El reciente anuncio de salida del cofundador y CEO de Twitter, Jack Dorsey, que muchos identificaban con el alma de la compañía pero que, en realidad, se marcha sin haber sido capaz de solucionar muchos de sus problemas históricos, evoca un momento en la industria de la tecnología que puede interpretarse de formas muy interesantes.
Jack es una de esas personas que "estaban allí" cuando Twitter apareció. Sin ser un directivo con experiencia, vivió la transformación de la compañía original, dedicada a los podcasts, en una compañía tan difícil de definir como Twitter, en la que sus usuarios intercambiaban mensajes de 140 caracteres que originalmente nacieron como forma de coordinación interna en una compañía aquejada de una dinámica sumamente caótica.
La compañía que Ev Williams, Jack Dorsey y Biz Stone fundaron entonces era un intento de emular el éxito que Ev había tenido convirtiendo los blogs en el medio de comunicación personal más exitoso del momento, pero aplicado a un nuevo género: los podcasts.
El despegue de los podcasts, en realidad, ha tardado muchos más años (algunos afirman que, de hecho, no se ha producido aún, más allá de modestos incrementos de popularidad) y ello, unido a la ofensiva de Apple con iTunes para tratar de poner los podcasts bajo su control, llevó a la compañía a archivar sus planes y pivotar para convertirse en algo completamente diferente.
La salida de Jack supone que el último de los cofundadores abandone su gestión activa, y la ceda a su hasta ahora subordinado y confidente, Parag Agrawal, hasta ahora director de tecnología (CTO).
Un empleado con una experiencia y una carrera sumamente brillantes, pero que no estaba en la compañía cuando fue fundada. Un profesional, entendido como persona cuya vinculación con su empresa se traduce en un intercambio de prestaciones y habilidades directivas a cambio de dinero o de paquetes accionariales destinados a alinear sus intereses con los de la compañía.
En realidad, la salida de Jack es un evento que llevamos tiempo viendo en otras empresas tecnológicas, en función de circunstancias de todo tipo. Bill Gates, fundador de Microsoft, fue uno de los primeros que decidieron que su compañía tendría mejores posibilidades de crecer si su fundador se apartaba de la gestión activa, y de hecho, se equivocó de parte a parte y la dejó en manos del que posiblemente pueda ser considerado como uno de los peores directivos de la historia y protagonista de algunos de los errores estratégicos más llamativos de la historia de la tecnología, Steve Ballmer. Solo la salida de Ballmer, forzada por los malos resultados de la compañía, y la llegada del indudablemente brillante Satya Nadella fue capaz de enderezar la situación.
La salida de Jack es un evento que llevamos tiempo viendo en otras empresas tecnológicas
El caso de Apple fue obviamente diferente: la salida de su fundador y figura absolutamente omnipresente en la compañía, Steve Jobs, fue por una circunstancia tan inaplazable como su fallecimiento. En su lugar dejó a un Tim Cook, entonces director de operaciones, que con el tiempo se ha convertido en otro mito: discreto, pero brutalmente eficiente hasta el punto de convertir a la compañía en la más valiosa del mundo, y activista en causas de distintos tipos.
Google es otro caso interesante: tras el paso -no muy brillante- de uno de sus cofundadores, Larry Page, que básicamente demostró que una cosa es fundar una compañía en base a una idea revolucionaria y otra, completamente diferente, dirigir una empresa cotizada, asumió la dirección un directivo brillante, Sundar Pichai, que posteriormente se convirtió en gestor de los destinos no solo de Google, sino de todos los proyectos englobados bajo el paraguas de Alphabet, mientras los fundadores Larry y Sergey se dedicaban a otros proyectos y, fundamentalmente, a vivir la vida.
En Amazon, Jeff Bezos tomó recientemente la misma decisión, y dejó la dirección del día a día de la compañía en manos de Andy Jassy, otro veterano directivo con un importante historial de éxitos en la empresa. Y en el homólogo asiático de Amazon, Alibaba, pudimos ver el mismo movimiento cuando el mediático Jack Ma dejó paso a un Daniel Zhang igualmente con un gran historial de éxitos y que había logrado convertir uno de los productos de la compañía, Taobao, en un vector de cambio y dinamización de la sociedad rural del país.
Aproximadamente un cuarto de siglo después del nacimiento de algunas de las compañías más simbólicas de la gran revolución tecnológica -más en el caso de Apple, menos en el de Twitter- estamos viviendo la llegada de la segunda generación: directivos con trayectorias significativas en esas empresas, con tendencia a proceder del ámbito de la ingeniería, varios de ellos de origen indio, y que simplemente no estaban allí cuando sus compañías iniciaron su andadura.
¿Qué nos va a traer esa segunda generación de directivos, que llega precisamente cuando más se cuestiona el poder omnímodo de esas compañías y la necesidad de regularlo y ponerlo bajo control? La figura del padre, del fundador al que era complicado discutirle las cosas porque contaba con la legitimidad absoluta, con la de haber creado la compañía, desaparece o se diluye, y pasamos a una gestión más profesional, más aséptica, más pragmática, menos pasional.
Veremos a dónde nos lleva.