Decía Elias Canetti que los verdaderos viajeros han de ser despiadados. Debería haber añadido que los verdaderos políticos y los grandes directivos también deben serlo. En la lucha por el poder, no hay piedad. No se mira atrás. Como hacen los buenos viajeros.
Viene esto a cuento de la última crisis de gobierno. Ha sido de las buenas. Pedro Sánchez ha aplicado la sentencia de Elias Canetti sin remordimientos. Sin piedad. No ha hecho ni bien ni mal. Se juzgará por los resultados. Así es el juego.
En las críticas a los cambios ha predominado la obligación de opinar “de oficio” por encima de la sensatez más básica. Se le ha reprochado “deslealtad” para con sus apoyos de la primera hora. Solo ha faltado que le llamaran 'Pedro El Cruel'. ¡Cómo si a la oposición le importara mucho eso! Valga en descargo de quien hace ese tipo de comentarios el que Pedro Sánchez también los hacía de parecido estilo cuando estaba en la oposición a Rajoy. Es lo que tiene verse forzado a opinar por opinar. Y, para colmo, desde la oposición.
Cuando alguien está al frente de un equipo directivo, ministerial o de alto Estado mayor tiene que tomar esas decisiones despiadadas, haciendo que cada cual asuma sus errores o los errores de quien toma la decisión de cesarles. Así es la vida.
Ocurre lo mismo cuando un gestor de activos financieros tiene que amputarse las pérdidas acumuladas para no incurrir en otras más elevadas. No vale el titubeo ni el sentimentalismo. Solo el éxito es la medida del éxito. Si la crisis de gobierno le permite a Sánchez huir de su némesis, podrá decir que le ha servido de algo. Y sino, no. Porque esa es la clave de bóveda del asunto. La obsesión con ella, Isabel Díaz Ayuso, le nubla el entendimiento. Si no es despiadado para neutralizar esa parte de su psique donde reside la tirria, estará perdido. De momento, Isabel D. Ayuso le gana por nueve (consejeros) a 22 (ministros). ¡Qué ocasión desperdiciada por Sánchez para un órdago 'a la suiza'!: haber dejado el Consejo de Ministros en siete ministros solo. Un grupo de cámara, y no el Orfeón Donostiarra de ahora.
En los próximos años habrá que juzgar por su grado de crueldad a un grupito selecto de mandamases que lleva tiempo aplaudido casi unánimemente por la opinión pública. Se trata de esos 'happy few' (pocos y felices) que habitan las salas elegantes de los bancos centrales.
Desde que el mundo asumió las tesis de Ben Bernanke en la Reserva Federal de EEUU y de Mario Draghi en Europa, todo ha sido para ellos como coser y cantar. ¡Y vaya si costó asumir esas tesis en la zona euro! Donde solo el apoyo de Angela Merkel a Draghi permitió que se mantuviera en su puesto. Eran los tiempos en que el dogma de fe de la lucha contra una inflación que no iba a venir predominaba en todas partes. Ahora nos enfrentamos al dilema contrario: si Draghi y Bernanke tuvieron que luchar contra la corriente en su momento, ahora luchar contra la corriente significa apartarse del nuevo dogma reinante de la Teoría Monetaria Moderna y empezar a pensar en que algún día habrá que cambiar hacia una política monetaria más restrictiva.
¿Por qué? ¿Es que acaso se ve venir la inflación? La respuesta es la misma que mantenemos aquí desde hace diez meses: el aumento de la inflación que se está viendo en muchos países debería ser transitorio y desaparecer en la primavera del año que viene como muy tarde. Al menos por lo que se refiere al impacto de la subida de precio de las materias primas agrícolas, de los metales industriales y de la energía. Sin embargo, hay un factor que nadie puede controlar ni predecir con argumentos razonables: lo que dependa de las dislocaciones en la industria y el comercio provocadas por la pandemia, ya que, aunque lo sensato es esperar que se vayan suavizando con el tiempo, los renovados brotes de la Covid-19 hacen que sea muy complicado, si no imposible, calcular el ritmo al que lo harán.
El aumento de la inflación que se está viendo en muchos países debería ser transitorio y desaparecer en la primavera del año que viene como muy tarde
Los últimos datos del IPC de EEUU, correspondientes al mes de junio, muestran cosas sorprendentes que apuntalan la expectativa de que la subida de la inflación será pasajera: el 90% de los componentes con los que se mide la inflación subyacente solo subió un 2% anual, mientras que fue el restante 10% el que provocó que ésta se situara en un 4,5% (coches nuevos, usados y de renting; películas; viajes en avión y hoteles fueron los causantes).
Pero si la situación se revelara persistente por cualquier causa, los bancos centrales de los países occidentales y Japón se verían en la tesitura de tener que empezar a subir los tipos de interés. En los países emergentes ya están tomando ese tipo de medidas, y países como Brasil, Turquía y Chile han iniciado la subida de tipos.
Aunque la tesis de la inflación transitoria se puede seguir manteniendo en pie, causa desasosiego oírselo decir a los directivos de los bancos centrales, ya que su lenguaje no verbal e, incluso, sus palabras delatan que están rezando en silencio para que sea así. Es decir, parece que ya empiezan a no estar muy seguros de sus palabras.
Con o sin inflación transitoria, a la actual generación de banqueros centrales se les ve demasiado acomodaticios como para fiarse de que reaccionarán a tiempo si la situación lo requiere. Se les ve como a los de principios de los años 70. Hizo falta entonces una nueva generación (la de Paul Volcker) que volcara el tablero de juego y sentara las bases del nuevo dogma de las políticas monetarias restrictivas, que habría de durar 28 años. Harán falta banqueros centrales de los que saben nadar contra la corriente cuando lo requiere la ocasión. Armados de esa dosis de crueldad que se le reprocha a nuestro presidente de Gobierno. Por ahora, no se ven muchos en el horizonte.