es más debido a un problema cultural o a una actitud ante la vida que a una cuestión de ejercicio de la autoridad.
Venimos de una pandemia en la que muchos trabajadores han adquirido el nivel mínimo para trabajar de manera distribuida. No digo que "sepan trabajar así", de hecho, es probable que estén bastante lejos de saber, y que sus prestaciones cuando lo intentan sigan siendo subóptimas: es lo que ocurre cuando se fuerza a las personas a aprender por su cuenta.
Además, no es lo mismo trabajar en modo distribuido cuando las circunstancias obligan a ello que cuando lo ha elegido uno mismo, y puede salir tranquilamente de casa sin restricciones.
¿Y si nos planteásemos, como organizaciones, formar a las personas para que trabajen de la manera más lógica, evitando desplazamientos innecesarios y mejorando su calidad de vida?
Las organizaciones más vanguardistas están, cada vez más, planteándolo como opción: incrementar el nivel de confianza en sus trabajadores, dotarlos de las herramientas y prácticas adecuadas, y simplemente, darles libertad para que trabajen desde donde quieran.
Pensar que esas compañías no van a obtener una ventaja competitiva gracias a ello es absurdo: en no mucho tiempo, las compañías que hayan despreciado la tendencia y se hayan empecinado en volver a trabajar como lo hacían antes de marzo de 2020 serán obsoletas. Y a las compañías obsoletas… sabemos todos lo que les pasa. Atentos a lo que viene.