El BCE cambia la narrativa pero no el mensaje
La forma en la que un banco central se comunica es una importancia capital. Tanto el fondo de su mensaje como sus actos son aspectos críticos para el devenir de los mercados. Es por ello que las comparecencias de un presidente se miden con lupa para entender si de sus palabras hay un cambio relevante que pueda alterar los precios. Esta es la teoría.
La cuestión no es si el discurso de un banquero central debe o no mover los mercados. Es entender si el mensaje trasciende más allá del impacto en las cotizaciones que, bien las bolsas bien la renta fija, puedan reflejar en un momento determinado.
Personalmente creo que cuando el presidente de la más alta institución monetaria, da igual el país, se dirige a los mercados, uno de sus objetivos es tratar que los mismos no se anticipen demasiado a su mensaje para que sus decisiones tengan un efecto más inmediato en la economía. Al fin y al cabo, su compromiso no está con los inversores sino con los ciudadanos.
Alan Greenspan primero y Ben Bernanke después, nos “mal acostumbraron” a un estilo poco predictivo y no convencional. Enigmático en el caso de Greenspan y rebelde en el caso de Bernanke. Y tengo que reconocer que era divertido pues te obligaban a mantener cierta tensión y no era fácil anticiparse a sus intenciones. De Greenspan recuerdo que se analizaba hasta la posición de las comas en el texto que se difundía el día de su comparecencia. Las actas de la Fed eran de obligada lectura.
Lamentablemente, primero con Janet Yellen y ahora con Jerome Powell, esto no es así. Son dos presidentes sumisos a las premisas del mercado. Su guión es predecible, el tono siempre es neutro y su intención es la de no generar el más mínimo temblor en los inversores. Es más, si algo tiene que generar es que sea positivo para los mercados.
Que nadie se equivoque, la función del presidente de la Fed o de cualquier otro banco central no es convertirse en animador de las bolsas. Pero les guste o no, forman parte del juego. De hecho, el primer presidente de la Fed que se vinculó de una manera clara a los mercados fue precisamente Greenspan, cuyas decisiones siempre tuvieron una orientación cercana a los inversores (recuerden la famosa put de Greenspan). Pero sabía jugar de manera excelente su rol.
En el caso del BCE es algo parecido si bien todavía vivimos bajo los efectos de Mario Draghi, quien tenía esa impronta de banquero que realmente podía mover a los mercados. Christine Lagarde, mucho más burócrata y funcionarial, no se le parece en mucho.
Su última comparecencia fue en esa línea de predictibilidad. Sabíamos que no iba a asustar a los inversores mencionando la palabra tapering y por eso recurrió a la originalidad de anunciar una “recalibración”. Así que al término “temporal” ahora tenemos que sumar el de la “recalibración”. El giro de los banqueros centrales parece más semántico que otra cosa.
¿Y qué significa “recalibrar”?
Pues sencillamente, no hacer nada. O mejor dicho, no dejar de hacer algo, que en este caso es mantener la misma política monetaria solo que algo maquillada para evitar que los inversores de bonos salgan de la sumisión obligada a la que se encuentran sometidos.
Y es que la situación actual no es igual que la de hace un año como tampoco lo es en relación a la que existía hace diez años cuando, recordemos, cuatro países, incluido España, fueron rescatados. Porque sí, aunque todavía hoy se siga negando la mayor, nuestro país fue rescatado.
La decisión de ralentizar el PEPP, el programa de compra de activos implementado por el BCE por la pandemia, se produce después de un fuerte repunte del crecimiento y la inflación en la eurozona. En términos interanuales Alemania crece al 9,4%, con un desempleo del 3,6% y una tasa de inflación del 3,9%. Y con este panorama, Lagarde cree conveniente que no hay que reducir el apoyo monetario. Hay que “recalibrar” el ritmo.
Mientras el bono alemán sigue anclado en terreno negativo (Bund 10Y -0,327%), los precios industriales en Alemania llevan subiendo ininterrumpidamente ocho meses y el último dato muestra un asombroso 10,4% de incremento anual. Sí, puede que todavía quede efecto rebote, pero las empresas germanas sufren en sus márgenes la presión de los precios y los costes, mientras una economía con niveles de pleno empleo sigue inmersa en una represión financiera para sus ahorradores. Y con Merkel saliendo del Gobierno en unas semanas, lo que anticipa un radical cambio político de por medio.
Los vigilantes del bono
Hubo un tiempo en el que los inversores podían castigar a los gobiernos irresponsables alterando los precios. Eso fue lo que ocurrió en los ochenta cuando los tipos de interés reales subieron en respuesta a las pérdidas que sufrieron en la década anterior. Los conocidos como “vigilantes del mercado de bonos” se manifestaban de esta manera cuando las políticas monetarias eran errantes intentando así atajar cualquier repunte inflacionario.
Hoy el panorama es desolador. Ni hay vigilantes del bono ni se aprecia la debida responsabilidad en la política monetaria. Nos tenemos que conformar con los estilos literarios y la originalidad de las palabras.