Si no vuelve a errar, el INE acaba de avanzar el IPC de agosto que sitúa la tasa de inflación interanual en el 4%. La subida ha sido causada por la evolución de los precios de la energía y, por tanto, cuando éstos bajen, las presiones inflacionarias desaparecerán o perderán intensidad.
Esta tesis es compartida por el consenso y por buena parte de las instituciones públicas y privadas, domésticas e internacionales. Sin embargo, existen poderosos argumentos en contra de esa visión optimista tanto desde un punto de vista teórico como empírico. Las declaraciones de la Sra. Lagarde esta semana descartando el retorno de la política monetaria a la normalidad resume esta oposición.
En su famoso discurso en la American Economic Review, Friedman pronunció una frase que sintetizaba una proposición básica: "La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario en el sentido de que solo es y puede ser producido por un incremento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción".
Determinadas circunstancias pueden ayudar a que esa relación de causalidad tarde más o menos en materializarse, pero, antes o después, los excesos monetarios se reflejan en un alza del nivel general de precios. Este aspecto ha sido ignorado desde la crisis de 2008 y es oportuno recordarlo en estos momentos ante las proclamas del carácter efímero del actual repunte inflacionario.
Si la cantidad de dinero existente en una economía es una variable básica para proyectar la trayectoria futura de la inflación, la M3 es el agregado monetario que la mide con mayor precisión.
Desde 2008 se ha incrementado muy por encima del objetivo considerado por el BCE compatible con la estabilidad de precios, el 45%, y su tendencia alcista se ha acelerado a raíz de la pandemia y no tiene visos de revertirse ni de frenarse. Esto es el dinero inyectado por los bancos centrales terminará por filtrarse si o si, pronto o tarde al IPC, y con mas intensidad cuanto mayor sea la expansión monetaria, cuanto más dure y cuanto más rígidos sean los precios y los salarios. A ello se une la monetización de los déficit realizada por los institutos emisores que añaden leña al fuego.
En el supuesto de que la cantidad de dinero en circulación lograse estimular la actividad de manera significativa, su impacto inflacionario está ligado a la denominada NAIRU; esto es, la tasa de paro no aceleradora de la inflación.
Si el desempleo cae por debajo de la NAIRU, las presiones inflacionarias comienzan a desencadenarse. En el caso español, esto significa que, si ese indicador se sitúa en cotas inferiores al 16%, la inflación comienza a acelerarse. A día de hoy, el paro afecta al 15,3% de la población activa. Esto significa que el IPC debería mantener un recorrido alcista.
Los factores estructurales descritos se ven reforzados por el encarecimiento de la energía que proporciona otro impulso adicional a la elevación del nivel general de precios, medido por el IPC.
En el supuesto de que la factura de los bienes energéticos cayese y la economía española y el empleo creciesen con vigor en los próximos trimestres, lo que no sucederá, la inflación subiría por las razones apuntadas hasta estrangular ambos; en el caso que eso no ocurra, el nivel general de precios tenderá a subir también, aunque el aumento del PIB sea débil, de nuevo, por lo comentado con anterioridad. Esta es la tesitura en la que se encuentra la economía nacional ante el "pasajero" rebrote de la inflación.
Por añadidura, la experiencia española muestra la persistente inclinación de los sindicatos a exigir que la evolución de los salarios se ajuste a la del IPC. Si España cierra 2021 con una inflación del orden de o superior al 3%, las demandas sindicales para paliar la pérdida de poder adquisitivo de las rentas del trabajo se van a disparar.
La actitud de las centrales sindicales y las propuestas económicas que llevan planteando desde 2020 sólo contribuyen a fortalecer esta hipótesis. En este caso se desataría una espiral precios-salarios lo que tendría efectos letales sobre la competitividad de las empresas y sobre el empleo.
En conclusión, considerar el repunte inflacionario como algo pasajero es muy poco prudente y, en definitiva, sólo refleja una cosa: el pánico de los bancos centrales a adoptar una restricción monetaria porque eso contribuiría a adelantar algo inevitable: el derrumbe del castillo de naipes que han contribuido a levantar con su política. Los aterrizajes suaves nunca se producen en economía y, mucho menos, cuando se acumulan en el tiempo los excesos.