Si hace unos años me hubieran dicho que iba a cabrearme con los compromisos medioambientales de las empresas, no me lo hubiera creído. Pero, el otro día, después de ver tropecientos anuncios seguidos de marcas presumiendo de haberse apuntado a la moda de plantar árboles contra el cambio climático, acabé enfadadísima.
No me malinterprete, estoy encantada de que la sociedad y el mundo corporativo empiecen a luchar para evitar lo que se nos viene encima con la emergencia climática. Pero, en el ámbito empresarial, además del problema de que muchas compañías afirman ser más sostenibles de lo que realmente son, resulta que la estrategia de contrarrestar las emisiones con árboles tampoco es la panacea que nos intentan vender.
Por si no me cree, citaré a Bill Gates, uno de los cada vez más multimillonarios que intentan concienciar al populacho para evitar que el clima extremo y las hambrunas que se avecinan les arruinen sus chiringuitos. En su último libro, How to Avoid a Climate Disaster (Cómo evitar el desastre climático), no solo aboga por sustituir la carne por alternativas sintéticas, también critica que "el movimiento de plantar árboles todavía no es honesto".
No es que el magnate rechace la estrategia, cualquier ayuda es bien recibida, por pequeña que sea. Pero, al igual que los expertos en la materia, sabe que es imposible resolver el problema de la emergencia climática exclusivamente a base de árboles. En primer lugar, por la ingente cantidad de terreno que sería necesario para compensar de verdad nuestras emisiones.
Es imposible resolver el problema de la emergencia climática exclusivamente a base de árboles
Por ejemplo, para secuestrar las 5.800 toneladas de gases de efecto invernadero que EEUU emitió en 2019, necesitaría plantar 155 millones de hectáreas, es decir, más de tres veces el tamaño de España. Aunque en teoría podría hacerse, tenga en cuenta que no vale cualquier terreno, debe tener unas condiciones aptas para la supervivencia de los árboles.
Y si esa cantidad estuviera disponible, entonces no podría destinarse a otras actividades como la agricultura o la ganadería, lo que derivaría en un dilema de usos de suelo. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la mayoría de proyectos para crear reservas de árboles se ubican en países en vías de desarrollo en lugar de en los lugares de origen de la contaminación.
Pero los problemas no acaban aquí. Si las cifras anteriores le resultan desorbitadas, no se asuste cuando le cuente que, además, todo apunta a que la mayoría de iniciativas sobrestiman la cantidad de emisiones reales que pueden compensar de verdad. Principalmente porque los cálculos de la cantidad de CO2 secuestrada por los árboles se basan en muchísimas suposiciones, ya que la cifra real depende de multitud de factores, como la especie, la densidad arbórea, la época del año y el tiempo que lleven plantados, que esa es otra.
Se estima que harían falta cuatro árboles durante 25 años para compensar las emisiones por pasajero de un vuelo medio. Así que, con todos los aviones que he cogido en mi vida, necesitaría un parque urbano solo para compensarme a mí misma. Y para que mi parque pudiera eliminar de verdad mi huella ambiental, el dueño tendría que cumplir con los plazos de mantenimiento de los árboles y asegurarse de que ningún incendio o plaga los destruye antes de tiempo.
Se estima que harían falta cuatro árboles durante 25 años para compensar las emisiones por pasajero de un vuelo medio
Sin embargo, a pesar de su incapacidad de monitorizar cada árbol en tiempo real y a largo plazo, cada vez más empresas se lanzan a invertir millones en comprar este tipo de créditos de carbono para presumir de ser neutras en lugar de destinarlos a técnicas e innovaciones que de verdad reduzcan sus emisiones.
Ese es el verdadero peligro: plantar árboles es una idea tan sencilla, bonita e incluso barata, que podría distraernos de seguir buscando las soluciones que de verdad consigan que produzcamos menos gases de efecto invernadero. Incluso una investigación de la agencia sin ánimo de lucro ProPublica concluyó que los créditos de carbono forestales podrían ser peores que no hacer nada.
En vez de mantener un parque para poder seguir cogiendo aviones, debería limitarme a sustituirlos por trenes, como están empezando a hacer los hombres más ricos y poderosos del mundo para acudir al Foro Económico de Davos. De hecho, su cumbre de 2019 será recordada por la presentación de la iniciativa One Trillion Trees, a la que muchos de sus asistentes se sumaron para lograr el objetivo de plantar un billón de árboles para 2030 (y hacerse la foto de rigor).
Pero, mientras la élite mundial limpia su conciencia y su imagen con dinero para mantener bosques en la otra punta del mundo mientras y anuncia a bombo y plantillo su enorme compromiso con la sostenibilidad, sus multimillonarias empresas siguen contaminando el planeta y destruyendo la biodiversidad. Así que sí, qué quiere que le diga, me enfado. Déjense de arbolitos y empiecen a hacer cambios reales ya, que es lo que de verdad necesitamos.