Mientras los españoles nos entretenemos con los temas de aquí y ahora, en la economía internacional, algunos problemas que ya apuntaban hace tiempo parecen ensombrecer nuestro horizonte.
La inflación emergente de la que ya se habla sin rubor es una amenaza real cuyas consecuencias pueden no ser visibles de manera inmediata pero que, sin duda, van a reflejarse en nuestra maltrecha economía real. La escalada en los precios de la electricidad y del petróleo, que parece no tener fin, explica parte del problema. Pero no todo.
Como explica Raymond Torres, el director de Coyuntura y Análisis Internacional de Funcas (Fundación de las Cajas de Ahorros), la electricidad se ha convertido en el componente más volátil del IPC, incluso por encima del petróleo. En un escenario en el que las soluciones del Gobierno no funcionaran, la inflación interanual española llegaría al 4,5% en diciembre, con una tasa media anual del 2,8 para el año 2021.
En su último análisis publicado en el blog de Funcas, el autor presenta un escenario favorable en el que apuesta por una estabilización de los precios de la energía eléctrica y una vuelta, más o menos suave, a los cauces normales.
No obstante, Torres plantea un fenómeno importante: la expectativa de inflación por parte de los ciudadanos es mucho mayor que el IPC subyacente, es decir, el nivel de precios una vez descontados los productos energéticos y los alimentos no elaborados. Este fenómeno no es exclusivo de nuestro país sino que afecta también a la Unión Europea.
La percepción subjetiva de lo que va a suceder con el nivel general de precios empeora, como explica el economista, "cuando empresas y trabajadores acumulan sorpresas negativas, es decir, pierden capacidad de compra como consecuencia de una infravaloración recurrente de la evolución general de los precios".
¿Es motivo de esperanza para los españoles el hecho de que la inflación subyacente sea baja? Así debería ser, y parece que es el análisis más extendido.
Sin embargo, como afirmaba al principio, la escandalosa subida de la luz o del petróleo no explica completamente el problema inflacionista que amenaza nuestro horizonte.
La escandalosa subida de la luz o del petróleo no explican completamente el problema inflacionista que amenaza nuestro horizonte
¿Qué sucede si la inflación subyacente no es tan estable? ¿Qué sucede si los precios de los bienes que se importan y exportan suben de manera general? Pues que tenemos un problema añadido que confiere nuestro panorama futuro de una complejidad muy difícil de manejar.
Las señales de alarma se empezaron a disparar con los sucesivos lockdown primero de China, Bérgamo, Italia, España, Europa, el resto del mundo. El mercado internacional se bloqueó. Las cadenas de valor se interrumpieron. El problema no era solamente la interrupción de la producción. El transporte de mercancías, la actividad portuaria, el almacenaje, todo quedó paralizado.
Por suerte, a medida que fuimos recuperando el control sanitario y el pulso de la economía global, el comercio exterior fue retornando, lentamente, a su estado normal.
Sin embargo, a la vuelta de verano, ya es manifiesta la escasez de diferentes bienes que está perjudicando la normalización verdadera. Por ejemplo, los contenedores.
Debido al bloqueo de la fuerza laboral en los puertos, los contenedores se acumularon en los puertos de destino. No hubo tiempo para despejarlos antes de que comenzaran a llegar más. Eso explica que, por ejemplo, América del Norte se enfrente actualmente a un desequilibrio del 40%; lo que significa que de cada 100 contenedores que llegan solo se exportan 40. Los otros 60 continúan acumulándose, lo que es una cifra asombrosa considerando que la ruta comercial de China a EEUU involucra en promedio 900,000 TEU al mes (unidad de medida de capacidad del transporte marítimo referida en contenedores de carga).
Este problema afecta al comercio de Europa con China. Cada vez que este país decide sustituir productos europeos por nacionales o por bienes producidos en terceros países (como Camboya), los contenedores que vienen a Europa con los microchips u otros productos que los europeos importamos, no retornan o lo hacen vacíos.
El coste de esta complicada situación es espeluznante. La web especializada en información de fletes comerciales internacional, Alphaliner, explica que los transportistas pueden obtener 66 centavos (por contenedor de 40 pies por milla náutica) en la ruta de Shanghái a Los Ángeles frente a menos de 10 centavos en el regreso, por poner un ejemplo. Incluso logran mejores tarifas la ruta Shanghái a Melbourne con 88 centavos, o de Shanghái a Santos con 75 centavos.
A esta peligrosa subida en el coste de los contenedores hay que sumarle el hecho de que las exportaciones chinas tienen un peso creciente en comercio global y sus productos son, principalmente maquinaria, productos tecnológicos intermedios o metales.
Si sube el precio de las importaciones a causa de la escasez de contenedores, no solamente esos bienes, sino los productos finales que los utilizan en su producción van a sufrir un aumento de precio.
¿Y el transporte aéreo? Mientras no se recupere espacio en los vuelos y siga la tendencia a prohibir los vuelos comerciales en la Unión Europea, no es una alternativa.
¿Qué va a pasar con la esperanzadora inflación subyacente?
El futuro de la economía española no depende solamente del coste de la energía, por más que, a día de hoy, sea lo más llamativo y cuya solución es imprescindible electoralmente.
Tal vez la percepción de los ciudadanos no es tan equivocada. Tal vez deberíamos prepararnos para una contracción de la oferta, para la pérdida de poder adquisitivo resultante de la inflación, y el deterioro en el nivel de vida que todo ello implica.
Y, por supuesto, recordemos que, cuando esta ola llegue a Europa, los del furgón de cola, los que estamos menos preparados, vamos a ser los más perjudicados.