¿Le gustaría saber qué aspecto tendrá dentro de 30 años, cómo se vería si fuera un personaje de Disney o cómo quedaría su cara en el cuerpo de algún famoso? Seguro que ha visto multitud de aplicaciones que hacen cosas así y probablemente ha probado alguna. ¿Por qué no? Son divertidas, inofensivas y gratuitas, ¿verdad?
Pues no, a estas alturas de la película ya debería saber que, por muy graciosas que resulten, ni son inofensivas, ni las usa sin dar nada a cambio. De hecho, la captura de información biométrica, como la cara, el iris y las huellas digitales, está añadiendo una nueva dimensión al problema de la cada vez mayor pérdida de privacidad y anonimato en la que estamos envueltos.
A medida que espacios públicos y privados se llenan de cámaras de vigilancia y la inteligencia artificial refina sus prácticas de reconocimiento de imágenes, la cesión de nuestros datos biométricos podría convertir el mundo en algo parecido a la película Minotiry Report, en la que Tom Cruise (alerta spoiler) acaba arrancándose los ojos para evitar que la policía le persiga.
Quienes defienden la expansión de la vigilancia masiva suelen hacerlo en nombre de la seguridad, para protegernos de 'los malos', como Cruise. Así que sería fácil caer en la tentación de pensar que esto no supone un problema para usted, ya que no tiene nada que ocultar. ¿Quién tendría interés en monitorizar constantemente su monótona vida o qué importaría si alguien lo hiciera?
Pues, por muy legal y socialmente aceptable que sea su día a día, probablemente todos tenemos algo que ocultar, y lo más importante: tenemos derecho a hacerlo. Puede ser una simple afición inofensiva que no quiere que sus amigos conozcan, una filia que le avergüenza confesar, una ideología política que no encajaría bien en su lugar de trabajo o incluso una doble vida.
Todos tenemos algo que ocultar, y lo más importante: tenemos derecho a hacerlo
Puede ser cualquier cosa, y da igual lo moralmente cuestionable que resulte, lo importante es que tiene derecho a vivirla en privado. Se llama derecho a la intimidad y parece que se nos está olvidando que existe.
Además, a menos que se someta a alguna cirugía extrema, sus datos biométricos le acompañarán hasta la muerte. No son una contraseña, una dirección o un teléfono que puede modificar en cualquier momento. Durante toda su vida, sus rasgos permitirán identificarle y conceder acceso a sus cuentas, dispositivos y secretos más oscuros.
Bien lo saben los manifestantes que se concentraron en Hong Kong en 2019 para protestar contra un proyecto de ley chino. A medida que la violencia iba escalando, la policía llegó a utilizar la fuerza para abrir los ojos de los participantes para poder desbloquear sus teléfonos y descubrir su identidad.
Si a esto le suma la expansión del sistema de crédito social chino, que evalúa y clasifica a los ciudadanos en función de sus comportamientos, el resultado es una versión real y ultratecnológica del Gran Hermano de Orwell de la que es imposible escapar y que obliga a todos los ciudadanos a comportarse de acuerdo con los criterios del Gobierno.
Olvídese de hacer cualquier cosa que se salga mínimamente de las directrices del partido y, por supuesto, de protestar. En la era de la vigilancia masiva, cualquier forma de activismo queda descartada.
Si esta situación le parece utópica para las democracias de Occidente, tal vez le interese saber que en 2019 un tribunal de EEUU obligó a un acusado a utilizar su huella dactilar para desbloquear su teléfono. La ley no permitía forzarle a revelar su contraseña, pero el juez consideró que sus datos biométricos no estaban amparados bajo el derecho a guardar silencio que ofrece la Quinta Enmienda del país.
En España, aunque todos nuestros datos biométricos están protegidos bajo el RGPD, recuerde que el primer borrador europeo para regular la inteligencia artificial solo prohíbe el reconocimiento facial por parte de la policía y en tiempo real. Esto quiere decir que sí se podría usar en diferido y por cualquier otra entidad pública o privada.
Así que ya sabe, la próxima vez que una app le prometa un rato de diversión a través de un selfi o facilitar sus pagos mediante su huella dactilar, recuerde que lo que está en juego es su intimidad y que, si no hacemos nada para impedirlo, tal vez algún día acabemos queriendo arrancarnos los ojos o la cara para evitar que nos vigilen.