En solo tres días de la semana pasada (miércoles, jueves y viernes) la cotización del euro frente al dólar bajó un 2,4%. No parece gran cosa -sobre todo si se compara con los altibajos diarios de +20% o de -15% que suele tener el bitcoin- pero, habida cuenta de lo estables que han estado los mercados de cambio de divisas desde hace unos años, el porcentaje se puede considerar llamativo.
Lo que hay detrás de ese 'pequeño gran movimiento' es el anuncio por parte de la Reserva Federal de EEUU (Fed) de que, probablemente, habrá dos subidas de tipos de interés en 2023. Y puede que una en 2022.
En realidad, más que un anuncio, se trata de las opiniones que los miembros del Comité de Mercado Abierto -el que decide la política monetaria del banco central de EEUU- han mantenido sobre el tema en una especie de encuesta trimestral interna entre los 18 miembros que lo componen en la que expresan sus expectativas personales de crecimiento, inflación y tipos de interés.
En la de este segundo trimestre del año 2021 una amplia mayoría ha estado algo más preocupada por la inflación y más propensa a iniciar la subida de tipos de interés de lo que lo estuvo en la encuesta interna de marzo pasado. Incluso algún miembro ha hablado de subir en 2022 el tipo de los Fed funds, el tipo de interés del mercado interbancario a un día.
El contraste con el crecimiento rezagado en la Unión Europea es, pues, patente, y se ha puesto de manifiesto de esa manera. De ahí la debilidad del euro de los últimos días.
El contraste con el crecimiento rezagado en la Unión Europea es patente y se ha puesto de manifiesto
Esa visión algo más estricta del futuro ha provocado la caída de las cotizaciones, no solo del euro, sino de prácticamente todo lo que se mueve: las bolsas, los metales preciosos, los metales industriales, las materias primas agrícolas, el gas e incluso de las criptomonedas. Solo el precio del petróleo se resiste, por ahora, a bajar significativamente.
¿Es este el comienzo de la 'resurrección' del dólar? Podría ser, dentro de la perspectiva que hemos comentado aquí ya en varias ocasiones de que, desde diciembre de 2016, el dólar está en uno de sus ciclos de debilidad, aunque una debilidad que no debería llevarle tan lejos como en sus ciclos anteriores: recuérdese que en 2008 llegó a cotizar en 1,60 y en 1975 (contra el euro sintético) en 1,82. Ahora está en 1,18, su nivel de equilibrio frente al euro.
Este rápido cambio de rumbo de la cotización del euro contra el dólar se produce en un momento crítico de la economía global, en el que la exuberancia del crecimiento posterior a la pandemia amenaza con convertirse en su contrario.
Quizá pensar en un cambio tan drástico sea exagerado, pero hay nubarrones que están apuntando en esa dirección. Y, curiosamente, coinciden con los que han hecho que la Reserva Federal se ponga en alerta ante el peligro de inflación.
Lo mejor es ilustrarlo con los ejemplos más extremos, que van desde las industrias que están teniendo que parar la producción porque no les llegan componentes esenciales para la fabricación de sus productos (la del automóvil sería la más afectada) hasta el encarecimiento generalizado de los costes de producción.
Así, en EEUU, donde la madera sigue siendo un componente básico de la construcción de viviendas, el precio de esa “madera usada en construcción” ha multiplicado su precio por más de cuatro (una subida, por tanto, de más del 300%) en el período comprendido entre el inicio del año pasado (antes, pues, del comienzo de la Covid-19) y el mes de mayo de 2021. Y, aunque en las últimas seis semanas haya caído un 44%, todavía está más de un 50% por encima de su precio máximo del ciclo económico expansivo anterior, el que alcanzó en mayo de 2018.
Las políticas monetarias cuantitativas han conseguido dos efectos secundarios indeseados
Sin llegar a esas exageraciones, en España los costes de construcción se han disparado también, amenazando tanto aquí como en EEUU con un incremento de los precios de la vivienda de nueva construcción que termine provocando la retracción de la demanda.
En el caso de EEUU la demanda de viviendas está siendo fortísima, pero tiene una faceta que la hace 'poco deseable'. Parece ser que lo fundamental de esa demanda no viene de las familias que buscan nueva residencia, sino de la necesidad de inversión en el sector provocada por la abundancia de liquidez y por la búsqueda de alternativas (a los depósitos bancarios y a los fondos monetarios) donde obtener una rentabilidad para el ahorro (vía el alquiler y/o la revalorización del inmueble).
Esto también es más que evidente en diversos países europeos, entre ellos España, y pone de relieve los efectos adversos de los tipos de interés cero o negativos. Asimismo, de la inundación de liquidez de los bancos centrales: las dificultades de acceso a la vivienda y el aumento de la desigualdad.
Las políticas monetarias cuantitativas que han aplicado los bancos centrales desde hace diez años -que estaban destinadas a evitar una Gran Depresión y a sustentar el empleo- han conseguido dos efectos secundarios, financieros y sociales, indeseados. El primero, la transferencia de recursos de los ahorradores a los endeudados. Segundo, la dificultad del acceso a la vivienda de las generaciones más jóvenes y el aumento de la desigualdad.
No hay soluciones homeopáticas en las políticas económicas y sociales. Todo tiene sus incompatibilidades y sus efectos secundarios indeseados.
¿Seguirá fortaleciéndose el dólar? Lo más probable es que sí, dado que en los últimos días el leitmotiv en los mercados de cambio ya no parecía ser el diferencial de rentabilidades entre la deuda pública a largo plazo de EEUU y de Alemania, sino esa expectativa de que en EEUU los tipos de interés empezarán a subir antes que en Europa.
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