Hay días en los que parece que el único país que sabe lo que hace es China. Al menos en terrenos en los que los demás o no saben qué hacer o cogen el rábano por las hojas.
Dentro de ese panorama, el Gobierno español, y es una pena, parece el más alejado de la realidad de todos: sus planes para el futuro del año 2050 y más allá parecen inventos del Profesor Bacterio, llenos de “resiliencina”, “sostenibilina” e “inclusivina”.
La semana pasada se vivió el episodio de juego y ludopatía más desenfrenado de la historia de la Humanidad: en sólo unas horas, el bitcoin perdió el 31% de su valor y en unas pocas horas más recuperó casi todo lo perdido. En el mes previo su cotización ya había descendido, además, un 33%, tras haber subido entre enero y abril de 2021 un 121%. A las demás criptomonedas les sucedió algo parecido.
No es normal que activos físicos o financieros conocidos y solventes sufran o hayan sufrido semejantes pérdidas y recuperaciones en el mismo día. Lo más cercano y bien conocido a ese crac del precio del bitcoin en que pudiera pensarse es la caída de un 22,6% del índice Dow Jones de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1987 de la que, después, tardó quince meses en recuperarse.
Un episodio de no tan gran magnitud (-9%) pero que sí incluyó la recuperación de casi todo en el mismo día, fue el crac súbito de la libra esterlina en octubre de 2016, pero en horas de madrugada y, por tanto, de poco volumen negociado.
Ni siquiera el oro, en su frenesí especulativo de 1979-1980 llegó a caer más de un 16% en un solo día. Y eso que al menos el oro es un activo buscado y deseado desde tiempo inmemorial, mientras que las criptomonedas solo son un juego tecnológico e inasible en el que el bitcoin, “la moneda sucia” por la huella de carbono que deja, ejerce todavía de rey.
Pero China sabe lo que tiene que hacer: en 2017 prohibió las plataformas de negociación del bitcoin en su territorio y en esta semana pasada provocó en dos ocasiones la estampida en el mercado de las criptomonedas al advertir, a través de tres asociaciones de banca y servicios financieros cuasi-oficiales, que las entidades chinas debían abstenerse de facilitar a sus clientes la operativa en bitcoins, además de insistir, por medio de su viceprimer ministro, en que no toleraría la minería del bitcoin.
China está preparando su propia criptomoneda y no está dispuesta a tener ningún competidor y menos esa “moneda no moneda” que es el bitcoin. La criptomoneda china no es más que el mismo yuan de curso legal pero soportado (se supone, porque no hay información al respecto) por alguna de las nuevas tecnologías que dan base a las criptomonedas.
Pero, lo que, sobre todo, tiene claro el Gobierno chino, es que en su territorio el monopolio de la emisión de moneda lo tiene el Estado y no está dispuesto a que nadie le haga la más mínima competencia, algo que los países occidentales, de manera bobalicona, parece que no están dispuestos a recordar a los inversores de sus países respectivos.
Y eso que la "vida muelle" que las criptomonedas han tenido hasta hace poco está empezando a peligrar: el IRS (la Agencia Tributaria de EEUU) ya está inspeccionando a quienes invierten en criptomonedas para que paguen el impuesto sobre las ganancias de capital correspondiente. Pasos que poco a poco irán asfixiando el mundo anarcocapitalista del bitcoin y sus otras encarnaciones y que acabarán antes o después con el frenesí especulativo al que parte de la “banca seria” ya se había sumado irresponsablemente.
China marca el camino. Igual que lo marcó el año pasado cuando, tras cometer múltiples y trágicos errores que los gobiernos occidentales repitieron después, desdeñando el aprender en cabeza ajena, decidió que con los test masivos y con cuarentenas localizadas podía sofocar la Covid-19 dentro de sus fronteras.
China está comportándose como los EEUU de hace 120 años, imitando lo que éstos hicieron al meter en cintura a los robber barons de aquel momento (John D. Rockefeller, E. H. Harriman, JP Morgan…) forzando la división en varias empresas de los monopolios más dañinos (US Steel, Standard Oil,…) o impidiendo la formación de monopolios nuevos (la Northern Securities Company).
Hoy, en China, los nuevos magnates son Jack Ma (presidente de Alibaba), Ma Huateng (consejero-delegado de Tencent) o Wang Jianlin (Grupo Wanda) y, con ellos, Xi Jinping está siendo el Teodoro Roosevelt del siglo XXI. Se ve que es propio de la potencia emergente el hacer estas cosas. El parecido con Teodoro Roosevelt se puede aplicar incluso a la agresividad de Xi Jinping hacia Taiwan, que evoca la que Teodoro Roosevelt (cuando aún no era presidente de EEUU) tuvo hacia España, alentando la Guerra de Cuba.
Y es que las fronteras siguen siendo las fronteras, por más que “el género humano es la Internacional”. Lo acabamos de ver en Ceuta, donde, si no fuera por lo espeluznante y dramático de las escenas en la Playa del Tarajal (salpicadas con enormes dosis de humanidad, gracias a las cuales, y por error de cálculo de Marruecos, España está ganando la batalla de la propaganda internacional) uno pudiera pensar que está viviendo una escena de La Guerra de los botones. Incluyendo el apesadumbrado mensaje de los niños que quieren regresar con sus padres y que, en la película, lo expresaba el más pequeño con un "Si j’aurais su, j’aurais pas venu” (“si lo hubiera sabido, no hubiera venido”).
Mientras todo esto se urdía y desplegaba, la ministra de Exteriores, que parece aburrida del cargo, jugaba a las casitas con su estructura ministerial.
Confiemos en que la guerra de los botones no se acabe transformando en ese trasunto de Belcebú que suele utilizarse como metáfora de la maldad humana. No acabe convirtiéndose en El Señor de las Moscas.
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