El Ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha emprendido una campaña con dinero público destinada a desterrar la mala costumbre de comer carne. Esta audaz iniciativa tiene un triple objetivo: proteger la salud de los individuos eliminando un hábito alimentario considerado negativo por el prócer gubernamental, acabar con el genocidio vacuno practicado por el capitalismo depredador y reducir las emisiones de CO2 causadas por la inaceptable e inelegante propensión a la dispepsia de la cabaña ganadera hispánica.
De este modo, el señor Garzón ha combinado de manera armónica tres principios básicos de la izquierda contemporánea: el Estado Terapéutico destinado a salvarnos de nosotros mismos; el animalismo y la intrépida lucha contra el cambio climático provocado por el capitalismo.
Esta imaginativa estrategia es coherente con la repetida insistencia del dirigente comunista en las bondades de la dieta cubana considerada por él parte esencial del "único país cuyo modelo de consumo es sostenible"; esto es, el existente en Cuba.
Sin duda, esta brillante afirmación no será compartida por los habitantes de la isla caribeña cuya ignorancia les impide apreciar las benéficas y saludables intenciones de su Gobierno que, por decirlo todo, ha tenido un indiscutible éxito en poner a régimen a los sufridos pobladores de la joya antillana.
Esta imaginativa estrategia es coherente con la repetida insistencia del dirigente comunista en las bondades de la dieta cubana
Con independencia de que los individuos tienen o han de tener la libertad para comer lo que les plazca y asumir los costes y beneficios de esa decisión, la propuesta del señor Garzón tendría unas consecuencias económicas y sociales desastrosas si se llevase a la práctica bien por ukase gubernamental bien porque los consumidores viesen la luz y cambiasen de la noche a la mañana sus preferencias alimenticias tras asumir el evangelio garzoniano. Ese pequeño detalle parece haber sido olvidado, ignorado o despreciado por el joven y esforzado Ministro comunista.
En España, hay unas 350.000 granjas y 2.880 empresas de industria cárnica. Se trata en su mayoría de pymes que se concentran en las zonas rurales y constituyen un elemento central para retener población y actividad en lo que se ha dado en llamar la España deshabitada.
Sin la presencia de la ganadería y de las ramas económicas conectadas de manera directa e indirecta con ella, el ecosistema sufriría un considerable e irreparable quebranto. La filosofía garzoniana las conduciría a la desaparición. Aunque sólo fuese por esto, el Ministro de Consumo ha pecado de una notoria irresponsabilidad además de una supina incoherencia con sus acrisoladas credenciales verdes. Pero, ahí no termina la historia.
La propuesta del señor Garzón tendría unas consecuencias económicas y sociales desastrosas si se llevase a la práctica
En el año anterior a la pandemia, la ganadería y la industria cárnica aportaron a la economía española casi 27.000 millones de euros, algo más del 2 por 100%. El empleo directo en ambos sectores supera el medio millón de personas que llega a los dos millones si se le incorporan actividades auxiliares estrechamente ligadas a él como, por ejemplo, la producción para alimentar al ganado, la logística, el transporte, los servicios veterinarios etc.
Se trata pues de un sector con una extraordinaria relevancia en términos económicos y sociales. Acabar con él no parece ser una buena idea y refleja una constante: la tendencia de la izquierda española a obviar los efectos producidos por sus ocurrencias ideológicas.
El presidente del Gobierno, algunos ministros y destacados dirigentes socialistas han salido a la palestra para recusar las posiciones del señor Garzón. Sin embargo, el señor Sánchez tiene una responsabilidad clara y evidente en este desagradable episodio: el haber hecho miembro de su Consejo de Ministros a un político cuyos planteamientos no pueden sorprender a nadie y en mantenerle en su puesto a pesar de sus permanentes extravagancias.
Cabe recordar que en plena crisis ya arremetió contra el sector turístico. Desde esta óptica, Garzón es sólo la muestra de la absoluta levedad e inconsistencia del Ejecutivo que rige los destinos patrios.
No hay nada tan peligroso como crear un Ministerio sin competencias y poner al frente de él a un activista de la izquierda radical. En esa posición, su capacidad destructiva es ilimitada porque tiene tiempo para pensar en cómo llenar de contenido sus cosméticas funciones.
Ayer fue el turismo, hoy la carne…mañana cualquier cosa será posible…El señor Garzón debe dimitir al sentirse desautorizado o ser cesado. Sus ideas y declaraciones generan pánico inicial seguidas de risas tumultuosas. Cualquiera de esas dos cosas son causas de despido procedente. Se ha ganado unas merecidas vacaciones a Cuba donde podrá disfrutar de la gastronomía de la isla.