No podía ser de otra forma. Ni en España, ni en el resto del mundo. Una inyección a la economía global de más de 12 billones de dólares (trillion, en la denominación anglosajona) solo podía dar lugar a un aumento de la inflación. Y aquí nos ha tocado, por ahora, un 5,5%, según el dato adelantado por el INE. Lo más probable es que nos toque bastante más, aunque sea de manera "transitoria".
¿Por qué era inevitable? Porque, mientras en la economía global se inyectaban esos 12 billones de dólares (a los que hay que añadir el crédito bancario avalado por los Estados, con lo que, aunque haya duplicidades, la cifra se dispara hasta el equivalente a 15 o incluso 20 billones), el PIB mundial es el mismo que antes de la pandemia. Y el poder de compra se ha incrementado en esas cantidades tan enormes que parecen irreales: entre un 15 y un 20% del propio PIB global.
En España, gracias a eso, llevamos viviendo del aire desde hace año y medio. Ni la caída del PIB, ni el déficit público desbocado se ha notado casi en el nivel de vida. Y todo gracias a los aproximadamente 300.000 millones de euros que de una manera u otra nos ha adelantado el BCE, tanto para renovar deuda antigua como para poder comprar otra nueva.
En España, llevamos viviendo del aire desde hace año y medio. Ni la caída del PIB, ni el déficit público desbocado se han notado casi en el nivel de vida gracias al BCE
Y así, el IPC ha llegado hasta el 5,5% anual. Todo debido no solo a la subida del precio de la electricidad y los carburantes, sino a la depreciación del euro, frente al dólar, que desde comienzo de enero de este año ha sido del 6%. Esto ha hecho que la situación vaya empeorando desde el día de Reyes, aunque en tasa anual (comparado con septiembre de 2020, solo haya sido del 3%). Hay que tener en cuenta que las materias primas cotizan en dólares.
La única esperanza de que la situación no empeore es que la inflación subyacente (que excluye la energía y los elementos sin elaborar) está mucho más baja: en el 1,4% y que los precios del petróleo, gas y, por ende, electricidad, se contengan los próximos meses.
A esa expectativa contribuye el que el precio del petróleo esté 3 dólares por debajo de su precio máximo de octubre de 2018 y que parezca que esa sea una resistencia que le cuesta mucho superar. También el que la divergencia de precios con el gas natural permita pensar que este último ha rondado ya su precio máximo. Pero eso es solo expectativa. La realidad es que falta por llegar aún la inflación inducida. Es decir, la que provoca que los precios de los combustibles y la electricidad se trasladen a otros sectores tanto industriales como de servicios, encareciendo sus productos. Y esa inflación llegará más paulatinamente.
La realidad es que falta por llegar aún la inflación inducida. Es decir, la que provoca que los precios de los combustibles y la electricidad se trasladen a otros sectores
Y, finalmente, otra subida de precios que no tiene nada que ver con la inducida "de forma natural". Se trata de la que está provocando la dislocación de la cadena de distribución mundial: por escasez de bancos mercantes, de contenedores, de trenes de mercancías, de camioneros (sobre todo, en Estados Unidos y Reino Unido, pero también de manera menos aguda en el resto del mundo) y por puertos que no son lo bastante grandes para absorber el tráfico de barcos que les está llegando.
Con suerte, cuando llegue ese remate final -y esperemos que sea transitorio- de la subida de precios originada por los estrangulamientos en la cadena de suministros, los precios de las materias primas puedan haber empezado a bajar. Hay indicios de que eso pudiera suceder: los fletes de materias primas sólidas han caído en octubre cerca de un 33%. El comercio global se desacelera. Las economías de Estados Unidos y China, también. Pero no sabemos si eso es esperanzador o solo el preámbulo del peor de los mundos: inflación sin crecimiento; la temida estanflación.
Lo que no puede ser es seguir consumiendo a este ritmo. Así, ni se desatasca la cadena de oferta, ni se mentaliza nadie de que estamos viviendo del aire con el dinero que los bancos centrales crean de la nada.
Todo recuerda a la España, mucho más pobre, de 1974, cuando el embargo del petróleo por los países árabes provocó subida de precios e intensificó la recesión. Todo. Incluso el lema oficial televisado para que los españoles consumieran menos gasolina: "Usted puede, pero España no".
Lo de ahora es muy parecido. Habría que adaptarlo: "El BCE le hace creer que usted puede, pero recuerde: España NO".