La batalla entre Occidente y Asia por la hegemonía mundial tiene varios frentes. En el económico, China ganó un importante combate en 2020, cuando aprovechó la pandemia para crecer un 2,3% y acortar distancias en términos de PIB frente a Estados Unidos, que retrocedió ese mismo año un 3,5%.
En el geopolítico, Pekín ya se está posicionando para ganar otra lucha en esta larga contienda aprovechando el estrepitoso fracaso de Washington en Afganistán.
Como por desgracia ocurre en tantos otros países del mundo, los afganos viven en el analfabetismo y la pobreza rodeados de riqueza. Su paisaje montañoso esconde importantes yacimientos mineros que fueron identificados en su mayoría por los británicos y que Estados Unidos conoce pero no ha podido explotar.
Kabul no tenía recursos para ello y las potencias (y empresas) extranjeras no han encontrado la estabilidad política para invertir en la infraestructura necesaria para su extracción. Ni siquiera en los últimos 20 años de presencia estadounidense.
Las montañas que tanto han complicado las acciones militares en territorio afgano esconden cobre (esencial para la tecnología), litio (clave para las baterías), gas y posiblemente, uranio, entre muchos otros codiciados minerales. También guardan enterradas piedras preciosas, como esmeraldas, rubíes o zafiros.
En las dos décadas en las que Estados Unidos ha estado en Afganistán, sus geólogos han aprovechado para hacer estudios terrestres y han encontrado yacimientos de litio que compiten en dimensiones con las principales reservas mundiales, según un documento marco del Ministerio de Defensa español de 2011.
Ya entonces, ese informe titulado El espectro de los minerales estratégicos: Afganistán señalaba cómo China e India habían mostrado interés por explotar esas minas.
Son materias primas claves para la revolución tecnológica y un caramelo para el Gobierno de Pekín, que tiene una vara de medir muy distinta a la de Occidente en materia de derechos humanos. Tanto es así que las autoridades chinas ya se preparan para reconocer a los talibanes con el argumento de que respetarán la decisión que tome el pueblo afgano.
Los minerales de Afganistán son un caramelo para Pekín, que tiene una vara de medir muy distinta a la de Occidente en derechos humanos
Para China, el resbalón estadounidense al minusvalorar la capacidad y el poder talibán representa una oportunidad única para lanzar el mensaje de que la hegemonía de Occidente no permanecerá para siempre. No solo en términos económicos, sino también en el terreno militar y político.
Además, es un momento idóneo para consolidar su poder en la región frente a India y acercarse más a Pakistán.
Y es que otro de los tesoros de Afganistán es su situación geográfica clave para la estabilidad de Asia y para sus conexiones comerciales.
Como recordaba este lunes el comentarista de Exteriores del Financial Times, Gideon Rachman, China podría aprovechar el regreso de los talibanes a Kabul para establecer una alianza con ellos que incluyera la construcción de un corredor de tránsito que le permitiera acercar más el puerto de Gwadar (Pakistán) que fue construido por los chinos y ya está operado por la China Overseas Port Holding Company.
Gwadar se encuentra en el mar arábico, junto al Golfo de Omán y cerca de la entrada al Golfo Pérsico. Reforzar el control en este puerto de la provincia Baluchistán supone ganar influencia en la región del mundo con mayores reservas de petróleo.
La ambición china por la hegemonía mundial va más allá de converger con Estados Unidos en términos de PIB, algo que ocurrirá tarde o temprano. Su objetivo es liderar el mundo como potencia militar y política. Queda mucho para que desplace a Estados Unidos en este terreno, pero los errores de la Casa Blanca en Kabul le permiten tomar otro impulso en esta carrera.
Por desgracia, poco parece importar en este tablero de intereses el futuro del pueblo afgano y en especial, de las afganas, ante el regreso de los talibanes.