Todo el mundo está preocupado por la subida del precio de las materias primas, y con razón, aunque sea una razón un poco partidista: cuando las materias primas estaban hundidas de precio durante los últimos diez años, nadie se preguntaba el porqué de que el cuerno de la abundancia se estuviera derramando sobre nosotros. Es normal.
La literatura, la filosofía y la política solo despiertan el interés de la gente cuando las cosas le van mal. Pero, a pesar de eso, hay que recordar insistentemente que el precio del barril de petróleo Brent no es tan extremadamente alto, y que sigue sin superar el que tuvo en octubre de 2018. En aquel momento, llegó a ser de 86,74 dólares, mientras que al cierre de los mercados la semana pasada era de 78,47 (más de ocho dólares menos).
Es decir, el precio del petróleo está en un nivel “normalito” habida cuenta de que llegó a subir en 2008 hasta los 144 dólares y de que bajó en 2020 hasta 16 dólares, por lo que está ahora un poco por debajo de los 80 dólares, que sería el precio situado a igual distancia de los dos precios más extremos de los últimos 14 años.
Algo parecido puede decirse de la gasolina sin plomo que, en los mercados mayoristas, está en el mismo precio que estuvo en el verano de aquel año 2018, si bien es verdad que entonces empezó a caer de precio antes de lo que lo ha hecho en este 2021, pues, aunque parezca increíble, desde el 15 de octubre también el precio mayorista de la gasolina sin plomo ha bajado un 11%. A pesar de eso, y a efectos del cálculo anual del IPC, el problema es que todavía está un 86% más cara que el año pasado por estas fechas. Pero es que el año pasado por estas fechas tenía el mismo precio que en 2004…
Habría que preguntar a los gobiernos por qué entonces sigue estando tan cara, ya que, si bien la depreciación del dólar encarece la factura energética, otro tanto hacía en 2018, cuando el dólar también se apreció fuertemente frente al euro. Es más, sigue produciéndose ese fenómeno digno del arte de birlibirloque de que la cotización del euro frente al dólar, que era en diversos momentos de la semana pasada de 1,1288 dólares/euro, es idéntica a la de algún momento de la semana terminada el 19 de noviembre de 2018.
Habíamos comentado recientemente que el euro tenía tendencia a depreciarse frente al dólar, y es lo que ha sucedido en los últimos días. Parece que todo indica que esa tendencia continuará, encareciendo, por tanto, la factura de las materias primas. Pero todo ello no debe hacernos perder la perspectiva de lo que está sucediendo: en dólares, ni el precio del petróleo sube desde el 22 de octubre; ni el de la gasolina sin plomo, ni el de los metales industriales sube desde el 15 de octubre.
También está soplando relativamente favorable para España el precio del gas natural que, desde el 5 de octubre no solo no sube, sino que ha bajado un 22%, haciendo buena, por ahora, nuestra hipótesis de que el precio máximo del gas en este año 2021 ya es cosa del pasado. Incluso las materias primas agrícolas, que están subiendo de precio recientemente, aún no han recuperado el nivel que tuvieron en mayo.
Lo que no baja de ninguna manera es la tendencia por parte del gobierno a devaluar la mejor materia prima que puede tener un país, que es la educación adecuada y a la altura de lo que exigen los tiempos. Y por mucho que se nos venda la propaganda de que el dinero de los fondos Next Generation se utilizará para digitalizar la economía española, la realidad es que esa digitalización se está convirtiendo en su contrario por la vía de degradar la exigencia en la enseñanza.
Aquí, todo político que se precie no para de hablar de los “retos del futuro”, de las nuevas tecnologías y bla, bla, bla… A todos se les cae la baba cuando miran arrobados a Singapur o a Corea del Sur, pero la realidad es que la educación que planean los ministerios del ramo parece que está proponiéndose como objetivo el volver a ampliar la brecha que nos separa de los países más avanzados en materia educativa. Algunos incluso hablan (parece guasa) de la “búsqueda de la excelencia”.
