Jens Weidmann ha anunciado que abandonará su puesto al frente del Bundesbank a finales de este año. Esta decisión constituye de facto una moción de censura a la política monetaria desplegada por el BCE. Weidman ha sido un crítico constante del paulatino abandono por parte del instituto monetario europeo del objetivo a él encomendado; a saber, el mantenimiento de la estabilidad de precios, definido por el mantenimiento de una tasa de inflación no superior al 2%, lo que supone entre otras cosas la prohibición, recogida en sus estatutos, de monetizar el binomio déficit-deuda.
El incumplimiento de esos dos compromisos ha destruido la arquitectura institucional de la unión monetaria y amenaza con poner en cuestión la independencia y credibilidad del BCE.
Los temores de Weidman a la entrada de la zona euro en una dinámica inflacionista se han visto respaldados por la realidad. El alza de los precios de la energía y la disrupción de las cadenas de producción-distribución globales tienen una incidencia alcista sobre la inflación que se ve alimentada por la estrategia hiper expansiva practicada por el BCE desde hace una década. Ante un doble shock de oferta, una política monetaria laxa que además se emplea para comprar de manera indirecta pero real bonos soberanos conduce de forma inevitable a crear inflación y a generar expectativas de que ésta siga creciendo.
La posición del BCE se va a complicar de manera extraordinaria en los trimestres venideros. En noviembre es muy probable que el IPC armonizado se sitúe en el 4% en la zona euro y probablemente no cerrará el año por debajo de ahí.
En el caso concreto de Alemania, el nivel general de precios terminará en 2021 alrededor del 5%. Esto hace muy difícil para el BCE sostener su política actual, salvo que esté dispuesto a tolerar un incremento sostenido de la inflación, proceso que una vez iniciado tiende a retroalimentarse. Por eso, las enfáticas declaraciones de la Sra. Lagarde según las cuales no existe a corto plazo un horizonte de endurecimiento de la política monetaria son bastante imprudentes.
La posición del BCE se va a complicar de manera extraordinaria en los trimestres venideros
Sin duda hay numerosos episodios históricos de bancos centrales que han creado y sostenido dinámicas inflacionarias. En el extremo, esas actuaciones han terminado siempre mal y con un ajuste cuya dureza ha sido proporcional al tiempo de duración de la expansión monetaria, de su intensidad y de la dimensión de los desequilibrios acumulados; en el escenario central, ello conduce a elevar tipos de interés, a ralentizar el crecimiento y, normalmente, a una recesión.
La hipótesis de un aterrizaje suave nunca se ha materializado. Esto es lo que da pavor al BCE y ha paralizado su retorno a la normalidad.
Aun así, el BCE no va a tener otra opción que iniciar una paulatina reducción de su programa de compras de soberana. Hasta septiembre ha adquirido alrededor de unos 100.000 millones de euros por mes.
Esta trayectoria es insostenible y sufrirá una progresiva reversión en los últimos meses del presente ejercicio que se acentuará a lo largo de 2022. Si esto es insuficiente para rebajar la inflación, el banco central de la zona euro, se verá forzado a subir tipos de interés. Si no hace una u otra cosa, la inflación se desbordará.
En este contexto, el harakiri de Weidman tiene una doble lectura. Primera, acertó al prever que la política acomodaticia del BCE acabaría provocando un alza de los precios tanto si la demanda interna se desbocaba como si se producía algún shock inesperado de oferta. Segunda, los alemanes deben saber que las garantías de que el BCE iba a tener un comportamiento tan ortodoxo como el del Buba se han quedado en el campo de la retórica, en un placebo para que los ciudadanos de Alemania aceptasen la desaparición del marco y la introducción de la moneda única.
Quien espere que una "paloma" sustituirá al halcón Weidman en el BCE yerra. La paloma era Merkel y ha volado. Los liberales germanos, sin los cuales no hay Gobierno, no van a aceptar el mantenimiento de una política monetaria como la actual y un BCE que continúe financiando el endeudamiento de los países pródigos sin intención alguna de corregir los desequilibrios de sus finanzas públicas.
Esto va a constituir un verdadero problema para la Sra. Lagarde y para su intención de tolerar una inflación superior a la fijada en los estatutos del BCE y, desde luego, un dolor de cabeza para estados, como España, con niveles de deuda y de déficit muy abultados y con una política presupuestaria sólo calificable de caótica a la vista de los Presupuestos Generales del Estado 2022.