La desaceleración que hemos venido comentando se fraguaba en EEUU y en China se está haciendo sentir ya en Europa. No solo no creció el PIB de España en el segundo trimestre tanto como se creía, sino que Alemania ya está en recesión industrial y Reino Unido se debate entre los problemas de suministro provocados por el Brexit y los que son comunes al resto del planeta.
Para el caso de Alemania, lo expresa muy claramente Clemens Fuest, presidente del Instituto IFO, una organización empresarial de allí: “los problemas de suministro están frenando la economía alemana, la industria manufacturera está pasando por una recesión provocada por los cuellos de botella”. El efecto inducido desde la industria sobre los servicios se está empezando a notar en un menor crecimiento de estos también.
Los problemas provocados por una expansión económica que va demasiado rápida y “se devora a sí misma” son ya visibles para todo el mundo, y algunos gobiernos están entrando “en pánico”. Entre ellos, más que ninguno, el británico, que ante el cierre de algunas plantas productoras de fertilizantes, ha decidido subsidiar a la empresa norteamericana CF Industries (que vende CO2, entre otras cosas) para que no las cierre. Tal es el pavor a provocar un desabastecimiento de productos alimenticios, mientras peligra la campaña de Navidad. Durante el fin de semana, las televisiones mostraban colas de vehículos dirigiéndose hacia los surtidores de gasolina.
El primer pánico bancario de la crisis financiera, con sus colas para retirar el dinero del Banco Northern Rock, se vieron en Reino Unido, y ahora las primeras colas por desabastecimiento, también.
Y en esto, llegó China con la quiebra de Evergrande. Los datos son bien conocidos a estas alturas. La semana pasada, esta empresa inmobiliaria china ha incurrido en default (impago de los intereses de una de sus emisiones de bonos en dólares) y está abocada a la quiebra o al rescate por parte de las autoridades, que la dividirían en varias empresas diferentes.
Por causa de Evergrande, todo el mundo lleva diez días haciéndose esta pregunta: ¿son las deudas de Evergrande (más del equivalente a 300.000 millones de dólares) tan descomunales como para provocar un efecto tan destructivo internacionalmente como el de la quiebra de Lehman Brothers en 2008, que marcó el inicio de la parte más espectacular de la crisis financiera?
La respuesta es que no. En primer lugar, porque el 94% de las deudas de Evergrande están denominadas en yuan renminbi (la moneda china) y, muy mayoritariamente, esas deudas las tiene esta promotora inmobiliaria con los bancos y fondos de inversión de China, por lo que, de provocarse un efecto dominó de “quiebra que lleva a otras a quebrar”, afectaría al sistema financiero chino principalmente.
Eso no quiere decir que una crisis grave del sistema financiero chino no fuera a tener un impacto deflacionario sobre el resto de la economía global. Lo tendría, y mucho. Pero no, por sí solo, de las dimensiones catastróficas de la quiebra de Lehman Brothers.
Hay que recordar que Lehman Brothers pertenecía a lo más granado de la “nueva aristocracia”, que era y es la banca de negocios de EEUU, interconectado con lo más granado del resto de sus pares en todo el mundo. También hay que recordar que su quiebra solo fue la espoleta para que se derrumbara un edificio que estaba minado por los que después se llamarían productos tóxicos, alabados poco antes por el FMI como una manera inteligente de diversificar los riesgos.
Esos productos tóxicos tenían su origen en las 'hipotecas basura' que se habían estado concediendo en los EEUU, aunque su efecto letal dependía no solo del impago de las hipotecas, sino del efecto amplificador que había tenido el apalancamiento (endeudamiento) incluido en esos productos, una manera de ganar, como siempre que uno se endeuda, mucho más dinero que con los propios ahorros, pero también una manera de perderlo en cantidades mucho más elevadas.
La crisis inmobiliaria en China, que se muestra ahora abiertamente, tiene en común con los problemas de la banca americana en 2008 el que ambas coronan un período de especulación inmobiliaria. Pero en China todo se parece más a una crisis inmobiliaria clásica, por lo que, para imaginarnos su desarrollo posterior, facilita las cosas el buscar antecedentes (históricos, naturalmente).