Cuando se escucha que la exigencia para titularse va a ser cada vez menor, o casi nula, o cuando se habla de quitar la asignatura de matemáticas de determinados currículos escolares, no cabe asombrarse más. También cuando se eliminan las humanidades, pues lo que ha dado origen a la civilización occidental ha sido esa mezcla de lo cultural con lo científico y lo tecnológico, trufado con los avances en la igualdad de derechos, la democracia y, cómo no, la prosperidad.
Sin una buena formación en matemáticas, lo más a lo que se puede aspirar en el terreno de las nuevas tecnologías es a ser consumidores avanzados de los productos de las empresas tecnológicas punteras. Digitalizar un país es mucho más que eso.
Igualmente, sin una buena formación en humanidades, la capacidad de expresar el pensamiento, matemático o no, con el lenguaje adecuado, queda totalmente mermada.
A los sucesivos gobiernos se les llena la boca con proclamas de que hay que cambiar el modelo de crecimiento de la economía española, mientras en la rebotica trabajan intensamente para conseguir justamente lo contrario, para, como decían los maestros de la Escuela Nacional de Niños, “ir para atrás como los cangrejos”.
Las matemáticas (junto con la física y la química) son el fundamento de los ordenadores y de todo el mundo tecnológico que conocemos. La 'máquina de Turing' (1936) es la base de la lógica matemática y de los avances en teoría de la computación.
Lo más a lo que se puede aspirar en el terreno de las nuevas tecnologías es a ser consumidores avanzados de los productos de las empresas tecnológicas punteras. Digitalizar un país es mucho más que eso
Pero sin las humanidades todo se queda cojo, también. La imaginación de las gentes del pasado confluye en muchas ocasiones con los avances tecnológicos actuales y contribuye a esclarecerlo todo. ¿Quién hubiera dicho que la manera de representar el universo que tiene Dante en la Divina Comedia es extraordinariamente parecida a como representan los cosmólogos hoy en día el momento del inicio del universo, el Big Bang?
Quizás convendría recordarle a la ministra de Educación y al ministro de Universidades que en los años 1960s se estudiaba en los libros de texto que, además del espacio de Euclides (en el que aprendimos la geometría), existían otras geometrías posibles, como las de Riemann y Lobachevsky, algo que no se aprendía dentro de la asignatura de física ni de matemáticas, sino en la de filosofía (sexto de Bachillerato). Y también se estudiaba el concepto de tiempo (esa variable que se detiene en los agujeros negros) tanto en Einstein como según el filósofo francés Henri Bergson. Que para mayor abundancia era pariente político de Marcel Proust. Todo, filosofía, ciencia y literatura, entrelazado.
Parece increíble, pero es cierto: lo que para Dante era el Empíreo (que, según él, rodea la parte visible del universo) hasta donde le conduce Beatriz a mirar, coincide con lo que el matemático Riemann señaló ya en el siglo XIX como interpretación más plausible del mundo, cambiando las cosas para siempre: que el universo puede ser finito en extensión y, a la vez, no tener límite exterior, no tener frontera (de la misma manera que la superficie de la Tierra tampoco la tiene). Como dijo el Premio Nobel de Física Max Born, “esa es una de las ideas más colosales que se ha concebido nunca en relación con la esencia del mundo”. Dante y Riemann aunados; lo poético y lo matemático, lo cualitativo y lo cualitativo, juntos para iluminar nuestra visión del universo.
Quitar las matemáticas, reducir la exigencia, liquidar las humanidades, no solo es hacer nuevas generaciones menos preparadas y menos cultas, sino conseguir lo contrario de todo aquello con lo que le gusta llenarse la boca al Gobierno. Es des-digitalizar la economía española. Es la receta para el fracaso. ¡Ja! ¡Eso sí que es el viaje hacia un nuevo modelo productivo! Pero vuelto del revés.
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