Nobel de Economía: una bomba de relojería contra la ortodoxia
Del trabajo de Card se desprende que los sueldos no dependen de la productividad, sino que son arbitrarios
Dos de los galardonados con el Nobel de Economía 2021, Joshua Angrist y Guido Imbens, resultan ser en realidad epistemólogos, lo que ellos estudian es el método. La mejor explicación sobre las (grandes) limitaciones del método en Economía sigue estando en las páginas de un cuento de Borges. Es aquel que narra la historia de un emperador megalómano de la China medieval, el que ordenó a sus vasallos elaborar un mapa que representase con el máximo nivel de realismo cómo eran todas y cada una de sus posesiones, absolutamente todas, sin ignorar ni el más nimio e intrascendente de los elementos del paisaje bajo su personal soberanía.
Puestos a la labor, los cartógrafos imperiales terminaron por componer un enorme, inmenso, descomunal papiro cuyo tamaño cubría toda la extensión del imperio, de extremo a extremo. Hasta el punto de que ya nunca más habitante alguno pudo volver a ver el sol.
El mapa era tan real, tan detallista, tan representativo y tan perfecto que no servía para nada, salvo para dejar a todos a oscuras. Y los economistas afrontan el mismo problema que aquellos cartógrafos. También ellos se ven obligados a abordar un objeto de estudio tan enormemente complejo y poblado por cientos, miles de factores distintos e interconectados, unos relevantes, otros menos, que les resulta imposible enfrentarse a su realidad de modo directo.
Por eso, la Economía no estudia la realidad sino modelos. Un modelo es un mapa muy esquemático que no aspira a ser perfecto, sino que representa sólo lo más esencial del territorio, ignorando todo lo demás. Un modelo económico quiere ser una caricatura de la realidad, no la realidad. Pero las buenas caricaturas nos permiten identificar en el acto a la persona que representan. Del mismo modo, los buenos modelos sirven para reconocer y entender cómo funciona la economía en el mundo de lo tangible. No es mucho, pero es lo único que tenemos.
Un modelo económico quiere ser una caricatura de la realidad, no la realidad
La gran limitación de no poder estudiar de forma directa la realidad, algo que sí se pueden permitir las ciencias duras, como la Física, remite a la práctica imposibilidad para los economistas de recurrir al método experimental.
Un biólogo llena su laboratorio de ratones y procede luego a las pesquisas que se le ocurran; un economista, salvo que se apellide Mengele, no puede meter en una jaula a un millón de personas a fin de averiguar cómo reaccionan ante tal o cual cambio en una variable macro.
Lo que les ha valido el Nobel a Angrist e Imbens ha sido el perfeccionar un sucedáneo de esa imposible experimentación en laboratorio. Los experimentos naturales son eso, sucedáneos del método científico que se producen de forma espontánea en la realidad. Y están por todas partes.
La RDA y la República Federal de Alemania, por ejemplo, fueron en su día un gran experimento natural que sirvió para comprobar si una economía planificada podría resultar más eficiente o no que las dirigidas por los precios de mercado. Ahí teníamos una muestra experimental casi de laboratorio, los alemanes del Este sometidos al nuevo modelo dentro de la jaula soviética, y un grupo de control, sus compatriotas del Oeste que, en 1945, partían de una situación idéntica en términos de desarrollo. Y están, decía, por todas partes.
David Card, el tercero de los galardonados de este año, lo ha sido no sólo por refutar de modo empírico ese prejuicio infundado, perfectamente gratuito, según el cual subir el SMI provoca siempre un incremento del desempleo. En realidad, las implicaciones del trabajo de Card se antojan mucho más radicales y perturbadoras para la ortodoxia académica dominante, la basada en las convenciones de la Escuela Marginalista, que da forma al itinerario curricular que estudian los futuros economistas en casi todas las universidades del mundo.
Las implicaciones del trabajo de Card se antojan mucho más radicales y perturbadoras para la ortodoxia académica dominante
Mucho más radical y perturbadora, sí, porque lo que ha puesto en solfa la investigación de Card es uno de los pilares teóricos fundamentales sobre los que se asienta el edificio intelectual todo de la ortodoxia. Y es que la refutación de que la existencia de un salario mínimo provoque desempleo, su tesis principal, conduce necesariamente a cuestionar el principio, en extremo crítico para los economistas académicos, de que los salarios son iguales a la productividad marginal.
Una auténtica bomba de relojería depositada bajo el motor mismo del pensamiento oficial. Así, el razonamiento canónico predica que la causa de que el salario mínimo cree paro obedece a que la retribución de mercado siempre deberá ser igual al valor que aporta a la empresa el último trabajador contratado; en consecuencia, si el valor aportado fuese inferior al salario establecido por ley, la empresa procedería a despedir al trabajador.
Desde hace casi un siglo, todos los economistas salen de la universidad con esa certeza firmemente arraigada dentro de la cabeza. Pero resulta que es falsa. Y la manera de comprobar que era falsa consistió simplemente en observar la realidad circundante, justo a lo que dedicó su atención el Nobel Card durante los últimos años.
Porque hay una forma alternativa de explicar, por ejemplo, el hecho de que dos empleados norteamericanos de McDonald’s, trabajadores que realizan exactamente el mismo trabajo, ingresen sueldos distintos en función de la ciudad donde se sitúe su restaurante, a saber: que los sueldos no dependen de la productividad, sino que son arbitrarios. Y justamente eso es lo que se desprende del trabajo de Card. Lo dicho: una bomba de relojería contra la ortodoxia.
*** José García Domínguez es economista y periodista.