Hasta hace unos meses, las tasas elevadas de inflación parecían cosa de la historia en los países desarrollados. Sin embargo, una parte de la respuesta a la pandemia, en mi opinión acertada, fueron las compras masivas de activos, especialmente deuda pública, por parte de los Bancos Centrales. Esto suponía inyectar masivamente dinero en el sistema financiero lo que permitió a los Estados sostener las rentas de las familias, financiándose a los tipos de interés más reducidos de la historia. La contrapartida era que cuando la actividad se retomase este dinero iba a suponer una mayor presión en la demanda.
Como estamos viendo, la oferta, dado que sigue habiendo restricciones en muchas partes del mundo, no está pudiendo abastecer la demanda. Esto ha supuesto un repunte de la inflación. Pero como al mismo tiempo, la economía se está recuperando, tenemos crecimiento económico.
Si dejamos el análisis aquí, lo único que hay es un desfase temporal. Y esta es la visión de la botella medio llena, por ejemplo, de la economista-jefe del FMI, Gita Gopinath, que señala que no tenemos estanflación porque el crecimiento económico mundial (sí y también el europeo y el español) es robusto. Si esto fuese todo, en unos meses se debería restablecer la oferta económica y volver a una inflación reducida.
Pero, tenemos dos factores más a tener en cuenta, que ensombrecen el panorama. El primero de ellos es el precio de la energía, que es un shock de oferta en toda regla. De acuerdo con los últimos datos del INE, para el consumidor, la gasolina ha subido un 22%, el diésel un 23% y la luz un 44%. Pero el coste ha subido bastante más. Estos datos son después de impuestos, y los impuestos especiales, que eran más de la mitad del precio final de los derivados del petróleo se han mantenido constantes.
En el caso de la energía eléctrica, los impuestos y cargos repercutidos al consumidor se han reducido sustancialmente, y aún así, la factura se ha incrementado mucho. Si nos vamos al gas natural, el precio mayorista es el más elevado de la historia.
Todo esto origina una subida de los costes de producción, y de transporte (el coste de los fletes se ha multiplicado en algunos casos por 10) que está originando subidas de precio en productos industriales e incluso cierres de fábricas, es decir, reducción de oferta. Y todo esto ocurre antes de que llegue el invierno en el hemisferio norte, que es el momento de máxima demanda de electricidad y sobre todo gas natural para calefacción.
Además, la pandemia ha producido daños estructurales en la economía y las empresas. Por ejemplo, si el año pasado, el gas y el petróleo estaban en mínimos históricos, muchas empresas que lo producían, y que además estaban muy endeudadas, como las de fracking, quebraron. Esto ha supuesto que no se tenga capacidad productiva cuando la demanda se incrementa. Y es una de las razones que está detrás de la subida del precio del gas natural.
Además, hay casos simplemente de error: la decisión taiwanesa de que no se iban a demandar más chips en 2020 ha llevado a una falta de semiconductores mundial en 2021 que está paralizando fábricas de automóviles por falta de componentes, que además están subiendo de precio. Parafraseando a Keynes, los mercados energéticos y de materias primas pueden permanecer en estado de locura mucho más tiempo del que muchas empresas pueden mantener su solvencia.
La realidad es que tenemos inflación de demanda e inflación de oferta. Y de momento tenemos crecimiento, pero perderá fuerza
La realidad es que tenemos inflación de demanda e inflación de oferta. Y de momento tenemos crecimiento económico, pero el crecimiento perderá fuerza, si no lo hace antes, cuando vayamos recuperando la actividad económica previa a la Pandemia. Éste no es un escenario pesimista, sino una senda relativamente optimista sin perder de vista la realidad. La senda pesimista sería pensar en que ocurriría si surgen nuevas variantes de la Covid que obliguen a restablecer restricciones.
En realidad, que la inflación haya venido para quedarse, como sostiene por ejemplo la economista-jefe del Banco Mundial, Carmen Reinhart, depende de dos factores. En primer lugar, de que se moderen los precios energéticos en algún momento. Todo el mundo da por hecho que eso no va a pasar hasta marzo por lo menos. Pero a partir de ahí, si la demanda mundial de gas sigue aumentando, porque, por ejemplo, China quiere cumplir sus compromisos climáticos y recorta el carbón, sustituyéndolo por gas, para producir electricidad, entonces los precios energéticos seguirán elevados. Si esto continúa mucho tiempo es absolutamente inevitable que el incremento de precios energéticos se acabe trasladando a todos los productos y servicios.
En segundo lugar, si los salarios suben, para compensar los incrementos de los precios, tendremos "efectos de segunda ronda" y la inflación se instalará en un nivel superior a antes de la pandemia. Esto ocurrirá con más probabilidad en Estados Unidos antes que en Europa, ya que el nivel de desempleo es inferior y hay cada vez puestos de trabajo que las empresas no pueden cubrir.
Con todo este panorama, la Reserva Federal va a tener, con bastante probabilidad, que retirar estímulos antes de lo previsto. De hecho, el gobernador del Banco de Inglaterra ya ha amagado con subir los tipos de interés.
Evidentemente, de subir los tipos de interés en Estados Unidos, capital del resto del mundo se refugiará allí, lo que aumentará el valor del dólar frente a otras monedas. Teniendo en cuenta que el petróleo, por ejemplo, se paga en dólares, una devaluación del euro, especialmente frente al dólar, llevará a importaciones más caras, y en consecuencia más inflación.
Todo este panorama nos puede llevar a mayores tasas de inflación y de tipos de interés en la zona euro antes de lo que pensamos, lo que no son buenas noticias para el crecimiento: la botella podría estar medio vacía.
Para evitar los peores efectos económicos de un shock de oferta hacen falta reformas estructurales que incrementen la productividad. Si sólo tuviésemos un desajuste temporal entre oferta y demanda, probablemente todo sería más fácil. En cualquier caso, desgraciadamente, los efectos económicos negativos de la pandemia son peores y más duraderos de lo que nos gustaría. Afortunadamente, lo peor quedó atrás.
*** Francisco de la Torre Díaz es economista e inspector de Hacienda.
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