“Estamos sufriendo precisamente ahora un ataque inadecuado de pesimismo”. Así comienza el ensayo firmado por el economista británico John Maynard Keynes. Y continúa: “Estamos sufriendo, no el reumatismo de la vejez, sino los crecientes dolores que acompañan a los cambios excesivamente rápidos; del reajuste de pasar de un período económico a otro”.
Eran otros años. En concreto, fue en el año 1928 cuando Keynes presentó “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”. El año precrisis. Un momento de euforia único en el siglo XX. Nosotros conocemos la euforia previa al 2008, pero probablemente no fue igual. Y el 2019, al menos en España, como tantas veces hemos señalado, nos pilló con el pie económico cambiado. No terminábamos de recuperarnos cuando se congeló la economía mundial.
Sin embargo, Keynes, conocido como “el enterrador del equilibrio presupuestario”, quien sirvió de excusa (tal vez a pesar suyo, nunca lo sabremos) de planes de gasto público como el famoso e inútil Plan E (o Plan Zapatero), rescribió este ensayo. En 1930 vino a Madrid y ofreció una conferencia con el título de “Posibilidades económicas de nuestros nietos” en el que había modificado algunas cosas y añadido algunas notas.
Para quien escribe estas líneas, resulta demasiado atractiva la pregunta: “¿Estamos sufriendo un ataque inadecuado de pesimismo?”. Los tuiteros que seguimos “el reto mollete” en Twitter, entre Manuel Hidalgo y Miguel García Tormo, acerca de la duración de la inflación, sus posibles consecuencias y matices varios, nos preguntamos cada día, tuit a tuit, si realmente esta pérdida del poder adquisitivo ha venido para quedarse un rato largo o un rato más largo aún. En un país en el que se penaliza fiscalmente el ahorro y la inversión y se promociona la deuda, especialmente la pública, es decir, la que pagarán nuestros nietos, la dolorosa respuesta a la pregunta keynesiana es no, este pesimismo está fundamentado.
Sin embargo, estando en la época que estamos, la antesala de la Navidad, esa época en la que supuestamente todo el mundo intenta ser mejor persona, algo de esperanza habrá que arrojar.
Por ejemplo, las posibilidades económicas de nuestros puertos. España es un país con 8.000 kilómetros de costa, con 375 marinas y 37.000 puestos de amarre. De esos amarres, una minoría son de mega yates, los yates de los ricos. Ya sé, los ricos son malos porque son ricos. Y tener un mega yate es la ostentación de la maldad consistente en tener mucho dinero, mientras otros tienen muy poco. No importa que el 80% de la explotación portuaria de puertos como el de Port Vell, en Barcelona, en el año 2019 proviniera de los mega yates. Tampoco importan los 15.000 puestos de trabajo (entre trabajo directo e indirecto) generados por estos puertos de gente rica. Ni que sea un subsector que respete el medioambiente de manera activa, o que su actividad sea desestacionalizada, es decir, menos dependiente de la temporada turística de lo que pensamos.
Personalmente, como amante de Andalucía, no puedo más que apostar por la consolidación de un clúster Cádiz-Málaga para que los proyectos de ambas bahías sean un centro de actividad económica que enriquezca la región, que ofrezca muchos puestos de trabajo y que sirva de palanca para otros puertos andaluces.
No hay muchos españoles con mega yates. Ni siquiera con yates de tamaño mediano. Y, sin embargo, de acuerdo con el estudio elaborado por la AEGY (Asociación Española de Grandes Yates), cada euro de valor añadido del sector náutico supone casi 5 euros de PIB y cada empleo creado en el sector náutico supone, por el efecto multiplicador, 4,2 empleos nacionales.
Como economista, parece claro que merece la pena echar una miradita esperanzadora al sector portuario español. En España no hay muchos propietarios de mega yates. Pero tenemos unas marinas que da gusto verlas. ¿Qué nos falta? Formación especializada. En concreto, profesionales de oficios específicos que, por el momento, y para vergüenza de quienes gestionan nuestro sistema educativo, tienen que venir de otros países con más tradición, o con un sistema de formación profesional más serio.
Pero eso no es lo único que me llama la atención de las posibilidades económicas de nuestros puertos. La demanda potencial de grandes yates en el mundo está aumentando y parece que se va a mantener esa tendencia. Si actualmente hay unos 400 barcos de más de 60 metros, se prevé que este número aumente hasta los 500 en los próximos cinco años. La capacidad industrial de construcción de grandes barcos está comprometida para los próximos cinco años. Y falta algo básico: no hay instalaciones. Justo en lo que somos buenos. Porque los “parking” de estas embarcaciones no solamente se refieren al lugar físico en un puerto especial, sino también al mantenimiento, provisión de bienes y servicios de todo tipo. Además, hay que ser conscientes de que la ciudad de destino tiene que constituir un auténtico ecosistema: conexiones aéreas, servicios técnicos, clima, restauración, gastronomía, infraestructuras, en general. ¿Qué más se puede pedir?
Solamente me queda mantener la esperanza de que suceda. De momento, próximamente, si Dios y la autoridad lo permite, se inaugurará el nuevo puerto de super yates de Málaga. La ciudad, que resplandece en Navidad, “the place to be”, la joya de la Corona, puede ser el detonante de un crecimiento progresivo de la región. Nuestras casi 400 marinas podrían tomar ejemplo. Tal vez, de esa manera el pesimismo invernal que cala en los huesos sería tan inadecuado como el que Keynes describía en 1930.