Y tenemos uno bien cercano: el estallido de la burbuja inmobiliaria en España en ese año de gracia de 2008, que llevó a la quiebra el sistema de las cajas de ahorros. Pero no a la manera en que en EEUU quebraron sus bancos, que lo hicieron de forma súbita en septiembre de ese año, sino a cámara lenta: las cajas fueron quebrando conforme aumentaba la morosidad.
El problema de la comparación con España es que la burbuja inmobiliaria de aquí se financió con ahorro exterior (principalmente alemán), mientras que la burbuja china no ha tenido necesidad de eso, por lo que su dependencia de la banca extranjera es prácticamente nula.
Por eso hay que buscarse un ejemplo mejor, y ese ejemplo es la burbuja inmobiliaria de Japón a finales de los años 1980. También clásica, como en China, y también financiada con ahorro interior (tanto China como Japón gozan de un superávit enorme en su balanza de pagos por cuenta corriente).
En el caso de Japón, 'pincharon' dos burbujas a la vez: la inmobiliaria y la de las bolsas. En esto último hay una diferencia con China, pues la bolsa china se suponía muy especulada ya en 2015 y tuvo su fuerte caída en ese año (-45%). Posteriormente, ha vuelto a subir a niveles algo más altos que el máximo de 2015 y viene cayendo de nuevo desde febrero de este año (-18%).
En la burbuja inmobiliaria china, la dependencia de la banca extranjera es prácticamente nula
La amenaza en este momento para la economía china y para el resto de la economía global es, pues, que China se convierta, a su manera, en el nuevo Japón con: 1) crisis aguda del sector inmobiliario (algo que ya es una realidad); 2) quiebra de numerosos bancos y de parte de la banca en la sombra (a la que se le han vendido productos estructurados tóxicos, como en EEUU); 3) caída de la actividad económica a niveles mucho más bajos que los actuales, con ritmos de crecimiento que se redujeran a la mitad (al 3% o al 4%), y 4) impacto deflacionario (menor crecimiento) en el resto del mundo.
La bolsa en Japón inició su caída el día 3 de enero de 1990 y, nueve meses más tarde, ya había perdido casi el 50%. En total llegaría a perder un 80%, y aún está un 22% por debajo de su máximo histórico de entonces. En paralelo, su economía entraría en un período de estancamiento del que aún no ha salido 31 años después. ¿Pasará lo mismo con la bolsa y la economía china? ¿Repercutirá más que la crisis de Japón en el resto del mundo?
Hay razones para pensar que sí: la economía china es la segunda economía del mundo, equivalente por tamaño a un 70% de la de EEUU (la de Japón también era la segunda del mundo en 1990, equivalente al 55% de la economía norteamericana de entonces), por lo que es de suponer que su impacto en el exterior se hará notar más.
Tanto Japón entonces como China ahora se ven forzadas a cambiar su modelo de crecimiento, y pasar de una economía industrial a una más moderna donde el consumo prevalezca. A Japón le costó una crisis fortísima conseguir hacer el cambio y a China le costará otro tanto.
Las dos son sociedades muy disciplinadas (con democracia una y con sistema autoritario la otra) donde la toma de medidas ágiles y drásticas para contener la crisis deberían darse por descontadas. Sin embargo, en Japón el sistema de “parentela mercantil” (keiretsu) entre diferentes sectores y entre estos y la banca les impedía actuar con rapidez y con audacia.
En China, los temores a un malestar social creciente y la contundencia del sistema de partido único harán que los parches se pongan con rapidez, pero las soluciones de largo plazo terminarán, muy probablemente, por demorarse, lo que lleva a pensar que los ritmos de la crisis serán diferentes. Aunque, de momento, la bolsa china ha caído en sus primeros siete meses de caída en 2021 lo mismo que la de Japón en sus siete primeros meses de 1990.
¿Será casualidad o será un anuncio de lo que viene? Parece, más bien, lo segundo, aunque la resistencia de la economía china a los brotes deflacionarios es legendaria: en los seis últimos años, la bolsa china ha tenido caídas del 45% (2015), del 33% (2018) y del 13% (por la pandemia) sin que cayera en una espiral deflacionista. Ahora cae un 18%. ¿A la cuarta irá la vencida?