Todo lo que sube tiene que bajar. Por eso, confío en que todo lo que ha pasado en las últimas semanas logre que la ley de gravitación universal empiece a actuar de una vez y marque el principio del fin de Facebook.
Si es lector habitual de mis columnas, sabrá que no siento demasiado aprecio por la empresa de Mark Zuckerberg. Sin embargo, para los millones de personas para los que Facebook es sinónimo de internet, puede que la primera gran llamada de atención sobre el enorme poder que ha amasado haya tenido lugar este lunes, cuando sus servicios dejaron de funcionar durante horas en prácticamente todo el mundo.
Para el usuario español medio, puede que la caída solo significara una incómoda interrupción puntual de sus comunicaciones y su ocio. Pero hay empresas cuyo modelo de negocio depende al completo o casi de los servicios de la compañía. Y, lo que es peor, hay personas en el mundo para las que los que Facebook representa su única vía de acceso a la web.
¿Recuerda Internet.org? Hace unos años, Zuckerberg lanzó grandilocuentes campañas publicitarias anunciando este servicio con el que pretendía ofrecer conexión gratuita en países en vías de desarrollo. Sobre el papel sonaba fenomenal, pero, como no podía ser de otra forma, tenía truco. En lugar de permitir navegar por todo internet, el servicio solo daría acceso a determinadas páginas y plataformas, entre las que Facebook, por supuesto, sería una de ellas.
No es que Zuckerberg se hubiera convertido en un desinteresado filántropo de la conectividad, no, lo que quería era llegar a más y más gente. Y lo consiguió, tanto a través de Internet.org (posteriormente rebautizado como Free Basics), como mediante sus incansables esfuerzos por mantener a los usuarios enganchados a sus servicios.
Y aquí es, precisamente, donde estriba el otro gran pilar que podría suponer el derrumbe de Facebook: su gran caída ha coincidido con una serie de escándalos que han logrado poner a las estrategias de crecimiento de la empresa en el punto de mira de políticos, medios, ciudadanos y, no menos importante, accionistas.
Su gran caída ha coincidido con una serie de escándalos que han logrado poner a las estrategias de crecimiento de la empresa en el punto de mira
Entre el pasado viernes y el martes, las acciones de Facebook cayeron alrededor de un 5 % y no han subido demasiado desde entonces. Y dado que los que ponen la pasta son los únicos por los que Facebook se preocupa de verdad, esta caída podría ser un síntoma de que su filosofía de crecer caiga quien caiga podría empezar a tener los días contados.
Ya le hablé la semana pasada de la filtración de un informe interno que dejaba claro que, aunque la empresa era consciente del impacto negativo de Instagram entre sus usuarios adolescentes, no había hecho nada para solucionarlo. Pues, horas antes de su gran caída, el programa 60 Minutes de la televisión estadounidense emitió una entrevista con la que afirma ser la responsable de las filtraciones: Frances Haugen, antigua responsable de Producto de Facebook.
Para mí, la gran exclusiva de la entrevista fue la de desvelar la identidad de la informante, ya que todo lo que he leído sobre el contenido es más o menos lo que ya se sabía: que el objetivo principal de Facebook consiste en aumentar su número de usuarios y el tiempo que pasan conectados a sus servicios, cueste lo que cueste.
El objetivo principal de Facebook consiste en aumentar su número de usuarios y el tiempo que pasan conectados cueste lo que cueste
Da igual si fomenta la anorexia, la depresión, el suicidio, la polarización, el extremismo, la desinformación, la violencia y el odio (existen casos documentados de todas estas cosas). Cada filtración, testimonio e investigación muestra lo mismo una y otra vez: a Facebook solo le importa seguir creciendo.
Por eso, resulta lamentable que, además de las largas explicaciones que la empresa ha dado para aclarar los motivos de su enorme fallo técnico de lunes, también publicara un tuit (irónico, ¿verdad?) para pedir disculpas a la "gran cantidad de negocios y personas que dependen" de sus servicios.
Zuckerberg sabe que mucha gente depende de su compañía, pero también sabe que sus productos están dañando a la sociedad. Y, aunque se disculpa cuando estos dejan de funcionar, no hace absolutamente nada cuando los problemas son del tipo del que le ayuda a seguir creciendo.
Afortunadamente, además de los accionistas, los responsables políticos también están prestando cada vez más atención a este nuevo imperio del mal. Y, aunque las leyes actuales todavía no están adaptadas para luchar contra los gigantes digitales, cada vez más gobiernos están intentando enfrentarse a ellos en los tribunales.
Si une todos los puntos, encontrará una afortunada confluencia de demandas, filtraciones, pérdidas de valor y fallos técnicos. Si todo esto no es suficiente para aplicar la máxima de que todo lo que sube tiene que bajar, entonces tal vez deberíamos resignarnos y asumir que nuestra vida y nuestro futuro están en manos de Zuckerberg y sus accionistas, gobierne quien gobierne.
Aunque también podríamos limitarnos a dejar de usar Facebook, Instagram y WhatsApp. No sería tan difícil… ¿o sí?