En mayo de 2020, con la economía estrangulada por la pandemia y Unidas Podemos haciendo ruido con la reforma laboral, este periódico publicó un artículo titulado El día en que Nadia Calviño ejerció de vicepresidenta primera. Más de un año después, esto da idea de cómo a lo largo del tiempo, la voz de la ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital ha ido ganando más y más peso en el Ejecutivo de Pedro Sánchez hasta convertirse en la mujer más poderosa del Gobierno.
Sin carnet socialista, la figura más "ortodoxa" del Consejo de Ministros -aunque no se sienta nada identificada con ese calificativo- se ha consolidado como una pieza clave para el presidente que tiene la ambición de permanecer en el poder más allá de 2023.
Hasta que Sánchez llegó a la Moncloa, Nadia Calviño era una alta funcionaria desconocida por el gran público en España. Pero, en poco tiempo se convirtió en símbolo de solvencia para el Gobierno socialista.
De hecho, su interlocución con la Unión Europea y la consistencia de su trayectoria profesional fueron aprovechadas como golpe de efecto por Pedro Sánchez en el debate que mantuvo con Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias en las últimas elecciones, cuando anunció que sería su vicepresidenta.
A partir de ahí, ya es conocido el papel relevante que jugó en Bruselas para diseñar el mecanismo de Next Generation Europe. También en España, Calviño ha sido clave en el diseño de las medidas para gestionar la pandemia, logrando contener en asuntos peliagudos -desde las moratorias en vivienda a los créditos ICO- las presiones de Unidas Podemos para imponer una agenda revolucionaria.
Esto sin dejar de abanderar el discurso de la desigualdad -emblema de este Gobierno- y con la sombra de haber patinado en sus previsiones económicas para adaptarse al reclamo político de adoptar el escenario más favorable para contar con unos Presupuestos más expansivos.
Sin embargo, esta remodelación no va de Calviño, va de Pedro Sánchez y si la economista gallega es hoy vicepresidenta primera es porque el presidente quiere aprovechar al máximo el momento que se está viviendo en Europa.
Esta remodelación no va de Calviño, va de Sánchez y si hoy es vicepresidenta primera es porque el presidente quiere aprovechar el momento que vive Europa
De la UE de los Veintiocho a la de los Veintisiete han cambiado muchas cosas. Tras la salida de Reino Unido, la pandemia ha acelerado la unión. Desde la creación de Next Generation Europe, a la mutualización de deuda para emitir el dinero que financiará los fondos, a la permanencia de los estímulos monetarios del Banco Central Europeo (BCE) a medio plazo gracias a la revisión de la estrategia anunciada la pasada semana... Son avances que eran impensables hace dos años.
En Europa ya no se habla de rescates, sino del 'Plan Marshall' que Sánchez quiere capitanear con plenos poderes en España. Para ello necesita que la Comisión Europea sea puntual con los desembolsos y el presidente era consciente de que solo la mediación de Nadia Calviño puede garantizar una relación fluida con Ursula von der Leyen.
Además, con la mancha de los indultos, abrazar la agenda europea puede dar votos en España. El Eurobarómetro del pasado abril lo constató: el 84% de los españoles dice ser "europeista" y el 62% aprueba a las instituciones europeas. Algo que contrasta con la desconfianza al Gobierno que el 90% de los compatriotas manifiesta hacia los partidos políticos y el suspenso que uno de cada cuatro españoles daba al Gobierno (antes de la medida de gracia).
De aquí a 2023 hay otro escaparate en Europa para Pedro Sánchez. A España le toca asumir la presidencia del Consejo Europeo en el último semestre de ese año. Toda una oportunidad de acaparar protagonismo para un presidente experto en acaparar el prime time.
Presentarse a las próximas elecciones con cerca de 70.000 millones de euros procedentes de los fondos europeos ejecutados y como coordinador de la agenda europea del momento es una baza electoral muy potente que el presidente va a jugar.
De ahí que haya optado por colocar a su lado a la exdirectora general de Presupuestos de la Comisión Europea, una mujer que no formó parte de ninguna lista electoral en las últimas elecciones y que llegó al Gobierno de paso para acabar liderando algún organismo internacional en el futuro. Un deseo personal que parece que la flamante vicepresidenta tendrá que aparcar al menos hasta 2023.
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